“Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”
Jon Sobrino, S.J.
El 14 de octubre en Roma el Papa Francisco proclamará santo a Oscar Arnulfo Romero Galdámez, un ser humano nacido en Ciudad Barrios, El Salvador, hace poco más de cien años. Su nombre quedará inscrito en el libro de los santos y se le podrá dar culto público en todas partes. Es la canonización de monseñor. Sin tener mucho conocimiento de lo que significa una canonización muchísima gente se alegrará, lo celebrará de muchas maneras. Y algunos se preguntarán cómo llamar ahora a aquel salvadoreño de Ciudad Barios.
1. El nombre de Monseñor. El proceso de poner nombre a monseñor Romero comenzó pronto y bien. En cuanto se conoció la noticia del asesinato, una mujer campesina, de mediana edad, dijo en lágrimas “han matado al santo” -así aparece en la película El desagravio. Don Pedro Casaldáliga, inmediatamente después del asesinato le escribió un poema. Y le llamó “San Romero de América”.
Eso ocurrió en el principio. Después pasaron años de ambigüedades y discusiones. Si fue mártir o no. Si –y cuándo- lo canonizarán o no. Lo más penoso para mí, si fue manipulado, por los jesuitas, o si, por la gracia de Dios, fue profeta y anunciador de la Buena Noticia. Si los papas reconocían sus virtudes, y nada más, o si se atrevían a proclamarle mártir y santo.
En estos 38 años de tensiones, preclaros cristianos superaron las pequeñeces de poderosos malintencionados y de jerarcas miedosos. Para Karl Rahner no había duda de que Monseñor Romero había sido mártir, por luchar por la justicia y por hacerlo sobre el fundamento de su fe cristiana. El padre Pedro Arrupe en su lecho de enfermo le dijo al padre Lamet que le preguntaba sobre monseñor Romero: “Es un santo”. Casaldáliga mantuvo el ánimo de muchos, y aprovechando la ocasión para recordar las exigencias de Jesús, dijo que la canonización eclesiástica es cosa secundaria: la mejor canonización de Monseñor Romero en Roma, o en cualquier otro lugar, es seguir sus pasos, vivir como él. De la ambigüedad de la actuación de los papas hacia Monseñor nos ha liberado el papa Francisco. Enseguida lo ha beatificado y lo ha canonizado. A los que quisieron empequeñecer a monseñor diciendo que los jesuitas lo habían manipulado, habló con total claridad y verdad el Padre Ellacuría. Dijo que los jesuitas habían colaborado con Monseñor Romero, lo cual significaba un honor. Pero en la realidad de la colaboración no quedaba ninguna duda de quién era el maestro y quién el discípulo, quién era la voz y quién era el eco. Cuando los jesuitas hacíamos algo nuevo, Ellacuría decía: “Monseñor ya se nos había adelantado”.
Con la beatificación y el anunció de canonización se repite el fenómeno de cómo llamar a monseñor Romero. Muchos, sobre todo en la liturgia, ya hablan de él como el Beato Óscar Romero. Y en presencia de la canonización cercana ha ocurrido algo notorio. La jerarquía y muchísima gente insisten en que lo canonicen aquí en su pueblo. Y cuando ven que le van a canonizar en Roma, entonces del clásico nombre que le puso Casaldáliga San Romero de América dan un salto a San Romero del mundo.
Pienso que ese lenguaje no tendrá mucho éxito, pero sí ha tenido éxito ya reconocer a monseñor como universal, que creo que es lo que pretende decir monseñor Gregorio Rosa. Universal es San Francisco de Asís. Universal es San Ignacio de Loyola, universal es Santa Teresa de Ávila, y cierto es que el San Romero de Ciudad Barrios es cada vez más universal. Desde hace años su estatua está en Londres en la fachada de la catedral de Westminster de la iglesia anglicana. Y no exageramos si decimos que su estatua está en centenares de iglesias y capillas en todo el mundo. En cualquier caso, la santidad de Romero no se entiende por el tamaño de la geografía, sino por el impacto que ha causado en infinidad de seres humanos para procurar ser mejores. Sobre todo para ayudar a los pobres, luchar por los oprimidos. Y algunos para terminar en cruz, como Jesús de Nazaret.
