El Dios crucificado versus el mal del mundo
German R. Rosa Borjas, S.J.
1) El Dios de Jesús versus el mal del mundo. Una de las cosas más grandes que podemos decir del Dios de Jesús es que es bueno y su bondad se expresa en la historia de la salvación de manera clara y contundente, desde el hecho fundante del Éxodo hasta la encarnación de Dios en Jesús de Nazaret. Si Dios es principio y fundamento del bien, es dialécticamente imposible que pueda engendrar el mal, pues es contrario y excluyente a su propia realidad divina.
2) El mal disfrazado sub angelo lucis: cuando el mal se reviste con apariencia de bien. El mal puede convertirse en una tentación revestida de bien. El mal puede revestirse bajo capa de ángel de luz, que puede atraer, seducir. La seducción del mal se muestra prometiéndole al ser humano la felicidad, el poder y el sentido (Gn 3,5-6), pero al mismo tiempo se lo imposibilita.
Conviene recordar el planteamiento de Emmanuel Kant al tratar el problema del Mal radical, en el cual expresa que hay un predominio del bien sobre el mal. Es fundamental el discernimiento, ponderando las consecuencias de las acciones humanas. Si el mal destruye la realidad humana tanto física como moralmente, hay que identificarlo para no hacerlo.
3) La paradoja del aparente triunfo del mal en la historia frente al Dios crucificado. La paradoja del aparente éxito del mal en la historia es precisamente que donde se muestra su fuerza con tanto ímpetu, ahí hay densidad de la resistencia de Dios que lo asume, superándolo con la fuerza del aparente fracaso de la cruz, pues solo desde ahí se redime el mal de la humanidad, la creación y la historia. El poder de Dios no se muestra escandalosamente extirpando de forma definitiva el mal de la historia, sino resistiendo, soportando, acompañando a las víctimas provocadas por éste. Dios se revela más genuinamente en la cruz, la negatividad, el conflicto y el dolor de la humanidad y de la creación. La verdadera divinidad resplandece en la plena humanidad de Jesús en la cruz. La respuesta de Dios al cuestionamiento del mal y el pecado en la historia es el rostro desfigurado de su Hijo “crucificado por nosotros”.
“El sentido definitivo de la Cruz… consiste en que Jesús ha renunciado a la fascinación del bien, a una actuación que por su absolutez eliminaría la condición humana”(Christian Duquoc). La gran tentación de la fascinación del bien absoluto en la historia es acabar con el mal de la humanidad en la historia de una vez para siempre.
El cristianismo tiene un Dios vulnerable, un Dios que muere víctima del mal, de la injusticia, del pecado, pero este adiós al Dios implacable y todopoderoso que se impone al mal, es parte constitutiva de la idiosincrasia de nuestra fe cristiana. La encarnación de Dios es plena, asumiendo las limitaciones y la finitud de la historia.
4) Los rostros de las víctimas del mal del mundo. Los rostros de las víctimas del mal son múltiples. Por ejemplo, las causadas por terremotos, inundaciones, hecatombes nucleares, el sida, el cáncer, el hambre, las consecuencias de las enfermedades congénitas o la peste misma, la explotación, los salarios de hambre, el maltrato y abuso de la mujer, el abuso de menores, las guerras, el narcotráfico, las extorsiones. Otras expresiones del mal son: la crueldad de la tortura, el exterminio masivo, la pena de muerte. Este mal está respaldado por las legislaciones en los países que la aplican.
Podemos diferenciar distintos tipos de males. Por un lado, está el mal natural o físico, que provoca el dolor, el sufrimiento de personas afectadas por enfermedades crónicas, destrucciones ecológicas producto de la misma naturaleza. Por otro lado está el mal moral generado en la historia y en la sociedad: es el mal de la violencia, de la injusticia, de la explotación, la dominación, del pecado, etc. Los grandes imperios se construyen sobre los hombros de los pueblos oprimidos.
