Su cruz nos recuerda que, incluso en las tinieblas más profundas, el amor de Dios tiene la última palabra. Nos desafía a ser portadores de esa esperanza, a vivir con la certeza de que, a través de la cruz, se nos abre el camino hacia la vida eterna.
En su mensaje para la Cuaresma de 2025, el Papa Francisco nos invita a vivir la Cuaresma en clave de promesa, destacando la esperanza que brota de la entrega de Cristo: «Esta es, por tanto, la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna» . Esa promesa —la vida eterna— no es una utopía lejana, sino una realidad que comienza a gestarse en el presente cuando confiamos plenamente en Dios. La cruz de Cristo, que a primera vista parece fracaso, se convierte en signo definitivo de victoria, en fuente de sentido, incluso para el dolor que muchas veces nos desborda.
La Pasión de Jesús no es solo un relato del pasado; es una realidad viva que interpela nuestro presente. Su sufrimiento y muerte en la cruz son la máxima expresión del amor que trasciende. En un mundo marcado por el sufrimiento, la injusticia y la incertidumbre, el sacrificio de Jesús sigue siendo fuente de esperanza y redención. Su cruz nos recuerda que, incluso en las tinieblas más profundas, el amor de Dios tiene la última palabra. Nos desafía a ser portadores de esa esperanza, a vivir con la certeza de que, a través de la cruz, se nos abre el camino hacia la vida eterna.
Al contemplar a Cristo crucificado, somos llamados a una conversión verdadera, a confiar plenamente en la promesa de Dios y a reflejar su amor en nuestras vidas. Que este tiempo nos inspire a abrazar la cruz con fe renovada, sabiendo que, en ella, encontramos la promesa de la resurrección y la plenitud de la vida en Dios.