En mi modesta opinión después del 14 de octubre no va a ocurrir nada que no haya ocurrido ya miles de veces desde el mismo momento en que Monseñor Romero fue asesinado.
2. El corazón de Monseñor Romero
No se me ocurre mejor forma de hablar sobre monseñor Romero que dejarle hablar a él. Ayudado por Miguel Cavada, escribimos hace 8 años un cuaderno que recoge frases suyas. Le pusimos el nombre de “El corazón de Monseñor Romero”. Publicamos a continuación frases de sus homilías de su última semana, del 16 al 24 de marzo de 1980.
“Que sepan que no guardo ningún rencor”
«Me da más lástima que cólera cuando me ofenden y me calumnian. Me da lástima de esos pobres cieguitos que no ven más allá de la persona; que sepan que no guardo ningún rencor, ningún resentimiento, ni me ofenden todos esos anónimos que suelen llegar con tanta rabia o que se pronuncian por otros medios o que se viven en el corazón. Y no es una lástima de superioridad, es una lástima de agradecimiento a Dios y de súplica a Dios: Señor, ábreles los ojos; Señor, que se conviertan; Señor, que, en vez de estar viviendo esa amargura de odio que viven en su corazón, vivan de la alegría de la reconciliación contigo» (16 de marzo de 1980).
“Nada me importa tanto como la vida humana”
«Este es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz. Lo que más se necesita hoy aquí es un alto a la represión» (16 de marzo de 1980).
“Yo no tengo ninguna ambición de poder”
«Yo no tengo ninguna ambición de poder, y por eso, con toda libertad, le digo al poder lo que está bueno y lo que está malo; y a cualquier grupo político, le digo lo que está bueno y lo que está malo, es mi deber» (23 de marzo de 1980).
“Mientras voy recogiendo el clamor del pueblo”
«Ya sé que hay muchos que se escandalizan de esta palabra y quieren acusarla de que ha dejado la predicación del Evangelio para meterse en política; pero no acepto yo esta acusación, sino que hago un esfuerzo para que todo lo que nos ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la reunión de Medellín y de Puebla, no solo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad de predicar como se debe el Evangelio para nuestro pueblo. Por eso, le pido al Señor, durante toda la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y, aunque siga siendo una voz que clama en el desierto, sé que la Iglesia está haciendo el esfuerzo por cumplir con su misión» (23 de marzo de 1980).
“¡Cese la represión!”
«Queridos hermanos, sería interesante ahora hacer un análisis, pero no quiero abusar de su tiempo, de lo que han significado estos meses de un nuevo Gobierno que, precisamente, quería sacarnos de estos ambientes horrorosos. Y si lo que pretende es decapitar la organización del pueblo y estorbar el proceso que el pueblo quiere, no puede progresar otro proceso. Sin las raíces en el pueblo ningún Gobierno puede tener eficacia, mucho menos, cuando quiere implantarlo a fuerza de sangre y de dolor.
Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del Ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos, y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”.
Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.
En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!» (23 de marzo de 1980).
“Unámonos, pues, íntimamente en fe y esperanza”. Últimas palabras de Monseñor.
«Que este cuerpo inmolado y esta carne sacrificada por los hombres nos alimente también a dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo: no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos, pues, íntimamente, en fe y esperanza a este momento de oración por doña Sarita y por nosotros». [En este momento sonó el disparo] (24 de marzo de 1980).
3. Celebraciones en la cripta, el domingo 20 de mayo Joaquín Salazar.
En el marco del nacimiento de la Iglesia con el día de Pentecostés, la comunidad de la cripta de Catedral Metropolitana de San Salvador celebró el anuncio de la fecha y lugar de canonización de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, que será el próximo 14 de octubre, como también los 19 años de fundación de la Comunidad de la Cripta, que en medio del bloqueo que existió por años lucharon por mantener vivo el legado del beato Mártir.
Xavier Alegre, sacerdote jesuita y profesor de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), en la eucaristía aseguró, que la feligresía salvadoreña celebra el Pentecostés como el nacimiento de la Iglesia y el recibimiento del Espíritu Santo, donde Jesús resucitado sigue actuando en las comunidades de base para que sean fieles como lo fue Monseñor Romero.
