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Espiritualidad Ignaciana

Espiritualidad Ignaciana

Ejercicios Espirituales

Salmos para sentir y saborear las cosas internamente

 

Dejemos que sea el mismo San Ignacio quien nos diga qué son los Ejercicios Espirituales: «Así como el pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, de la misma manera todo modo de preparar y disponerse para quitar de sí todos los afectos desordenados, y así poder buscar y hallar la voluntad divina en la propia vida, se llaman ejercicios espirituales«. (Ejercicios Espirituales, n..1).

El libro de los Ejercicios Espirituales es, pues, algo distinto de un libro de devociones o de lectura espiritual. Es un método para ayudar al que hace los Ejercicios, el «ejercitante», a encontrar lo que Dios quiere concretamente de él en su vida. Más exactamente, el libro es un manual práctico de recomendaciones para el que acompaña al ejercitante.

Los Ejercicios recogen la experiencia de Ignacio en su camino de conversión y discernimiento. Desde la diversidad de fuerzas espirituales que le mueven mientras se recupera en Loyola, hasta las largas y duras luchas interiores en una cueva cercana a la aldea de Manresa, Ignacio va aprendiendo a distinguir la acción de Dios en su vida y en la historia.

Este carácter vivencial de los Ejercicio hace imposible entenderlo si la persona se contenta con leerlos: es necesario, hacer la experiencia, recorrer el proceso vital al que invita Ignacio.

San Ignacio divide los Ejercicios en cuatro grandes bloques o «semanas» (la duración aproximada de la experiencia es de 30 días), precedidos por un prólogo, la consideración del fin del hombre y de la creación como “principio y fundamento” de lo que sigue.

Cada semana» aporta elementos que nos ayudan a vivir de acuerdo con el ideal del Principio y Fundamento: dinamismo de amor y servicio a Dios y al hermano y de libertad ante las cosas.

El objetivo global de la experiencia es descubrir la manera concreta en que Dios quiere que el ejercitante le “alabe, le haga reverencia y le sirva” (Principio y Fundamento). Para encontrar esa voluntad concreta, necesitamos en primer lugar una intensa purificación de nuestro desorden afectivo, del pecado y de las actitudes o tendencias que los alimentan. En la primera semana, el hombre se descubre como pecador salvado por Cristo. El encuentro con la incomprensible misericordia de Dios manifestada en Jesús es la experiencia indispensable para sentirse llamado y enviado por el mismo Jesús.

«Apártate de mí que soy un hombre pecador… No temas, desde ahora serás pescador de hombres». (Lucas 5, 1-11).

A partir de este momento, las otras tres «semanas» de la experiencia siguen esta dirección: a través de la oración contemplativa de los misterios de la vida de Jesús, el ejercitante se va identificando con su persona y su estilo. Cada escena del Evangelio es una llamada al seguimiento de Jesús. La petición insistente será: «conocimiento interno de Jesús para más amarle, seguirle, imitarle». Jesús es contemplado como el que ofrece una opción radical a seguir, un estilo de vida que es necesario adoptar. La pobreza, la humildad y el servicio del Reino serán las notas que distinguen su causa, son como la «bandera» de Jesús.

Será necesario vivir como él, amar como él amó, luchar por lo que él luchó, y todo eso sólo porque se tiene el corazón identificado con el Señor. Esta identificación con Jesús llega hasta los momentos de dolor y de resurrección: «para que siguiéndole en la pena, le sigamos también en la gloria» (meditación del Rey Eterno en los Ejercicios).

Todo este proceso tiene siempre presente la búsqueda de la voluntad de Dios sobre el hombre.

Pero sólo se puede encontrar a Dios y descubrir su voluntad a través de Jesús. En las contemplaciones de sus palabras, sus gestos, su vida, descubrimos la llamada del Padre. Este descubrimiento supone, evidentemente, una delicada tarea de discernimiento de las fuerzas espirituales (San Ignacio las llama «espíritus») que el ejercitante «siente» al contemplar a Jesús. La experiencia espiritual termina enviando al ejercitante de vuelta al compromiso con su realidad histórica.

La llamada al seguimiento de Jesús se realiza en el mundo, entre los hombres, en medio de las estructuras religiosas socio-políticas, culturales, económicas, etc. En todas ellas deberá encontrar la huella de Dios. Allí donde el egoísmo humano haya llevado el odio, la injusticia, deberá comprometerse para que sea posible descubrir el rostro de Dios en todo. Este es el contenido de la «contemplación para alcanzar amor», meditación con la que terminan los Ejercicios.