¡TOMA PARTIDO POR LAS Y LOS REFUGIADOS!!
¿Quiénes son los refugiados? Son personas que han tenido que dejarlo todo y abandonar su país debido a causas que ponen en serio riesgo su vida y la de sus familias: guerra, persecución de bandas armadas, inseguridad, amenazas por las propias creencias religiosas o políticas, por origen étnico o nacionalidad, por un desastre natural o por un conflicto generalizado
¿Podemos imaginarnos qué significa dejarlo todo? A menudo es de prisa, sin prepararse, sin poderse despedir, con el miedo por la propia vida y la de los propios seres queridos, el dolor de dejar todo lo conocido, sin saber a dónde y a qué irse y sin tener tiempo para hacer duelo.
¿Podemos imaginarlo? Dejar a nuestros amigos y parientes o esa pequeña parcela que nuestra familia ha cultivado por generaciones o esa casa que a nuestros padres costó mucho construir, esa cama que regalamos a nuestra hija… con la herida de no poder esperar justicia, de ver que la fuerza se impone sin respeto por los derechos de las personas y de las comunidades.
Nadie desea encontrarse en esa situación, sin embargo para las personas refugiadas no hay otra opción: irse es una necesidad y una apuesta por la vida y por reconstruir un futuro diferente. Irse es no rendirse a la violencia y a la muerte y arriesgarse por construir nuevos lazos y una nueva vida en un lugar diferente. Hay que tener valentía para ser refugiado y refugiada.
En nuestro continente hay más de 600.000 personas que se encuentran en esa situación. Muchas han huido del conflicto de Colombia y se encuentran en la zona Andina, en Ecuador, Venezuela, Perú, llegando hasta Chile, y también en Panamá para moverse hasta Estados Unidos. Pero también hay un número creciente de personas que huyen de la cada vez peor violencia e inseguridad social en Centroamérica y México. El terrible terremoto de Haití del 2010 generó un nuevo flujo de personas hacia República Dominicana y varios países de América Latina, Brasil en particular. Por nuestro continente pasan además personas que huyen de las guerras en Siria, en Irak o Somalia, personas que arriesgan cruzar el océano Atlántico para salvar sus vidas.
Sin son tantas, ¿por qué no nos damos cuenta de las personas refugiadas? A menudo estas personas quedan invisibles porque no logran integrarse en nuestras sociedades en las mismas condiciones de las y los demás habitantes y quedan marginadas. Un refugiado no es noticia: la televisión o los periódicos nos hablan de ellos sólo cuando hay grandes tragedias, pero no nos cuentan sus luchas y su valentía cotidiana. A veces, los medios de comunicación llegan a deformar su imagen y nos los presentan como amenazas, invasores o delincuentes. El desconocimiento genera miedo y el miedo es mal consejero.
De acuerdo al derecho internacional, las personas refugiadas tienen el derecho de ser recibidas en otro país y gozar ahí de protección y del ejercicio de sus derechos básicos a la educación, trabajo, salud, etc. Sin embargo, en nuestro continente los Estado limitan cada vez más el reconocimiento de esos derechos y con frecuencia regresan a los refugiados a sus países de origen, lo que supone un enorme riesgo para sus vidas. Además, hoy en día los mismos acuerdos internacionales sobre el reconocimiento de las personas refugiadas resultan insuficientes porque no toman en cuenta las nuevas causas y los nuevos actores de violencia que están obligando a muchas personas a abandonar su país, tales como las bandas criminales, las maras, el clima generalizado de violencia, entre otros. Es necesario actualizar las leyes para que cumplan su sentido originario de ofrecer protección para las personas refugiadas.
Y nosotros, ¿sabemos si hay algunas personas refugiadas en nuestras comunidades, escuelas y barrios? ¿Dónde y hacia quiénes estamos mirando? El Evangelio nos dice claramente hacia quiénes mirar y cómo relacionarnos con las personas refugiadas en Mt. 25, 35: "Fui extranjero y me acogiste". Dios mismo se hace extranjero y nos pide hospitalidad, nos llama a acogerle en cada hermana y hermano extranjero y desamparado.
Practicar la hospitalidad requiere superar los prejuicios, el temor, la desconfianza o los intereses egoístas y abrirse a la otra persona, reconociendo su dignidad, su dolor y su fuerza, desde la convicción de que podemos buscar juntos el bien común. La hospitalidad supone una actitud revolucionaria que acorta distancias entre próximos-prójimos y apunta a que otro mundo es posible: un mundo más humano, fraterno, justo, libre que conocemos como el “Reino de Dios”, pero que no queremos se quede en un futuro de esperanza, sino en un “aquí y ahora” que queremos construir ya.
Este año recordamos el día del refugiado cuando estamos en medio de la fiesta del mundial de futbol. Si somos sociedades capaces de unirnos alrededor de un deporte, a mayor razón podemos y debemos organizarnos para mejorar las condiciones de vida de todas las personas que son parte de nuestras comunidades. Por eso, la invitación en el día de hoy es a ensanchar la mirada para descubrir a nuestros hermanos y hermanas refugiadas y a tomar partido por ellos: reconociéndoles y haciéndoles reconocer, acogiéndoles y pidiendo que sus derechos sean acogidos.
Para que nuestras sociedades sean hospitalarias,
¡TOMA PARTIDO POR LAS Y LOS REFUGIADOS!!!
Para mayores informaciones: www.campañaporlahospitalidad.com , rjm.hospitalidad@sjrlac.org