“Aquí se mantiene vivo el recuerdo de Monseñor Romero, que ha resucitado en su pueblo. Es bueno mantener viva su memoria. El 14 de octubre Monseñor Romero no será solo San Romero de América, sino que será un Santo Universal de toda la Iglesia”, dijo el sacerdote en la misa celebrada el domingo 20 de mayo. Para el padre Alegre, “en un mundo tan injusto como este es normal que cuando una persona es profeta como Jesús y como Monseñor Romero acabe siendo martirizado, porque los poderes injustos de este mundo no toleran que haya personas coherentes con el sueño de Dios que es reinar para que no haya pobres. Con la entrega generosa de Jesús, dio su vida para demostrarnos que no solo otro mundo fraternal es posible, sino que también para que todas las personas podamos vivir humana y dignamente”.
Añadió. “Monseñor Romero es un santo latinoamericano. La decisión de canonizarlo en el corazón de la Iglesia (El Vaticano) es solo una manera de que aparezca más universal”.
El desvelo no ha hecho mella en Edith Arteaga. Las horas de espera en la vigilia valieron la pena. El próximo 14 de octubre el papa Francisco elevará a los altares al Obispo Mártir Oscar Romero, en la emblemática Plaza de San Pedro en Roma, Italia.
“Siento mucha emoción, porque es una espera de muchos años, de parte de la Iglesia. Porque para nosotros, desde que fue asesinado es un santo, es nuestro mártir. Esto no nos sorprende, nos alegra”.
La huella de Monseñor Romero en su vida llegó temprano, a sus 16 años. Y es que Edith pertenecía a un grupo pastoral del párroco Fabián Amaya Torres, de quien recuerda su convencimiento de que Monseñor Romero sería un santo por su vida y por su entrega al pueblo.
“Recién asesinado no se podía hablar libremente de Monseñor Romero dentro de la Iglesia, aunque el pueblo ya lo sabía. Mi párroco que ya falleció, nos dijo que sería santo, porque sus vísceras estaban intactas, pero nos dijo que no hiciéramos la bulla, para no perjudicarlo. Eso recordé en este momento memorable”.
4. Monseñor Romero e Ignacio Ellacuría
Monseñor Romero ha generado desde el principio un Pentecostés: muchos han hablado de él en diversas lenguas. Y quiénes son fieles al monseñor real se entienden cualquiera que sea la lengua que hablen. A mí el lenguaje que más me llega es el de la señora que dijo “han matado al santo”. Y en perspectiva teológica, el que más me llega es el de Ignacio Ellacuría: “con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. Voy a resumir lo que he escrito largamente sobre el impacto de monseñor Romero en Ignacio Ellacuría.
En un texto programático, Ellacuría escribió: “Difícil hablar de monseñor Romero sin verse forzado a hablar del pueblo”. Y siguiendo la lógica de esa formulación, afirmo ahora que para el Ellacuría maduro fue “difícil hablar de monseñor Romero sin verse forzado a hablar de Dios”. El mismo Ellacuría apuntó a ello en el discurso que pronunció el 22 de marzo de 1985, cuando la UCA concedió a monseñor Romero, a título póstumo, el Doctorado en Teología. Hablando de la esperanza de monseñor, dijo: “Sobre dos pilares apoyaba su esperanza: un pilar histórico que era su conocimiento del pueblo al que él atribuía una capacidad inagotable de encontrar salidas a las dificultades más graves, y un pilar trascendente que era su persuasión de que últimamente Dios es un Dios de vida y no de muerte, de que lo último de la realidad es el bien y no el mal”.
Las cosas nunca fueron así. Antes del asesinato de Rutilio, Romero tenía a Ellacuría por un jesuita excesivamente contaminado de un Medellín mal entendido. Y por su parte Ellacuría tenía a Romero por un sacerdote y un obispo de mente cerrada para no captar la novedad de Medellín, y la pastoral, en parte política, de los sacerdotes fieles a Medellín y al pueblo. Tras el asesinato de Rutilio los dos se conocieron mejor, se reconocieron como salvadoreños y llegaron a tener los mismos ideales y a arriesgar los mismos peligros.
