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Por: Storytimehn en medium.com

Después de 47 años de vivir en Honduras, el padre John Donald recuerda sus experiencias más interesantes a través de la publicación de su segundo libro: “Encontrando a Dios en todas las cosas”, donde relata muchas historias que van desde sus encuentros y de la otros con la muerte, relatos que involucran a curanderos de pueblos, espíritus del mas allá, e historias sobre personas envueltas en escándalos de toda índole de poder, política e injusticia.

Sin embargo, este pequeño libro de no más de 100 páginas solo es un resumen de todas las historias vividas por un cura misionero que se la ha pasado caminando de una selva a otra desde Canadá, hasta el sur de América.

El padre Juan(como es realmente bien conocido en Honduras), es un tipo de hombre con una afición profunda y sincera por la naturaleza y sus secretos. Caminar a través de senderos interminables dentro de selvas y bosques que se levantan frente a su mirada valiente ha sido su motivo y su razón de ser. En ocasiones se dejó ayudar por una motocicleta para cumplir sus responsabilidades con la comunidad y con la iglesia, y en otras, simplemente se dejó llevar por sus agitados pies.

John Donald es el mayor de 8 hermanos, de los cuales 4 ya fallecieron. Sus padres eran emigrantes europeos que llegaron a Estados Unidos en busca del sueño americano, y se instalaron en la zona sur del país, donde a causa de búsqueda de oportunidades, se iban trasladando de un lugar a otro. Para John, su padre fue el que les inspiro a descubrir la naturaleza y la obra de Dios en ella. Su amor por la selva es una afición compartida entre sus hermanos y su padre, quien trabajaba como operario en una empresa de telefonía.

El destino lo llevó a trabajar para la congregación de los Jesuitas, pero su preparación comenzó mucho antes de entrar al seminario. El padre John aprendió desde muy joven a hablar el idioma español en su estadía en Texas, donde es común encontrarse con mucha gente latina por su cercanía a la frontera con México. Luego, cuando entró a la universidad en California y avanzó hasta el último en la carrera de administración, fue cuando decidió entregarse al servicio eclesial. Estudió filosofía en Estados Unidos, y para sus estudios de teología se mudó a México donde mejoró considerablemente su español.

— En mi segundo año de universidad me quedé sin dinero para pagar los gastos. Entonces me puse a trabajar como comerciante, vendiendo productos de casa en casa. Luego estuve trabajando 6 meses en el correo nacional, y como camionero para el estado de California otro lapso de tiempo hasta que pude continuar mis estudios. — nos relata Donald.

Su paso por Sudamérica fue relativamente corto, pero le sirvió como escala temporal para pasar por Honduras y enamorarse de este bello país de Centroamérica. Se instala en la catedral de Las Mercedes a finales de los setenta en la ciudad de El Progreso, Yoro, y es aquí donde comienza a cumplir su misión en Honduras.

Durante su estancia en El Progreso, logra conformar una amistad y cercanía con los campesinos relacionados con las compañías bananeras, y es la lucha por los derechos de los trabajadores los que arriesgan hasta el punto de las amenazas de muerte, y el motivo por el que tiene que trasladarse a Olanchito.

— Acompañé a estudiantes, delegados de la palabra y campesinos durante una toma por los derechos de los trabajadores. Recuerdo que la gente nos llevaba comida y agua a la iglesia, mientras los militares nos rodeaban. Salimos después de 3 días cuando los militares asesinaron a 2 de las campesinos que estaban involucrados en las tomas. — Nos cuenta el padre John.

Estando en Olanchito se puso al servicio de la tribu indígena de los Jicaques, y ayudó a recuperar alrededor de 60 manzanas de tierra que le pertenecían a la comunidad. En esta ocasión el padre Juan fue denunciado como comunista por unos ganaderos de la zona, y fue a su vez, arrestado injustamente por los militares.

— Trabajé con el quinto batallón, con el INA (Instituto Nacional Agrario), y todas las organizaciones pertinentes hasta llegar a Tegucigalpa a hablar con el presidente de la República, precisamente para recuperar esas tierras y entregárselas a los indígenas, y por eso me llevaron preso. — dijo Donald.

Lo llevaron arrestado en un carro particular y en secreto luego de una misa que presidió en la ciudad de Sabá, hasta llegar a un campamento de norteamericanos, donde cambiaron de vehículo a uno de doble tracción y reclutaron a un “gringo” como chofer hasta trasladarlo a la comunidad de Macora en el municipio de Jocón, Yoro.

