Seguimos insistiendo en que estos meses nos han cambiado la vida, en que valoramos más lo que tenemos: las pequeñas cosas, las grandes y lo que hasta hace unos meses era obvio y ahora ya no lo es tanto. Nos queremos convencer a nosotros mismos de que, después de esta experiencia, hemos aprendido que no todo se puede monetizar, comprar y vender. O, me corrijo, no todo debería ser comerciable. Porque el hecho de que recientemente el agua haya comenzado a cotizar en bolsa en Wall Street, es la prueba de que, como sociedad, sí podemos ponerle precio a todo. Y lo estamos haciendo. Incluso sobre un escenario futuro, como es la amenaza de una falta de agua que afectaría a más de 50 millones de personas en 2050.
A veces, desde la comodidad de nuestros hogares, nuestros parques o nuestros campos de golf y fútbol regados a diario, no nos damos cuenta. Pero el agua es un bien tan común como escaso. Y, como tal, ha de ser disfrutado de forma equitativa, como el Papa Francisco nos recuerda tanto en Laudato si’ como en Fratelli tutti.
No podemos perder de vista que comerciar con el agua, especular con su precio, no es una mera actividad de la esfera económica. Porque ya hemos aprendido que la economía es parte intrínseca de nuestro sistema social y que lo que sucede en los mercados tiene un efecto mariposa, positivo o negativo, en nuestras vidas, en cada uno de nosotros.
Pero lo más sorprendente (o no) e indignante no es lo desapercibido que el impacto de esta noticia está pasando sino que, frente al peligro de un nivel de carencia de agua que puede afectar de manera radical a nuestras vidas y a nuestro planeta, estemos especulando su gestión y dominio en un mercado de futuro, en lugar de estar buscando, proponiendo y dando respuestas sostenibles, justas y comunes.
Porque mercantilizando el agua, estamos restringiendo el acceso a un bien común a quien más lo necesita. Y si, como cristianos, estamos llamados a constituirnos en un «nosotros» que habita la casa común (Fratelli tutti), no podemos tampoco ignorar que este reparto injusto del agua ya está provocando guerras en el Sahel, ya ha obligado a cientos de miles de familia a dejar sus hogares, a cambiar su forma de vida. Y, tan doloroso como suena, ya ha quitado la vida a millones de personas. En otras palabras, estamos dando al césar lo que es de Dios, para todos.
Fuente: Pastoral SJ