Analicemos ahora lo que dijo Ellacuría sobre el paso de Dios por El Salvador con monseñor Romero. Que el pensador Ellacuría hablase sobre Dios se puede dar por descontado. Lo hizo en muchos escritos teológicos y de raigambre bíblica, al abordar temas cristológicos y eclesiológicos, y también temas como la justicia y la espiritualidad, la liberación y la fe. Y habló de Dios al hablar de monseñor Romero. Esto puede ser aceptado con naturalidad, pero hay que dar un paso más. Ellacuría comprendió y formuló la relación entre “Dios” y “monseñor Romero” de manera novedosa. Sin piadosismo alguno, a lo cual no era dado, sino con convicción existencial e intelectual, en monseñor Romero discernió “los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios”.
Monseñor era un signo de los tiempos en sentido teologal. Con todas las analogías del caso, lo que Ellacuría hizo con monseñor recuerda lo que los primeros cristianos hicieron con Jesús de Nazaret. Proclamaron la vida y la praxis de Jesús como buena noticia: “Pasó haciendo el bien”. Explicitaron sucintamente en qué consistió esa buena noticia: “Sanando a los poseídos por el diablo”. Y desde esa constatación histórica y en virtud de ella, se vieron forzados a hablar de su especial relación con Dios. Es lo que dice Pedro en casa de Cornelio (Hch 10, 38s). También Ellacuría vio que monseñor “pasó haciendo el bien”. Lo contó con gran detalle y concluyó: “Dios estaba —especialmente— presente en monseñor Romero”. Las palabras pueden sorprender, o asustar, pero para quien conoció a Ellacuría no es pensable que al hablar así de “Dios”, y menos de “Dios y monseñor Romero”, hablase a la ligera. Hablaba con seriedad. Vamos a recordar tres textos en los que Ellacuría pone en relación a monseñor Romero y a Dios. El primero es de los inicios del ministerio arzobispal. El segundo, pocos meses después de su asesinato. El tercero, y más radical en la formulación, en la misa del funeral de monseñor en la UCA. En cada uno de ellos hay una afirmación teologal breve y lapidaria sobre la relación entre monseñor Romero y Dios, acompañadas de afirmaciones explicativas de la realidad histórica de monseñor, en las cuales Ellacuría encuentra fundamento para las afirmaciones lapidarias, teologales y doxológicas.
- “He visto en la acción de usted el dedo de Dios”
“Desde este lejano exilio quiero mostrarle mi admiración y respeto”; así comienza la carta que escribió a monseñor el 9 de abril de 1977, desde su exilio en Madrid, que ya hemos publicado antes. Y añade tres razones explicativas para que la expresión no quedase reducida a acompañamiento meramente literario. Transcribo lo fundamental de estas reflexiones-.
“El primer aspecto que me ha impresionado es el de su espíritu evangélico. Lo supe desde el primer instante por comunicación del P. Arrupe […] Usted inmediatamente percibió el significado limpio de la muerte del padre Grande, el significado de la persecución religiosa y respaldó con todas sus fuerzas ese significado. Eso muestra su fe sincera y su discernimiento cristiano”.
“Esto me hace ver un segundo aspecto: el de un claro discernimiento cristiano. Usted, que conoce los Ejercicios de san Ignacio, sabe lo difícil que es discernir y decidir según el espíritu de Cristo y no según el espíritu del mundo, que se puede presentar sub angelo lucis, bajo ángel de luz. Tuvo el acierto de oír a todos, pero acabó decidiendo por lo que parecía a ojos prudentes lo más arriesgado. En el caso de la única misa, de la supresión de las actividades de los colegios, de su firme separación de todo acto oficial, etc., supo discernir dónde estaba la voluntad de Dios y supo seguir el ejemplo y el espíritu de Jesús de Nazaret”.
“El tercer aspecto lo veo como una conclusión de los anteriores y como su comprobación. En esta ocasión y apoyado en el martirio del padre Grande, usted ha hecho Iglesia y ha hecho unidad en la Iglesia. Bien sabe usted lo difícil que es hacer esas dos cosas hoy en San Salvador.
