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“…y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, cuanto para ello le impiden…” [EE 23]

Como dijimos en el primer artículo, el Principio y Fundamento es un criterio sobre el que fundar las decisiones cotidianas. En él se separan claramente dos realidades creadas: (A) el ser humano, que tiene un ‘para’ u objetivo en la vida, y (B) las demás cosas —objetos, plantas, animales…— que deben ser instrumentos para llegar a este fin último de las personas. También Gn 1,28 distingue claramente estos dos tipos de creaturas, y cómo los demás seres están al servicio de los humanos.

Esta distinción nos ayuda mucho ante una situación de valores en conflicto. Supongamos que por la calle encontramos una cartera con dinero y algún número de teléfono. Un aprovechado enseguida cogería el dinero y se sentiría afortunado. Alguien con misericordia, en cambio, pensaría en su dueño y su sufrimiento, e intentaría buscar al propietario a través de los números de teléfono. En el primer caso, el valor que rige la decisión es el bienestar personal, que se encuadra en (B) las demás cosas. En el segundo, el valor que rige es la misericordia hacia una persona, que se encuadra en (A) el ser humano. Pues bien, el Principio y Fundamento ante una balanza entre humano y demás cosas clarifica esto: no puede sacrificarse nunca el ser humano. Solo las demás cosas son relativas, sacrificables. Es decir, si nuestro ‘para’ en la vida apunta hacia Dios como propone Ignacio, por el hecho de compararse dinero (B) con persona (A) todos deberíamos buscar al propietario y devolverle la cartera con el dinero.

Este ejemplo parece evidente porque se comparan objetos (dinero) con personas (propietario), pero cuando la decisión es entre persona y persona entrarán en juego más criterios, como el bien mayor. Lo esencial es lo sagrado del ser humano: Ignacio aplica la palabra “usar” solamente a las demás cosas, nunca a las personas. ¿Imaginamos un mundo en el que no se usaran a las personas, tal y como pide el PyF? Los estados no usarían personas al frente de guerras; los medios no usarían a sus oyentes para inculcar doctrinas, sino que informarían; las empresas no usarían a sus empleados para su propio interés en lugar del bienestar general…

Por último, el PyF nos da una medida donde fundar elecciones cotidianas: si un objeto —como el televisor— me ayuda para el fin que soy creado —descansando, informándome…— lo utilizo. Si estorba para llegar a este fin —pierdo el tiempo, crea adicción…—, lo rechazo. El criterio es simple, ¿somos capaces de adoptarlo?

Joan Morera Perich SJ

Fuente: Espiritualidad Ignaciana