5) Job: el rostro del justo sufriente en la Antigua Alianza. La reflexión teológica se hace en torno a la pregunta si es posible tener una relación auténtica con Dios a pesar de vivir diversas pruebas de dolor y sufrimiento. En definitiva, Job nos muestra que es posible que se dé una relación desinteresada y no comercial con Dios. Es posible que nos relacionemos con Dios según nos vaya en la vida, según tengamos felicidad o desgracia. Desde esta perspectiva, se puede creer que Dios nos recompensa, nos premia o nos castiga según nuestras acciones. No obstante, Job es el justo que padece teniendo una relación con Dios fundamentada en la gratuidad y el amor.
¿Dónde está Dios cuando el inocente sufre? Esto pone en evidencia que “la relación auténtica y desinteresada con Dios sólo es posible cuando se ha experimentado el dolor, la rebeldía, el inconformismo y la búsqueda”. Job es un personaje que se queja ante Dios de la dura realidad y con plena confianza, pero, al mismo tiempo, con toda la carga negativa del drama que vive hasta llegar a expresar su deseo de no haber nacido y de morir (Job 3).
Dios responde a Job y lo hace desde el seno de la tempestad (Job 38,1). Dios responde evocando el principio y fundamento de la creación (Job 38,4-39,1-30), porque Él creó el cosmos y la humanidad. Dios le explica a Job que su proyecto desde el principio no fue el reino de las tinieblas, de la muerte, donde hay justos sufrientes sino todo lo contrario, su proyecto fue el reino de la luz, de la vida, donde no hubiera justos o inocentes víctimas de la injusticia (Job 38,12-15).
En el diálogo de Dios con Job, queda puesta en evidencia que la injusticia es producida por el ser humano, no es lo que Dios quiere, no es voluntad de Dios que haya justos sufriendo por causa del mal y el pecado, pero tampoco Dios quiere destruir a los malvados, e incluso Dios no puede destruirlos, espera su conversión.
Dios creó el cosmos, las criaturas, los seres humanos; sin embargo, el mal y el pecado son producidos por la naturaleza y los seres humanos, de donde no podemos deducir que el mal y el pecado sean creados por Dios.
Finalmente queda confirmada la fe auténtica de Job, su relación con Dios es verdadera (Job 42,7). Ha sido acrisolada por las pruebas de la vida. Job ha dado testimonio que aunque no ha estado en una situación de bienestar ha sido fiel a Dios y que no siempre la relación con Dios es mercantilista.
6) Jesús, el justo sufriente de la Nueva Alianza. Después de cinco siglos de haberse escrito el libro de Job, el justo que sufre, irrumpe en nuestra historia, Jesús de Nazaret. Encarna una vez más el drama del inocente víctima de la injusticia. Jesús es el justo sufriente de la Nueva Alianza por antonomasia (Is 52,14; 50,5).
Jesús de Nazaret no sólo es el justo que padece sino que es él la justicia de Dios personificada (1Cor 1,30; 2Cor 5,21). Jesús nos muestra la gratuidad y el amor de Dios con los pobres y los pecadores, superando toda posible interpretación de dar a cada quien según sus méritos o penalizar según las faltas o los pecados cometidos.
La encarnación de Jesús de Nazaret, del justo de la Nueva Alianza, es el principio del fin de la vieja humanidad (Mt 1,1-17; Lc 1,26-38). Jesús es el Emmanuel, “Dios con nosotros”, el Hijo del Altísimo a quien Dios le dio el trono de David y su reino no tendrá fin. Sin embargo, es condenado a muerte.
Jesús es víctima del mal, del pecado humano que le afecta de manera directa y que intenta acabar con el proyecto de vida que él ha comenzado. El pecado del mundo que es el poder de la hostilidad a Dios (Jn 8,44; 1Jn 3,8) intenta acabar con el principio de la Humanidad Nueva.
Los evangelios nos muestran cómo el ser humano está sumido en el pecado de tal manera que se condena al justo a la cruz. Este hecho insólito nos muestra cómo el ser humano puede preferir las tinieblas a la irrupción de la luz (Jn 1,5; 3,19; 9,41).
La muerte de Jesús primariamente es un acto de autodonación radical, plenitud de la kénosis, de su propio vaciamiento. No le quitan la vida sino que él la entrega libremente. La muerte de Jesús es el triunfo del antirreino, pero que paradójicamente se convierte en el exordio de la justicia definitiva expresada por Dios que le resucita.