Pero la misa en la catedral y la participación casi total y unánime de todo el presbiterio, de los religiosos y de tanto pueblo de Dios muestran que en esa ocasión se ha logrado. No ha podido entrar usted con mejor pie a hacer Iglesia y a hacer unidad en la Iglesia dentro de la arquidiócesis. No se le escapará que esto era difícil. Y usted lo ha logrado. Y lo ha logrado no por los caminos del halago o del disimulo, sino por el camino del Evangelio: siendo fiel a él y siendo valiente con él. Pienso que mientras usted siga en esta línea y tenga como primer criterio el espíritu de Cristo martirialmente vivido, lo mejor de la Iglesia en San Salvador estará con usted y se le separarán quienes se le tienen que separar. En la hora de la prueba se puede ver quiénes son fieles hijos de la Iglesia, continuadora de la vida y de la misión de Jesús, y quiénes son los que se quieren servir de ella. Me parece que en esto tenemos un ejemplo en la vida última del padre Grande, alejada de los extremismos de la izquierda, pero mucho más alejada de la opresión y de los halagos de la riqueza injusta, que dice san Lucas”. En este modo de actuar de monseñor, lleno de Evangelio y de discernimiento ante Dios, siendo arzobispo de todos, pero con el pueblo y a favor del pueblo, independiente del Gobierno, alejado de los poderosos, que querían ponerlo a su favor, y muy pronto denunciador de sus fechorías y de las del Gobierno. Ellacuría vio cómo monseñor Romero fue seguidor de Jesús. Y eso le permitió hablar del “dedo de Dios”.
- “Monseñor Romero fue un enviado de Dios para salvar a su pueblo”
La afirmación teologal es “Monseñor Romero, un enviado de Dios”. Los textos explicativos insisten en tres cosas. Una, evidente dadas las circunstancias, es el martirio de monseñor Romero. La segunda es que monseñor Romero fue y trajo salvación. La tercera es que monseñor Romero ha sido gracia para el pueblo.
Ellacuría se detiene en describir el martirio de monseñor Romero. “Un 24 de marzo, caía ante el altar monseñor Romero. Bastó con un tiro al corazón para acabar con su vida mortal. Estaba amenazado hacía meses y nunca buscó la menor protección. Él mismo manejaba su carro y vivía en un indefenso apartamento adosado a la iglesia donde fue asesinado. Lo mataron los mismos que matan al pueblo, los mismos que en este año de su martirio llevan exterminadas cerca de diez mil personas, la mayor parte de ellas jóvenes, campesinos, obreros y estudiantes, pero también ancianos, mujeres y niños que son sacados de sus ranchos y aparecen poco después torturados, destrozados, muchas veces irreconocibles. No importa determinar quién fue el que disparó. Fue el mal, fue el pecado, fue el anticristo, pero un mal, un pecado y un anticristo históricos, que se han encarnado en unas estructuras injustas y en unos hombres que han elegido el papel de Caín. Solo tuvo tres años de vida pública como arzobispo de San Salvador. Fueron suficientes para sembrar la palabra de Dios, para hacer presente en su pueblo la figura de Jesús; fueron demasiados para los que no pueden tolerar la luz de la verdad y el fuego del amor”.
Estas palabras no necesitan comentario. Son Ellacuría puro. Recuerdan con minuciosidad y lucidez tres cosas: la afinidad de monseñor Romero con Jesús de Nazaret, su solidaridad con el pueblo crucificado y sus tres años de vida desde la perspectiva de la cruz —lo cual recuerda lo que hace años escribió el teólogo alemán Martin Kähler: “El Evangelio es la historia de la pasión con una larga introducción”. En su primera carta a monseñor Romero, Ellacuría ya había contado lo fundamental de esa larga introducción a la pasión de monseñor. Ahora, en el artículo que cito, comienza con la pasión, pero a continuación se sigue preguntando qué había hecho en su vida monseñor Romero. Y en formulación concentrada —y muy querida para Ellacuría—, “lo que hizo monseñor fue traer salvación a su pueblo. No trajo salvación como un líder político, ni como un intelectual, ni como un gran orador”, dice Ellacuría. Se puso a anunciar y realizar el Evangelio con plena encarnación y en toda su plenitud, puso a producir la fuerza histórica del Evangelio. Comprendió “de una vez por todas” —dice Ellacuría, con fuerza y criticando