Cada 19 de marzo, la Iglesia Católica celebra la solemnidad de San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María y patrono de la Compañía de Jesús. San José recibe numerosos títulos, entre los que resaltan el de Patrón de los moribundos, Patrón de los enfermos, Padre adoptivo de Jesús, Patrón de los Padres, Patrón de los Viajeros, Patrón de los Inmigrantes, Casto Protector de la Virgen, Celoso defensor de Cristo, entre otros. Estos últimos nos recuerdan que la verdadera grandeza no se encuentra en el reconocimiento humano, sino en la fidelidad a la misión recibida. San José es, entonces, testimonio del amor que se expresa en el servicio y de la confianza inquebrantable en Dios.
Desde la espiritualidad ignaciana, San José es modelo de discernimiento, disponibilidad a la misión y humildad en el servicio. José acoge la voluntad de Dios que le encomienda el recibimiento de María para asumir su papel en la historia de salvación con apertura y valentía. Deja atrás sus propios planes y acepta la misión de ser padre y protector de Jesús, aunque ello implique renuncias y sacrificios desde un servicio silencioso y fiel. En la espiritualidad ignaciana, la humildad es clave para seguir a Cristo, y José la encarna plenamente al cuidar de la Sagrada Familia con amor desinteresado. Además de transformar su oficio en una forma de colaborar con Dios, cualidad que refleja el principio ignaciano de encontrarle en todas las cosas.
Hoy, más que nunca, su testimonio nos inspira a ser hombres y mujeres de fe, comprometidos con la misión de Cristo en cualquier ámbito en el que nos encontremos. Que, como San José, aprendamos a confiar, a servir y a amar con un corazón dispuesto.