La muerte de Jesús es análoga a muchas muertes de tantas víctimas en la historia. Pero lo que revela de original su muerte es que su encarnación se convirtió en un estorbo para el mal del mundo, entendido como el antirreino. La vida de Jesús se convirtió en un peligro para las mismas autoridades judías.
Jesús ha transfigurado el ser humano y le da la posibilidad de convertirse en una nueva humanidad, en un hombre y una mujer nuevos. El hecho de la resurrección tiene un mensaje claro: la luz ha prevalecido sobre las tinieblas del mal y el pecado, el día se ha impuesto sobre la noche.
Los rasgos evangélicos del justo resucitado son los siguientes: su presencia es novedosa, su cuerpo está plenamente transfigurado, los discípulos le reconocen al partir el pan y sus palabras hacen arder sus corazones (Lc 24,13-32). El justo resucitado comunica la paz, muestra las manos y los pies, su cuerpo de carne y hueso, y come con sus discípulos (Lc 24,36-43). La presencia del justo resucitado transforma la vida de los discípulos, desaparece el temor, el pánico de la persecución y la muerte, convirtiéndose en auténticos apóstoles, enviados a anunciar la buena noticia del justo resucitado y el reino de Dios (Mc 16,15-20).
El camino de la cristificación es la plena humanización a través de la acogida del don del reino en tensión con el antirreino, así lo narran los evangelios. El camino del seguimiento de Jesús pasa por esa batalla entre el reinado de Dios en la historia y el antirreino. Así se traduce la respuesta al problema o enigma del mal.
7) Pensar el mal desde la fe cristiana asumiendo la batalla por el reino versus el antirreino. No podemos obviar que de alguna manera todos somos a la vez víctimas y agresores, todos necesitamos liberarnos del mal: personal, interpersonal, ideológico y estructural.
8) El pecado expresión del mal personal y estructural. El Concilio Vaticano II, en la constitución pastoral Gaudium et Spes n. 13, indica las consecuencias del pecado humano: Crea en el ser humano la tendencia al mal y le acarrea muchos males; Le desvía de su fin último; Rompe la armonía en su interior, creando división y lucha en su corazón; Es más fuerte que el sujeto humano y lo esclaviza; Rebaja la condición de persona y no le permite lograr su plenitud.
El documento de Medellín expresa que el pecado cristaliza en “estructuras injustas”, en “situación de injusticia”, en “violencia institucionalizada”. Ante una situación que atenta tan gravemente contra la dignidad del hombre y por lo tanto contra la paz, nos dirigimos, como pastores, a todos los miembros del pueblo cristiano para que asuman su grave responsabilidad en la promoción de la paz en América Latina. (Documento de Medellín, Conclusiones 2,16).
Puebla también habla de “situación de pecado social”: Vemos, a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas. Esto es contrario al plan del Creador y al honor que se le debe (Juan Pablo II, Alocución Oaxaca 5, 1979).
El documento de Santo Domingo (1992) asume la categoría de “estructuras de pecado” (n. 243); también las denuncia proféticamente porque son “estructuras sociales generadoras de injusticias, que impiden el ejercicio de los Derechos Humanos” (n. 253); desenmascara el pecado de la economía porque las estructuras económicas injustas originan grandes desigualdades (n. 166); y describe la situación actual como un “desorden institucional” (n. 174).
La Conferencia de Aparecida (2007) tiene la misma sintonía que el Documento de Santo Domingo. Lo retoma, lo asume y le da la importancia que se merece el tema del mal cristalizado en las “estructuras de pecado” que se cristalizan en las “estructuras injustas” (n. 546; confrontadas con las “estructuras justas”: nn. 210, 358), “estructuras de muerte” (n. 112).
El mal moral estructural es, en consecuencia, una concreción objetiva de la maldad personal; tal concreción brota de la responsabilidad personal pero tiene su fundamento en las estructuras humanas
Preguntas para la reflexión:
¿Qué he aprendido sobre el mal y el pecado del mundo?
Mi experiencia de Dios, ¿me libera del mal y del pecado?
¿Cómo me comprometo a liberar a otros del mal y el pecado personal, social y estructural?