la ausencia habitual de lo que dirá a continuación— que la misión de la Iglesia es el anuncio y la realización del Reino de Dios, que pasa ineludiblemente por el anuncio de la Buena Nueva a los pobres y la liberación de los oprimidos. Monseñor buscó y trajo una salvación real del proceso histórico. Habló a favor del pueblo para que él mismo construyese críticamente un mundo nuevo, en el cual los valores predominantes fueran la justicia, el amor, la solidaridad y la libertad. Una y otra vez ponía sus ojos en Jesús como principio de la fe y de la trascendencia cristiana. Y el pueblo se abría a esa fe y esa trascendencia. De esa forma, también traía salvación. Ellacuría vio en monseñor Romero don y gracia. “Fue un enviado”, dice, no mero producto de nuestras manos. Se convirtió —no para todos por igual— en el gran “regalo de Dios”, y un regalo muy especial. “Los sabios y prudentes de este mundo, eclesiásticos, civiles y militares, los ricos y poderosos de este mundo decían que hacía política. Pero el pueblo de Dios, los que tienen hambre y sed de justicia, los limpios de corazón, los pobres con espíritu, sabían que todo eso era falso… Nunca habían sentido a Dios tan cerca, al espíritu tan aparente, al cristianismo tan verdadero, tan lleno de gracia y de verdad”. Pero no era una gracia barata, que no compromete, sino una gracia cara, que compromete y salva. Todo ello le ganó el amor del pueblo oprimido y el odio del opresor. Le ganó la persecución, la misma persecución que sufría su pueblo. Así murió y por eso lo mataron. Por eso igualmente monseñor Romero se convirtió en un ejemplo excepcional de cómo la fuerza del Evangelio puede convertirse en fuerza histórica de transformación.
- El pensamiento de Ellacuría alcanzó su punto culminante en sus conocidas palabras “Con monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”. Las pronunció en la homilía en el funeral en la UCA. Lo citamos como tercer texto teologal.
Hemos hablado de la presencia de Dios en monseñor, y del envío que de él hace Dios. Ahora Ellacuría se expresa con máxima radicalidad lingüística y conceptual.
Con monseñor Romero Dios se hizo presente en la historia salvadoreña. En estas palabras hay genialidad de pensamiento, y no conozco pastores ni teólogos, filósofos ni políticos, que conceptualicen y formulen realidades con tal radicalidad. Las palabras pueden extrañar y sorprender a creyentes, y el impacto de monseñor Romero en Ignacio Ellacuría ciertamente, a no creyentes. Pudieran parecer poco científicas y poco universitarias, y, aunque teologales, quizás no suenen en exceso religiosas y piadosas. Pero debo confesar que para mí son verdaderas y son fructíferas. Al menos expresan más verdad y producen más frutos que otras que he escuchado sobre monseñor Romero. Me explico.
En el Dios de monseñor Romero Ellacuría vio una ultimidad y radicalidad que, en ese grado, no encontró en ninguna otra realidad, aunque fuesen realidades buenas como la verdad y la libertad, la democracia y el socialismo, cuando son auténticos… Vio esa ultimidad en la historia de monseñor, sin mencionar con esa radicalidad, que yo recuerde, a otras personas del pasado, ciertamente muy venerables. Vio que el paso de Dios en monseñor producía bienes, personales y, novedosamente, sociales difíciles de conseguir, y una vez conseguidos, difíciles de mantener. Producía justicia sin ceder ante la injusticia, defensa y liberación de los oprimidos. Producía compasión y ternura hacia los indefensos. Producía verdad sin componendas, no aprisionada por la mentira, ni por el eterno peligro de ceder a lo políticamente correcto. Y mantenía una esperanza que no muere…
A Ellacuría, monseñor le habló, por una parte, de un Dios de pobres y mártires, ciertamente, liberador, exigente, profético y utópico. En una palabra, le habló de lo que en Dios hay de “más acá”. Pero también le habló de lo que en Dios hay de inefable, no adecuadamente historizable, de lo que en Dios hay de “más allá”, de misterio insondable y bienaventurado. Y a quien el término “Dios” le resulte extraño, piense en las palabras de Ellacuría ya citadas: “Lo último de la realidad es el bien y no el mal”. Eso es lo que con monseñor Romero pasó por El Salvador.
