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Una reflexión sobre Fratelli tutti por James Hanvey, SJ

La parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) da marco a Fratelli tutti. Nos invita a una lectura contemplativa y reflexiva de la carta.

Ese tipo de enfoque contemplativo y orante es el que propone San Ignacio en los Ejercicios. Hace del evangelio una realidad contemporánea: el evangelio re-lee y re-escribe nuestra experiencia y nuestro mundo. Así como Jesús usó la parábola en su propio tiempo, así ahora en el nuestro el Buen Samaritano no sólo expone las realidades de nuestras heridas sociales, sino que nos ofrece una cura para ellas. Podemos reconocernos en cada uno de los personajes de la parábola.

Sin embargo, es tan característico de Jesús en estas grandes parábolas de redención no sólo arrojar una luz sobre el quebrantamiento de nuestra situación, sino siempre abrir una puerta para que cambiemos. Cada parábola nos muestra el camino hacia una mejor forma de ser y vivir: una nueva posibilidad, tal vez una que habíamos pensado que era imposible. De hecho, es el encuentro mismo con Jesús lo que hace posible el nuevo camino; él rompe todos nuestros determinismos, tanto sociales como personales.

La vida está hecha de muchos viajes. Hay viajes que hacemos por negocios, otros por deber, algunos por amor y otros por aventura. A veces el camino es fácil y en compañía; otras, difícil y en solitario. No sabemos por qué el hombre hacía el largo camino de Jerusalén a Jericó; sólo topamos con él, malherido a golpes, robado y medio muerto.

Existe una violencia implícita en nuestra vida social provocada por la ley del mercado que dicta que compitamos entre nosotros o que consumamos productos y recursos naturales cada vez en menor abundancia que todos necesitamos para vivir. Los medios de comunicación no sólo nos informan, sino que quieren controlarnos y manipularnos: nosotros, los consumidores, somos nosotros mismos consumidos. Hasta las personas mismas se han convertido en mercancía para ser traficada. Nos sirven una cultura de individualismo que constantemente legitima la prioridad del “yo” sobre los demás.

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En la parábola, el hombre golpeado y robado iba solo pero no estaba solo. Varias personas pasaban a su lado. (…) Y sin embargo, sorprendentemente, quien se detuvo fue un samaritano. Al hacerlo, quizá se ponía en peligro, ya que, en esa parte del mundo, él era el forastero, el que debía ser rechazado. El samaritano no se detiene a hacer una evaluación de riesgos ni se pone a calcular ni a comprobar si el herido estaba cubierto por el seguro. Su respuesta es inmediata e incondicional; sólo puede ver la urgencia: una vida pende de un hilo.

También sucede algo más. Cualquiera que sea la forma que tome, no hay modo de describir la sensación de aislamiento y soledad que sufre la víctima de la violencia. Todas las seguridades cuidadosamente construidas que nos dan un sentido de quiénes somos son destruidas inmediatamente. El samaritano no sólo atiende a las heridas físicas, sino también a las heridas más profundas al nivel de la conciencia de sí mismo. Sin decir una palabra, le hace comprender a la víctima que tiene valor y que es digno de atención. De ello no hay duda alguna, miren lo generoso que es el cuidado que proporciona, incluso previendo futuras necesidades.

La parábola del Buen Samaritano nos muestra que nuestra sociedad, nuestras comunidades y relaciones no están permanentemente rotas. Podemos restaurarlas. Y todo puede comenzar con llegar al otro, quienquiera que sea, en cualquier estado en que se encuentre. Podemos decidir que no dejaremos que nadie, ni ninguna circunstancia, disminuyan nuestra humanidad o la de otra persona.

Fuente: Jesuits Global