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El Padre General se reúne regularmente con los miembros de su Consejo al menos dos o tres veces por semana. Juntos se ocupan de lo que podríamos llamar “asuntos ordinarios”. Pero el Padre Sosa ha pedido a sus consejeros pasar casi tres días en ambiente de oración, reflexionando sobre cómo puede la Compañía entender y poner en práctica la justicia restaurativa. Dirigió el retiro un especialista en la materia, el padre Guido Bertagna. Este jesuita participa en el “Gruppo giustizia riparativa” de Turín, uno de los lugares donde se ha desarrollado especialmente este enfoque que pretende reanudar el diálogo o establecer vías de curación para personas heridas. Nos hemos reunido con él.

Guido Bertagna, ¿puede decirnos a qué vino a finales de junio a la Curia General?

Vine a la Curia por invitación del Padre General y sus Asistentes. La reunión había sido cuidadosamente planificada y preparada durante varios meses de trabajo “a distancia”. En parte se pensó como un retiro, con importantes momentos de intercambio, y en parte como un tiempo de reflexión y formación sobre justicia restaurativa, en el que hubiera ocasión de escuchar varias experiencias personales.

¿Puede presentar en pocas palabras lo que es la “justicia restaurativa”? ¿En qué se diferencia de otras formas o maneras de concebir la justicia?

La ONU define justicia restaurativa (JR) como “cualquier proceso en el que la víctima y el delincuente y, en su caso, cualquier otro individuo o miembro de la comunidad afectado por un delito, participan juntos activamente en la resolución de los problemas derivados del delito, normalmente con la ayuda de un facilitador”. En comparación con las formas más tradicionales de justicia, la justicia restaurativa no se traduce en asumir pasivamente la pena por parte del culpable. Por el contrario, se propone y esfuerza por hacer posible un camino, activo y muy exigente, de revivir el lugar del delito, el dolor y la culpa, para llegar, si es posible, a un encuentro entre las partes “enemigas”.

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Mientras que la justicia tradicional del sistema retributivo fija su atención en el delito y en el delincuente, la justicia restaurativa se ocupa del mundo de relaciones que ha quedado herido por el mal cometido, e implica en el proceso, si es que están dispuestas libremente a ello, a la víctima, al delincuente y al entorno social. Se ha descrito como justicia que sana (en vez de castigar) o justicia del encuentro. Es una justicia que no llega de la mano de las consabidas preguntas “¿quién es el culpable?”, “¿con qué sanciones debe ser castigado?”, sino “¿qué te/nos ha pasado?”, “¿qué podemos hacer para reparar el mal y el daño cometido?”.

Todos los estudios confirman que el encuentro entre las partes tiene un fuerte impacto en las personas que lo viven. El sistema de justicia penal advierte cambios profundos especialmente en los delincuentes, como lo atestigua la fuerte disminución de las tasas de reincidencia. Por tanto, la JR puede aportar una importante contribución a la calidad de vida de nuestras ciudades y barrios.

¿Se puede decir que el enfoque de la justicia restaurativa es un enfoque “cristiano”? ¿Por qué cree que es especialmente válida en el contexto actual de la Compañía de Jesús y de la Iglesia?

Normalmente se atribuye el origen de la JR al criminólogo Howard Zehr y a las primeras experiencias del método que se hicieron en la Eastern Mennonite University. Se advierte una clara huella cristiana en las propuestas y el pensamiento de Zehr, pero la justicia restaurativa nació al margen de ambientes eclesiales.

Creo que la JR puede ser especialmente valiosa y fructífera hoy, tanto para la Iglesia como para la Compañía, precisamente porque, citando un importante trabajo de Zehr, nos obliga a “cambiar de lentes”, a ver de otra manera las relaciones humanas y a pensar que es posible sanar sus heridas. Estoy pensando en las numerosas tensiones que se viven en nuestras comunidades, en nuestros ambientes apostólicos alterados o bloqueados por desacuerdos o vetos cruzados, y pienso también en situaciones como las de abusos, que han causado graves violaciones de la integridad y la dignidad de muchas personas, con graves repercusiones en todo un mundo de relaciones personales, sociales e incluso institucionales.

Fuente: Jesuits Global