Este impacto de monseñor en Ellacuría fue inmenso, pero pienso que el impacto más novedoso, y el más poderoso, se lo produjo la fe de monseñor Romero. Aceptando los otros impactos esa fe suponía para Ellacuría alguna forma de discontinuidad mayor. Por decirlo gráficamente —usando dos frases de monseñor Romero en sus homilías finales—, Ellacuría pudo captar, con asombro sí, pero en continuidad con su propia manera de ser y hacer, lo que dijo monseñor en la homilía del 23 de marzo: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”. Pero también pudo captar —aunque en esto, con algún grado de discontinuidad— lo que había dicho monseñor, en una homilía, seis semanas antes, el 10 de febrero: “Ningún hombre se conoce mientras no se haya encontrado con Dios […] ¡Quién me diera, queridos hermanos, que el fruto de esta predicación de hoy fuera que cada uno de nosotros fuéramos a encontrarnos con Dios y que viviéramos la alegría de su majestad y de nuestra pequeñez!”. En estas palabras, pienso que en monseñor Romero, Ellacuría sintió algo diferente, superior, no solo cuantitativa, sino cualitativamente. No empequeñeció a Ellacuría, pero pienso que le ayudó a comprenderse a sí mismo y le ubicó más adecuadamente en la realidad.
Para terminar recordemos el importante discurso de Ellacuría en contra de acusaciones de manipular a monseñor Romero. Dijo así Ellacuría: “Se ha dicho malintencionadamente que monseñor Romero fue manipulado por nuestra universidad. Es hora de decir pública y solemnemente que no fue así. Ciertamente, monseñor Romero pidió nuestra colaboración en múltiples ocasiones y esto representa y representará para nosotros un gran honor, por quien nos la pidió y por la causa para la que nos la pidió […], pero en todas esas colaboraciones no hay duda de quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que marca las directrices y de quién era el ejecutor, de quién era el profeta que desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco”. Ellacuría confesaba humildemente —a lo que no era dado— y agradecidamente —a lo que sí era dado— la deuda de la UCA con monseñor Romero. Y su deuda personal.
Ellacuría fue llevado en la fe y por la fe de monseñor Romero. Fue “discípulo de monseñor Romero en la fe”. No obstante, pienso que hay que dar un paso más: “Ellacuría fue llevado en la fe y por la fe de monseñor”. Ellacuría “luchó con Dios”. El contacto abierto y serio con los filósofos modernos —increyentes la mayoría de ellos, con la excepción de Zubiri—, el surgir de la teología crítica, incluso la de la muerte de Dios —ese era el ambiente que predominaba en los años en que Ellacuría alcanzó su madurez intelectual—, su propio talante honesto y crítico, nada propicio a credulidades y argumentos poco convincentes y de matices apologéticos, y el gran cuestionamiento de Dios, que es la miseria y el escándalo del continente latinoamericano, no debieron hacer obvia la fe en Dios de un Ignacio Ellacuría. Como muchos otros, pienso que anduvo a vueltas con Dios. En palabras de la Escritura, luchó con Dios, como Jacob. Mi convicción es que se dejó vencer por él, aunque la victoria, o la derrota, es siempre cosa muy personal. De ello solo se puede hablar con infinito cuidado y, en definitiva, no es captable desde fuera. Dicho en palabras más sencillas, lo que creo que ocurrió fue que monseñor Romero, sin proponérselo Ellacuría, lo impulsó y lo capacitó para ponerse activamente, y mantenerse, ante el misterio último de la realidad.
Ya he dicho que, para Ellacuría, monseñor fue un referente que iba adelante. De monseñor, pienso que le impresionó profundamente cómo se remitía a Dios, no solo en la reflexión y en la predicación, sino en la más profunda realidad de su vida. Dios era para monseñor absolutamente real. Y Ellacuría vio que con ese Dios, monseñor humanizaba a personas y traía salvación a la historia. La fe de monseñor Romero se le impuso a Ignacio Ellacuría como algo bueno y humanizante. Se alegraba de que monseñor fuese hombre de fe, y esa fe era contagiosa. Algo o mucho —en definitiva, solo Dios lo sabe— pienso que se le pegó a Ellacuría. El misterio cobró novedad y cercanía. No hay argumentos apodícticos para defender esta afirmación, pero puede haber vías, como decía santo Tomás, para hacerla razonable. A “Dios” lo mencionaba con naturalidad para dar fuerza a una idea, también cuando no tenía por qué hacerlo. En una dura crítica, escribió: “Todo importa más que escuchar realmente la voz de Dios que […] se escucha en los sufrimientos como en las luchas de liberación del pueblo”.
Ellacuría dijo verdad: “Con monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”.