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Nicaragua – Noviembre 2019

 

La renuncia-huida de Evo Morales, bajo la presión de la población, del amotinamiento de la Policía, de la sugerencia del Ejército y de la decisión de la OEA, expresada en su contundente informe sobre el fraude electoral del 20 de octubre, ha conmocionado al régimen de Nicaragua.

No lo esperaban. La conjunción de factores que han visto en Bolivia ha puesto a la pareja de Nicaragua en un estado de desesperación, sumamente peligroso. Y ha acentuado la represión y las amenazas de profundizar el estado de sitio y la política de terror en que vive Nicaragua desde hace un año.  

El propio Ortega declaró que, después de lo visto en Bolivia, “la vía electoral” no tiene ya sentido y que el único camino son las armas. Sus palabras anuncian que la “salida” de la crisis nicaragüense no serán elecciones ni adelantadas ni tampoco en 2021 y que lo que él busca provocar es un levantamiento armado, para así justificar una mayor matanza. Por su parte, Murillo ha remachado en sus diarios mensajes la determinación de profundizar la represión.  Llegó al extremo de usar a uno de sus hijos haciéndolo aparecer en público para lanzar amenazas , no sólo contra quienes los adversan, sino también contra la OEA, de forma agresiva y ofensiva: “¡Almagro fuera¡ ¡Pedrón aquí te espera!” decía la manta que llevó Juan Carlos Ortega frente a la sede de la OEA en Managua. (Pedrón fue un campesino que combatió en el ejército de Sandino y se hizo famoso por los “cortes de chaleco”: cortaba con machete los brazos y la cabeza de quienes caían en sus manos). 

Este nerviosismo enfermizo y asesino se da en momentos en que el régimen ha recrudecido, desde hace meses y sin tregua, la persecución contra la iglesia católica, sus representantes, sus templos y sus fieles. Los templos y sus alrededores, en todo el país, vienen siendo, desde hace meses, lugares en que la población azul y blanco ha encontrado refugio y espacio para reunirse a rezar por los asesinados, a expresar su descontento… En respuesta, los templos han sido cada vez han sido más asediados, incluso atacados a pedradas, obstaculizada la entrada a las misas… Sobran los ejemplos.

El caso más reciente es patético. Actualmente, están presos 139 hombres y una mujer por razones políticas. Son rehenes del régimen para una eventual “negociación” que nunca llegará… Sus familias sufren, han hecho pequeñas manifestaciones, comunicados, ruedas de prensa… Diez madres de estos presos decidieron hacer una huelga de hambre para que los liberen, demandando “una Navidad sin presos políticos”. El jueves 14 de noviembre fueron a la parroquia San Miguel de Masaya para iniciar allí la huelga. El párroco es el padre Edwin Román, quien ha sido consecuente en la defensa de la gente desde la rebelión de abril: ha acogido heridos, ha enterrado asesinados, ha consolado a las madres y a las familias, ha salvado la vida de mucha gente de ambos bandos y en sus homilías y en sus entrevistas siempre ha tenido palabras firmes y decididas para denunciar la represión y las injusticias del régimen. El padre Román ha sufrido las consecuencias: amenazas de muerte, calumnias, acoso permanente…

Desde el mismo jueves la parroquia, en donde está él y las madres de los presos, fue rodeada por policías antimotines. Objetivo: cercarlos y aislarlos de la posible solidaridad de la gente. El viernes el régimen ordenó cortar la luz y el agua en la zona y, por tanto, en la parroquia. Objetivo: rendirlos por la falta de estos dos servicios básicos, dejarlos incomunicados y sin agua, un derecho humano “básico” y “condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”, como nos recordó el Papa Francisco en la “Laudato Si”. Además se amplió el retén y el cerco policial a varias cuadras a la redonda con mayor número de antimotines.

El viernes en la noche un grupo de unas 20 personas, la mayoría jóvenes, viajó de Managua a Masaya llevando galones y botellas con agua. Pudieron pasar algunas botellas por una ventana de la parroquia, no los galones, los que terminó decomisándolos la policía.

Cuando regresaban a Managua, 13 de los que llegaron (7 muchachas y 6 muchachos) fueron detenidos en la carretera y capturados por la policía. Fueron a la cárcel y señalados de un delito de “relevancia nacional” han sido acusados por la Fiscalía de “tenencia ilegal de armas de fuego y municiones”, una acusación falsa para mantenerlos en prisión. Está filmado por otros, que evadieron la captura, cuando todos llegan a las afueras de la parroquia con las manos en alto y con agua, sólo con agua.

Uno de los primeros asesinados en la rebelión de abril de 2018, el día 20, fue un chavalo de 15 años, Alvarito Conrado. Francotiradores del régimen le dispararon al cuello cuando llevaba agua a los estudiantes que estaban protestando en las cercanías de la Catedral de Managua. Murió desangrado.

Llevar agua a quienes tienen sed, “dar de beber al sediento” se ha convertido en un delito de relevancia nacional en la Nicaragua de Ortega y Murillo.

 

   

 

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