— Mientras iba en el carro, le decía al chofer gringo en inglés: “Soy un un ciudadano estadounidense a quien llevan en contra de su voluntad.” y el “gringo” respondía: “Soy americano, pero no soy católico”. Yo le contestaba: “No importa. Usted solo repórteme ¡Por favor!”. Después de eso el militar que tenía al lado nos obligó a callarnos. — nos relata el cura. — En Macora me interrogaron toda la noche, y me acusaban de tantas barbaridades mientras estaba amarrado de pies y manos, y con los ojos completamente vendados. —

Por si fuera poco el día siguiente al interrogatorio en Macora, fue trasladado hasta otro lugar en una helicóptero donde creyó que su suerte estaba destinada a terminar como lo fue para el padre Guadalupe, a quien tiraron desde una avioneta en movimiento unos años atrás. En ese otro lugar fue nuevamente interrogado e intimidado por limitares quienes al no poder obtener más información de la que supuestamente tenían sobre él, le decían que iba a ser inyectado con algún líquido para decir la verdad, o tiraban la puerta fuerte frente a él.

Fue nuevamente traslado, esta vez en una avioneta hasta otro lugar donde lo continuaron interrogando. Pasó 3 días sin comer y dormir, y fue encerrado en una celda tan pequeña que no podía ni acostarse. Pudo escuchar y asumir que alguien de importancia militar llegó al lugar porque los interrogatorios se terminaron de golpe. El padre intuyó que el interrogatorio no era basada en una acusación seria, redundante y sin fundamento porque comprendió que quienes le hacían las preguntas eran principiantes u oficiales en proceso de formación.

— Me decían: “No creas que porque muchos te quieren ver fuera te vamos a dejar salir fácilmente.” y yo muy feliz me decía: “¡Gracias a Dios! ya saben que estoy aquí”. Nos cuenta el padre Donald sonriendo.

El cura pasó preso desde el domingo hasta el martes por la noche. Esta experiencia la recuerda como “interesante”, y aunque ese adjetivo puede parecer bastante modesto para cualquiera, él lo recuerda de forma más graciosa que seria.

Meses después, recuerda haber estado en la casa de un miembro de la comunidad, y reconocer a uno de los militares que estuvieron con él durante estuvo preso. La sorpresa que se llevó el soldado fue instantánea cuando el cura se lo recordó en su propia casa.

— ¡Yo estuve ahí, pero no hice nada!” me decía el soldado en su propia casa. Pero le comenté que mi intención no era otra más que corroborarlo. — Nos cuenta Donald con tono gracioso.

A raíz de estas experiencias fue encomendado para mudarse temporalmente la parroquia de Sangrelaya en el departamento de la Mosquitia durante 3 meses. El lugar y la gente lo enamoraron de tal forma que en lugar de pasar 3 meses como había sido planeado en un principio, llegó a permanecer 7 años. Dejándose llevar por su gen aventurero, decidió caminar por toda la biosfera del rio Plátano durante varios días hasta llegar a Puerto Lempira.

— Decidí partir hacia Puerto Lempira a las 6 de la mañana, pero la gente que llegaba a despedirse de mí no me dejaba ir. Pedí que por favor me enviaran una lancha para avanzar, y fue cuando escuché el “tuuuu!” del barco que llegaba, pero que no podían salir porque no tenían piloto quien lo llevara. Entonces les mandé a decir que yo era piloto, pero por supuesto, no era cierto. — nos cuenta graciosamente el padre Donald.

En el tercer día de su viaje estando ya cerca de Puerto Lempira, me advirtieron que no continuara porque en aquel momento ya existían los movimientos y el tráfico de drogas en la zona. Cuando pensó que hasta allí iba a llegar en su travesía, encontró a una avioneta en un campo, preguntó si podían ayudar a trasladarlo, y así fue que voló hasta su destino.

Aunque su viaje por la biosfera del río Plátano había culminado, no fue así para el cura. Sus aventuras y misiones continuaron en la comunidad de Bonito Oriental, donde él da fe de la increíble y maravillosa experiencia que se llevó durante algunos años con la comunidad. Recuerda haber comenzado las misas con no más de 15 mujeres y alrededor de 8 hombres, y para el momento en que le tocó partir ya eran más de 500 personas congregadas en la iglesia de la comunidad, donde además hizo posible la construcción del hermoso templo donde ahora se reúnen.

Tras su retorno a la ciudad de El Progreso, ha seguido trabajando y cumpliendo su misión como jesuita en la parroquia de San Ignacio de Loyola, y a pesar de no contar con las mismas fuerzas para caminar, admite que de vez en cuando le gustaría poder seguir la aventura que tanto lo ha llevado a conocer las maravillas de la creación de Dios en Honduras.