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Los dos rostros del corazón de la persona humana

En palabras más cercanas diríamos que lo que revela la experiencia personal implica, por una parte, una realidad golpeada, herida, vulnerada pero también, por otra, un potencial, unas fuerzas, un “pozo” de posibilidades, un conjunto de fuerzas positivas.  Es decir, que toda persona está movida en su actuación por una mezcla de esas dos partes de su corazón:  la herida y el pozo.  ¡Y estos son los dos rostros del corazón de la persona humana…!

Es la mezcla de esas dos realidades lo que hace que cada persona sea ella misma. Es el interactuar de la parte vulnerada y el potencial de posibilidades, lo que va dando la identidad a la persona, y en dónde puede ir descubriendo cuál es el sentido de su vida y cual es su tarea en la historia.

Por esto, en la medida en la que te hagas más consciente de estas realidades de tu inconsciente[1], en la medida en la que te des cuenta de lo que brota de tu parte vulnerada y la vayas sanando, y te des cuenta de la riqueza que hay en tu pozo y lo vayas potenciando, te irás conociendo, irás creciendo y descubriendo tu verdad más honda, y a la vez, al ser una persona modificada por dentro, irás modificando las estructuras de la historia.  ¡Seguro que estas ocurrencias sí que te interesan!  Y son parte del legado que –aunque en otras palabras, propias de su época- nos dejó Ignacio de Loyola y van constituyendo el pensamiento Ignaciano.

Utilizando una metáfora bastante elocuente podrás comprender mejor esto.  Los dos rostros de nuestro corazón, nos hacen situarnos y comportarnos con nosotros mismos, con los otros, con el entorno y con Dios de maneras diferentes:  como moscas o como abejas obreras.  Darte cuenta si eres “mosca” o eres “abeja obrera” te da pistas para comprender desde qué lado del corazón vives de ordinario. 

Las moscas están en el estiércol, en lo más sucio, y lo llevan a donde debe haber mayor limpieza…  Las abejas trabajadoras extraen lo mejor de las flores, y además producen la miel que es un alimento nutritivo y un remedio fundamental para los demás. 

1.  El peso de la herida…

Empezaremos hablando de la parte herida, golpeada, vulnerada, porque a veces es la que más resalta, también porque por no conocerla nos juega malas pasadas, nos lleva a comportamientos que no entendemos y con los que nos hacemos daño y hacemos daño a las demás personas, pero sobre todo -¡y esto es lo más importante!- porque por no habernos topado conscientemente con ella, por no habernos percatado de su existencia, por no haberla desentrañado y sanado, está ahí enturbiando nuestro pozo, oscureciendo nuestras potencialidades, impidiéndonos realizar nuestros deseos más profundos.

Precisamente el peso de nuestros golpes internos no nos dejan ver la fuerza de nuestro “pozo”.  A pesar de que a veces tenemos falsas experiencias que parecen como elementos positivos, y entonces fanfarroneamos, “nos creemos” más de lo que somos, nos manifestamos como “mejores que los demás”…  Incluso algunas personas llegan a confundirse y llaman a eso tener “alta estima”…  ¡pero no!:  los metros de altura a que te encumbras son los metros del sótano en que te encuentras atrapado…

De eso golpeado te puedes dar cuenta con cierta facilidad si analizas tu vida.  Lo vulnerado brota más claramente cuando hay excesivo cansancio o presiones externas, pero también las sensaciones negativas surgen por sí mismas, como si tuvieran vida propia.  La experiencia es, en ese momento, como si lo negativo te habitara, te dominara. 

¿No es verdad que hay cosas como un peso que te llevan siempre a la negatividad, al desánimo, a la experiencia de estar como abandonado, como aislada,  como ansiosa, como angustiado…  -eso que se llama “depresión”-  y que no sabes ni porqué vienen y casi tampoco sabes ni cómo se van?  ¿No es cierto que  has  intentado acallar, muchas veces, todos esos “ruidos desequilibrantes” del vacío interno, con más trabajo, con más actividad, con drogas, con alcohol, con música, con televisión que te “distraigan”?  ¿No es verdad que quizá alguna vez has intentado preguntarte qué te pasa pero no has podido entenderte en nada y entonces has optado por espantar el malestar con cosas externas? 

