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Proceso

Dos discursos flotan en el aire inundando las cabezas del pueblo salvadoreño. Dos discursos que intentan ganar su mente y su corazón. Por un lado, están los que dicen que las instituciones importan, que la democracia está amenazada y, por tanto, hay que defenderlas frente a los ataques e intentos de destruirlas por parte de los grupos “bukeleanos”. Este discurso de la defensa de la institucionalidad es sostenido por un conglomerado social heterogéneo. En él coinciden los llamados “partidos tradicionales”, algunas organizaciones sociales, centros académicos y de investigación, iglesias, organizaciones no gubernamentales e incluso grupos empresariales. Tan heterogéneo es este grupo que en él convergen quienes se han identificado tradicionalmente con las etiquetas “izquierda” y “derecha”.

Por otro lado, están los que dicen que esas mismas instituciones han sido corrompidas, que solo sirven para defender los intereses de sus corruptores y, que representan un obstáculo para poder llevar seguridad, educación y salud al pueblo. Estos grupos se identifican, por cierto, con la vieja idea que sostiene que lo nuevo solo puede surgir mediante una “destrucción creadora”. Estos grupos sueñan con un nuevo orden político; promueven la percepción de ser los fundadores de una nueva república. Y se han trazado como plazo septiembre de 2021 para comenzar esta tarea “histórica”. Es decir, justo durante el bicentenario de la independencia de España.

Está claro que se trata de discursos que permiten a la ciudadanía hacerse una idea de las diferencias “irreconciliables” entre ambos grupos. Sin embargo, se trata de una estrategia montada también sobre una vieja idea: polarizar para simplificar la realidad. Se crea artificialmente una fractura ideológica en la sociedad para definir claramente cuáles son los bandos en conflicto. Según esta estrategia no hay alternativa posible: o se está con los que defienden las instituciones, porque la democracia está en peligro; o se está con los que quieren destruir esas instituciones porque impiden que la seguridad, la educación y la salud lleguen al pueblo.

Diversas encuestas de opinión han registrado que los bandos que en tales términos se enfrentan no tienen el mismo peso político. Quienes se presentan como defensores de la institucionalidad “democrática” parecen constituir un grupo minoritario. En cambio, quienes se presentan como los constructores del nuevo orden parecen constituir una considerable mayoría.

A poco menos de cuatro meses para las elecciones de diputados al Parlamento Centroamericano, a la Asamblea Legislativa y de Concejos Municipales, el grupo de defensores de la institucionalidad “democrática” se presenta con varias ofertas partidistas. Unas ofertas son “tradicionales” (Arena, FMLN, PCN y PDC) mientras que otras ofertas partidistas son emergentes (Vamos y Nuestro Tiempo). En el lado de los “hacedores de historia” un partido emergente (Nuevas Ideas) domina la escena con tanta fuerza que, otros partidos (CD y GANA) se comportan como sus “satélites”, giran en torno a él, reflejan su luz e incluso alguno intenta confundirse con él, adoptando colores similares. Quienes dirigen estos partidos “satélites” saben que su suerte electoral pende del partido emergente “mayoritario”. Acercarse a él es una opción vital.

Entre los partidos “institucionalistas” la situación es diferente. Cada uno quiere mantener su propia identidad y han optado por una estrategia electoral autónoma. Mientras que la relación entre los partidos “satélites” y su Hermano Mayor es de atracción, las relaciones entre los partidos “institucionalistas” son de repulsión. En este bloque, los partidos emergentes rechazan a los partidos “tradicionales”; y, entre éstos últimos se desarrolló históricamente una relación de repulsión también. En sus orígenes, el PDC creció como partido opositor al PCN; y el FMLN se desarrolló como opositor de los gobiernos de Arena. El desempeño gubernamental de estos cuatro partidos erosionó sus propias bases de sustentación. La institucionalidad que crearon y fortalecieron no significó la satisfacción de las más sentidas necesidades de la población. Y esta se rebeló contra aquellos en cada ocasión electoral que pudo, de tal manera que una vez sacados del gobierno, su destino fue compartir la posición política de oposición. Ese destino compartido les hace aparecer como un solo bloque: el de “los mismos de siempre”.

Entre los partidos “satélites” y el Hermano Mayor hay relaciones centrípetas mientras que, entre los partidos “tradicional-institucionalistas”, las relaciones son centrífugas. En la medida en que las elecciones de diputados a la Asamblea Legislativa son las más importantes de las tres que se realizarán en 2021, las relaciones centrípetas y centrífugas entre los diversos partidos se ponen de manifiesto en la inscripción de candidaturas. Puede ser altamente probable que ello tenga consecuencias en la distribución de escaños que resulte de las elecciones.

El Hermano Mayor y sus “satélites” sumarán votos para su causa, la cual es obtener la máxima mayoría parlamentaria posible, mientras que los “institucionalistas” fraccionarán el voto para su causa, que para unos es la defensa de una institucionalidad que en la práctica favoreció la corrupción y el enriquecimiento ilícito de gobernantes y funcionarios, a costa de la “comida” para el pueblo, y para otros es la operatividad práctica de una institucionalidad democrática que todavía no es. Persiguiendo su propia meta, no parece que los “institucionalistas” se den cuenta que sus relaciones centrífugas son el principal obstáculo para lograrla.

Como voceros de una especie de Ministerio de la Prosperidad, el ministro de Hacienda, la ministra de Economía y el presidente del Banco Central de Reserva hablan ya de la recuperación de la economía salvadoreña. El primero, incluso, presentó el proyecto de Presupuesto General del Estado para el año fiscal 2021 como el proyecto del “milagro salvadoreño”. La apuesta discursiva es que El Salvador tendrá una economía pujante y, por fin, el pueblo salvadoreño gozará de seguridad, educación y salud. Como producidas por una especie de Ministerio de la Verdad, probablemente las estadísticas apoyarán la versión del Hermano Mayor, indicio de una producción y gestión sesgada de los datos es lo que ha ocurrido con la información sobre la pandemia de covid-19.

El discurso de la defensa de las instituciones compite con el discurso de la satisfacción de necesidades. Para quienes tienen carencias en sus condiciones de vida, el primero de los discursos suena a “más de lo mismo”. Por eso es que ese discurso favorece más al Hermano Mayor y sus “satélites”. La mayoría de la ciudadanía ya no quiere “más de lo mismo”. Una prueba de ello fue el resultado de las elecciones de 2019. Ahora, esa mayoría piensa que “comida” solo la obtendrá apoyando al Hermano Mayor. Puede ser que una parte importante de esa mayoría esté en lo cierto porque los regímenes políticos, sean democráticos o autoritarios, para perdurar en el tiempo deben satisfacer las demandas de la mayoría de sus ciudadanos. Esto es algo que los “tradicional-institucionalistas” y sus aliados, especialmente los empresarios, no entendieron a tiempo.


* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 21.

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