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El Jueves Santo es una invitación a la reflexión sobre nuestra propia disposición al servicio y al perdón. Nos llama a imitar la humildad de Cristo, a servir a los demás con amor sincero y a confiar plenamente en la misericordia divina.

 

El Jueves Santo nos introduce en el misterio profundo del amor y servicio de Cristo. En la Última Cena, Jesús instituye la Eucaristía, entregándose a sí mismo bajo las especies del pan y del vino, diciendo: «Esto es mi Cuerpo… esta es mi Sangre» (cf. Mt 26,26-28). Este acto supremo de entrega se convierte en el alimento espiritual que une y fortalece a la comunidad de creyentes.En este mismo contexto, Jesús realiza un gesto de profunda humildad: se ciñe una toalla y lava los pies de sus discípulos (cf. Jn 13,1-15). Este acto, reservado en aquella época a los siervos, es una enseñanza viva de que la verdadera grandeza radica en el servicio desinteresado a los demás.

El Papa Francisco, durante la Misa de la Cena del Señor celebrada en la cárcel femenina de Rebibbia en 2024, destacó la importancia de este gesto, señalando que Jesús, al lavar los pies de sus discípulos, nos muestra que «vino para servir» y nos invita a crecer en nuestra vocación de servicio. Además, el Santo Padre nos recordó la infinita misericordia de Dios, enfatizando que «Jesús perdona todo. Jesús perdona siempre. Sólo pide que le pidamos perdón». Nos exhorta a no cansarnos de pedir perdón, confiando en que Dios nunca se cansa de perdonar.

El Jueves Santo es, por tanto, una invitación a la reflexión sobre nuestra propia disposición al servicio y al perdón. Nos llama a imitar la humildad de Cristo, a servir a los demás con amor sincero y a confiar plenamente en la misericordia divina. Que al contemplar estos misterios, renovemos nuestro compromiso de vivir una fe activa, manifestada en el amor y el servicio desinteresado hacia nuestros hermanos y hermanas.