Pues bien, todo eso brota de lo que llamamos el peso de la herida, el peso de lo golpeado de las primeras experiencias –que no necesariamente tienen que ser experiencias trágicas y que además, todas las personas por sanas que sean y aunque hayan tenido una infancia positiva en términos generales, lo llevan consigo-.  Cuando estamos en el seno materno nuestras vidas vienen preparadas para vivir en plenitud.  Sin embargo, ya desde ese seno podemos ir recibiendo una serie de estímulos negativos y positivos que marcan el comienzo de nuestra existencia, y que luego con diversas experiencias de la infancia van configurando nuestra parte herida. 

La necesidad fundamental que tiene toda niña, todo niño, es la de recibir el reconocimiento de su persona y sobre todo el derecho a recibir el amor incondicional de parte de sus padres –o quienes hagan el papel de ellos-.

Pero este “derecho” primario puede ser violentado de muchas maneras.  Se aplasta cuando no se acepta el embarazo de la madre… cuando no se está de acuerdo con el sexo de quien nace…  cuando se brinda amor condicionado: “te quiero si… o te quiero por…”.  Se golpea este derecho cuando los padres no creen en la niña, cuando los padres, no apuestan por el niño.  Se violenta este derecho primordial cuando no hay un clima de tranquilidad sino de zozobra.  Se maltrata ese derecho cuando no recibe esa personita el tacto adecuado, más aún cuando se erotizan las caricias, cuando se reciben castigos físicos.  Se quebranta ese derecho cuando los niños, cuando las niñas perciben los conflictos matrimoniales, cuando se sienten comparados, cuando se sienten abandonados, cuando sienten que prefieren a sus hermanos, cuando son ignorados o sobreprotegidos, etc.

Algunas ocurrencias para autoevaluarme…

¿Cuál de esas posibles causas de heridas me resuenan como si fuese la mía? ¿Cuál al leerla sentí que se me movía algo por dentro? ¿Cuál suscitó algo de tristeza, de cólera? ¿Cuáles otras causas añadiría yo como causantes de golpes en el corazón?

Es importante descubrir esto, porque es justamente el ir buscando satisfacer esta necesidad que no fue satisfecha en la niñez, la que me hace reaccionar desde esa carencia y me hace buscar –ya siendo adulto- satisfacciones como si fuese aún pequeña.

¿De quién se espera la satisfacción de estas necesidades? ¿Quiénes son los agentes provocadores de las heridas por la falta de amor incondicional?  Los principales agentes que contribuyen a la generación de las heridas son -en disposición jerárquica-: la madre, el padre, los hermanos y hermanas, los familiares cercanos.  Actitudes de los padres, frases, exigencias de comportamientos superiores a su desarrollo, sensación de ser relegado al cuidado de varios miembros de la familia, ironías, burlas, chantajes y sobreprotección.  También ambientes inhóspitos, económicamente precarios, insalubres, violentos o de guerra.  Pueden ser también momentos de intenso dolor y pérdidas afectivas tempranas.  Todas estas son algunas posibles formas de experimentar el no-reconocimiento, la no-satisfacción de las necesidades básicas, la ausencia del amor incondicional, generándose así, las heridas.

Es importante que tengas en cuenta que las heridas pueden darse por falta o por exceso.  Es decir, por la no-satisfacción de la necesidad o por la satisfacción exagerada de ésta –por la falta de atención o por la sobreprotección-.  Pueden ser por un golpe fuerte, muy intenso, o se pueden dar por la repetición constante de hechos de la misma naturaleza –una sensación de no ser querido constante durante la infancia, o de tener que hacer cosas para ganar cariño, para sobresalir, etc.-.

Estas heridas al producir una sensación de indefensión en el niño, en la niña, hacen que surjan en la ellos unos miedos básicos:  a ser condenada, a no ser querido, a fracasar, a ser comparada, a quedarse vacío, a ser abandonada, a sufrir, a mostrarse débil, al conflicto. 

Cuando se están provocando las heridas y se están gestando los miedos, en el inconsciente se está dando también, casi al mismo tiempo, la formación de los mecanismos de defensa, con los cuales el niño, la niña, quieren impedir que se le siga golpeando.  Estos mecanismos son como las murallas que pone la propia estructura psicológica para no permitir seguir siendo maltratada, para que no se le haga más daño; son barreras para que no se repita lo que se vivió en el pasado.  ¡No olvides que todo esto es inconsciente, es decir acontece en forma mecánica, involuntaria y sin darnos cuenta!.  En este momento también se forma la estructura corpórea, como la coraza, que llega a ser como el gran mecanismo de defensa

P. Carlos Rafael Cabarrús SJ

 Descargar el texto completo: Ser persona en plenitud

Fuente: Jesuitas Centroamérica Temas EFI