Jesucristo Resucitado nos llama hoy a ser testigos de la buena noticia. A salir de nuestras tumbas interiores. A proclamar con la vida que sí es posible otro mundo, porque, al igual que con el sepulcro, Dios ha abierto el camino.
El Domingo de Resurrección es el día más luminoso del calendario cristiano. Es la fiesta de las fiestas, el corazón de nuestra fe: Cristo ha resucitado. Y con su resurrección, se cumple la promesa de Dios: que la vida es más fuerte que la muerte, que el amor vence al odio, y que la esperanza no es una ilusión, sino una certeza arraigada en lo eterno.
Este día es una celebración viva y actual: Jesucristo ha resucitado y vive hoy; ha vencido a la muerte dejando atrás un sepulcro vacío. En su mensaje pascual de 2024, el Papa Francisco lo expresó de forma precisa y concisa: “La Iglesia revive el asombro de las mujeres que fueron al sepulcro al amanecer del primer día de la semana. La tumba de Jesús había sido cerrada con una gran piedra; y así también hoy hay rocas pesadas, demasiado pesadas, que cierran las esperanzas de la humanidad: la roca de la guerra, la roca de las crisis humanitarias, la roca de las violaciones de los derechos humanos, la roca del tráfico de personas, y otras más.”
La Resurrección de Cristo es, por tanto, la llave de un mundo renovado. No se trata solo de un consuelo espiritual, sino de una fuerza real que rompe las lógicas del pecado, del egoísmo y de la violencia. Él mismo, el Viviente, es el Camino: el que nos libera de prejuicios, de todo lo que encierra y divide. Pero para que esa renovación sea posible, dice el Papa, es necesario abrirse al perdón. Porque sin el perdón de Dios, “esa piedra no puede ser removida”. Solo el perdón —que sana, que reconcilia, que libera— puede construir un futuro nuevo para nuestras vidas y para la humanidad. Jesucristo Resucitado nos llama hoy a ser testigos de la buena noticia. A salir de nuestras tumbas interiores. A proclamar con la vida que sí es posible otro mundo, porque, al igual que con el sepulcro, Dios ha abierto el camino. Un camino que pasa por la cruz, pero que culmina en la luz. Un camino que exige valentía, pero que ofrece vida verdadera.