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Francisco, el primer Papa jesuita, encarnó una humildad y entrega al servicio que trascendió las palabras y se expresó en gestos y acciones concretas. Francisco nos enseñó que construir la paz no es tarea de unos pocos, sino misión de todos; que la misericordia no es debilidad, sino fuerza transformadora; y que, aun en medio de las sombras de nuestro tiempo, la esperanza puede ser sembrada con manos humildes y firmes. Hoy recordamos tres rasgos de su ministerio que contribuyeron a la creación de su legado de misericordia. 

1 . Cercanía a los más pobres

Desde su primer saludo como Papa —cuando pidió la bendición del pueblo antes de impartirla— Francisco manifestó un estilo que rompió formalidades para acercarse al corazón de las personas. En Laudato Si’ (2015), subrayó: «el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta». Otro rasgo que nos recuerda su preferencia por la humildad y la cercanía con los más desfavorecidos desde gestos simbólicos con mensajes profundos, fue su decisión de vivir en la Casa Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico, como explicó en una entrevista: «En Santa Marta no estoy aislado. Vivo en comunidad, como en familia» (Entrevista a La Vanguardia, 13 de junio de 2014).

2. Disposición a escuchar y aprender

Francisco impulsó una «Iglesia en salida» que acompaña, escucha y aprende. En su entrevista a La Civiltà Cattolica (2013), dijo:» El ministro del Evangelio debe ser una persona capaz de calentar el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche.» Su figura y su trabajo reveló siempre su estilo de cercanía y diálogo, partiendo siempre desde la escucha humilde de las realidades de las personas. En ese mismo diálogo, Francisco añadió que «el pueblo tiene un olfato para encontrar nuevos caminos que el pastor debe acompañar.»

3. Confesión de su propia fragilidad

Una constante en su discurso fue la aceptación de sus límites personales. Al ser preguntado en su primera gran entrevista pública cómo se definiría, respondió: «Soy un pecador en quien el Señor ha puesto su mirada». Su insistencia en reconocer la propia fragilidad también aparece en documentos oficiales. En Evangelii Gaudium (2013) afirmó: «La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción», sugiriendo que el testimonio humilde, no la imposición, es el camino evangélico.

La vida y pontificado de Francisco nos recuerdan que el corazón del Evangelio es el amor que no excluye, que se inclina ante el dolor humano y que dignifica a cada persona. Con palabras y gestos sencillos, nos condujo al corazón del Evangelio: al amor que se inclina, abraza y dignifica. Lloramos su partida, pero aún más celebramos su paso fecundo entre nosotros. Su entrega al Reino nos seguirá inspirando a vivir con alegría, humildad y pasión por los últimos.