Skip to main content

 

A VINO NUEVO, ODRES NUEVOS

  

INTRODUCCIÓN A LA 1ª SESIÓN DEL CONSEJO AMPLIADO, JUNIO 2019 – ROMA

  1. GENERAL ARTURO SOSA, S.J.

Con el permiso acordado por el P. General, compartimos algunos párrafos (puntos 3 a 5) de su comunicación introductoria a la primera sesión del Consejo Ampliado, el 10 de junio pasado. La fuerza y claridad de sus palabras dispensa comentarios. Invito a todos a hacer de estas palabras oración y motivo de conversación espiritual en las comunidades y obras (Roberto Jaramillo).

“(…) La experiencia de comunicar a la Compañía esta misión recibida del Santo Padre a través de las Preferencias Apostólicas Universales, me ha confirmado tanto en la profundidad como en la complejidad del cambio que se nos exige. (…) Tomar conciencia de haber recibido una misión del Santo Padre nos ayuda a ir a fondo en la responsabilidad que tenemos de renovar nuestra vida-misión bebiendo en las fuentes del carisma que llevó a la fundación de la Compañía de Jesús. (…) Al compartir las PAU con otros miembros del cuerpo apostólico resalta cómo el Espíritu nos llevó de buscar atender necesidades universales – como en las anteriores preferencias (2003- a vislumbrar retos para nuestra vida diaria como religiosos consagrados o personas que han aceptado la invitación a colaborar en la obra de Dios en la historia humana. (…)

Volviendo a la carta de promulgación (2019/6–19 febrero 2019): Las preferencias apostólicas universales se proponen profundizar tales procesos de conversión personal, comunitaria e institucional. Son orientaciones para mejorar el trabajo apostólico del conjunto del cuerpo de la Compañía y el modo como realizamos nuestros ministerios en los que tomarán cuerpo (…). Las PAU, como insiste P. Endean, no son sólo acerca de lo que hacemos. These preferences are also about how God can change us. Sólo pueden orientar nuestra vida-misión si nuestra fe se funda en la experiencia personal de Dios y la convicción que de ella se deriva: Dios es más grande que nosotros, su acción trasciende ampliamente nuestros límites, quiere y puede comunicarse con nosotros, cada uno de los seres humanos. (…)

La Compañía de Jesús vive un momento de transición cuya envergadura no es fácil de percibir para nosotros mismos que lo estamos viviendo. El Señor ya lo advirtió: Nadie echa vino nuevo en envases de cuero viejos; si lo hace, el vino nuevo hará reventar los envases, se derramará el vino y se perderán también los envases. Pongan el vino nuevo en envases nuevos. Y miren: el que esté acostumbrado al añejo no querrá vino nuevo, sino que dirá: El añejo es el bueno. (Lc 5,37-39).

No dejemos pasar la última frase de la advertencia del Señor. Estamos no sólo “acostumbrados” a un modo de vivir y trabajar apostólicamente, sino que podemos hasta estar “orgullosos” de nuestro modo actual de vida-misión. Nos puede parecer no sólo bueno sino el mejor y nos lleva a conformarnos, a no querer otra cosa… porque el vino añejo es el bueno. El cambio de época histórica que vivimos, los cambios que se suceden a una velocidad que nos cuesta seguir… son los “envases de cuero” nuevos en los que estamos llamados a echar el vino nuevo de la Buena Noticia de Jesucristo a través de nuestra vida-misión profundamente transformada por la experiencia del encuentro con el Señor.

(…) Es la tentación de convertir nuestra historia en mito para alimentar nuestro orgullo corporativo, en lugar de experimentarla como tradición inspiradora de fidelidad al seguimiento de Jesús y servicio de la Iglesia. Podemos vencer esa tentación si logramos vivir nuestra historia como memoria liberadora de lo relativo de cada época para ayudarnos a mantenernos vinculados y alimentados de la fuente de nuestro carisma, vocación y decisiones apostólicas. No me cabe duda de la necesidad de profundizar y ampliar el conocimiento crítico de la historia de la Compañía. Para ello necesitamos más  investigadores y asegurar su trasmisión en el proceso de formación de los miembros del cuerpo apostólico. De lo contrario el adjetivo “jesuita” será sólo una especie “marca” comercial sin fuerza inspiradora de una identidad de vida-misión.

(…) No pretendo en esta introducción –ni creo que me sea posible- hacer un recuento, ni siquiera un esbozo, de los cambios que ha experimentado la misión de la Compañía en las últimas décadas en su esfuerzo por ser creativamente fiel a los nuevos desafíos de la historia. (…) Me limito a mencionar algunas dimensiones que han estado muy presentes en la experiencia de comunicar las PAU a diversos grupos del cuerpo apostólico de la Compañía.

La primera es el reto de percibir la sociedad secular como signo de los tiempos, es decir, como señal del Espíritu para inspirar modos novedosos de señalar el camino hacia Dios y contribuir a la reconciliación. La palabra “secular”, en principio, nos suena mal. La secularización la experimentamos como pérdida de algo valioso, nos produce nostalgia del pasado “católico” de la “civilización” en la que se dio el proceso de restauración de la Compañía. Percibimos mejor los extremos y amenazas de las diversas formas de secularismo -incluso las que han tomado cuerpo en nosotros- que las oportunidades que se abren en las sociedades seculares o en proceso de secularización. Una mirada “espiritual” nos plantea el reto de encontrar a Dios en la sociedad secular y mostrar el camino hacia Él. La capacidad de encontrar a Dios en todas las cosas (personas, tiempos y lugares) es el resultado del encuentro con Dios experimentado por Ignacio y trasmitido a través de los Ejercicios Espirituales. Experiencia que, al mismo tiempo, nos lleva a mejorar nuestra capacidad de escuchar el grito de los pobres y excluidos, para encontrar con ellos caminos hacia la justicia y la reconciliación. (…)

La segunda dimensión presente en nuestra vida en un mundo globalizado es la internacionalización de nuestras percepciones, estilos de vida, formación y modos de actuar. Entiendo la palabra “internacionalización” como la superación de los límites característicos de épocas históricas anteriores en las que la “nación”, como territorio y/o pertenencia étnica o cultural, marca la identidad de personas y grupos. La globalización supone que se difuminan los límites en todas las esferas de la vida humana. También en nuestra vida cristiana, eclesial, religiosa y apostólica. Tomar conciencia de ese proceso nos ayuda liberarnos de las ataduras del pasado y adquirir la indiferencia necesaria para construir los nuevos “envases de cuero” necesarios para que el vino nuevo no se derrame. Acompañar conscientemente y adaptarnos, según la inspiración del Espíritu, a la novedad que representa esta tendencia, superar las formas del pasado y aprovechar para el evangelio las nuevas formas, relaciones y espacios que van surgiendo, es uno de los más complejos desafíos del gobierno de la Compañía.

Por otra parte, el cuerpo apostólico universal de la Compañía es hoy –gracias a Dios- multicultural. Además, vive y actúa en una asombrosa variedad de contextos culturales. Así descubrimos otra faceta de cómo el Señor actúa en la historia. La diversidad cultural es una de las muchas formas en las que se revela la riqueza del rostro de Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza (Ef 3,10). La fe cristiana se encarna en toda cultura humana para mostrar el camino hacia Dios y transformarla a fondo mediante el perdón de los pecados, es decir, alumbrando el camino a la reconciliación en todas sus dimensiones. La relectura del libro de los Hechos de los Apóstoles en este tiempo de Pascua nos ha vuelto a recordar cómo el Espíritu Santo guio a las primeras comunidades cristianas en esta dirección y cuánta resistencia hubo que vencer para ir más allá del punto de partida de la cultura de los primeros discípulos y abrirse a otras culturas para realizar la misión de anunciar la Buena Noticia en todas partes. Esa tensión está presente al interior de la Compañía llamada a ser universal, por tanto, a hacerse cargo del tesoro de su multiculturalidad y avanzar conscientemente hacia la interculturalidad.”

Arturo Sosa, S.J.

10 de junio de 2019

(Original: español)

 

 

 

 

 

Leave a Reply