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A pesar de los más de dos siglos de desarrollo del capitalismo industrializado en el sistema mundial, la cuestión del campesinado aún no se ha terminado de comprender y resolver, sobre todo en países como el nuestro. Karl Marx consideró al campesinado como el vestigio de un mundo pasado, cuyo destino sería devorado por una determinada lógica de transición hacia el capitalismo. Ello debido básicamente a las características de la estructura organizativa de la unidad de explotación campesina, incompatible con el desarrollo de las fuerzas productivas exigidas por la modernización de procesos. Karl Kautsky ve el destino del campesinado atado a su diferenciación y disolución debido a la penetración de la mercantilización capitalista, planteando con ello un severo problema sociohistórico expresado en movilizaciones políticas que tuvieron un auge y un papel determinante en nuestra historia contemporánea. 

En El Salvador, el último censo agropecuario, realizado hace 13 años y por tanto antes de la intensificación de la ola de emigración que ha ocurrido en la última década, arrojó el siguiente dato: trescientos mil propietarios de entre una y cinco manzanas de tierra. ¿Representa esto evidencia de la existencia de variados sectores campesinos? El campesinado ha sido desafiado por la lógica de mercantilización que impone el capitalismo y las condiciones de esa racionalidad, esto es, la competencia desenfrenada por obtener utilidades a través del imperativo de la productividad que gobierna, como si de una ley natural se tratase, la dinámica de los intercambios. A pesar de ello, su extinción, como fue vaticinada por Marx o declarada por Eric Hobsbawm, no se ha concretado en el llamado tercer mundo o periferia del capitalismo.

Otra ruta de comprensión fue planteada por Aleksandr Vasílievich Chayánov y Eric Wolf, quienes vieron en la economía campesina una realidad propia, autónoma, aislada de la racionalidad imperante por los mercados capitalistas. Si bien estos aportes fueron muy valiosos para una comprensión más antropológica de las unidades campesinas, hizo falta desgranar de un modo más amplio la comprensión de la integración de estas unidades en la dinámica de reproducción social del modelo socioeconómico dominante, que desde mediados del siglo XIX es el del capitalismo industrializado. Por ello, interesa entender cuál es la posición que el campesinado tiene dentro del sistema y cuál es su tendencia, es decir, hacia a dónde apunta el sector campesino dentro de la dinámica capitalista imperante.

Una de las primeras interrogantes que viene a la mente cuando se toca el tema de la participación del sector campesino en la dinámica de la formación socioeconómica es esta: ¿qué se entiende por campesino? La respuesta a esta pregunta no es un asunto fácil, y ha implicado una extensa y profunda literatura que no solo se ha limitado a las ciencias económicas y a la sociología, sino que ha comprimido más que todo un planteamiento histórico sobre cómo entender los pequeños modos de organizar el trabajo y la producción agrícola: la pequeña finca, la explotación familiar, la relación de clase, el carácter de comunidad… todas denotan lo que se comprende bajo el concepto de campesinado. Por otro lado, deben incorporarse las relaciones cambiantes con el uso productivo del suelo, que han servido para que en nuestra historia se haya expresado una amplia diferenciación entre los mismos sectores campesinos, desde aquellos que participaron como pequeños productores de cosechas de exportación, hasta aquellos que producían cereales a través de variados arreglos o contratos con grandes empresarios 

A pesar de los intentos deliberados o no por acabar con este segmento de la población, ya sea por un frente o por el otro, se ha llegado al presente momento sin poder negar su presencia y, a pesar de su deterioro y agotamiento, su peso sigue siendo crucial en la dinámica que aviva la reproducción social. No obstante esta presencia, no se puede negar lo que la evidencia empírica actual sugiere acerca del destino del campesinado: vivimos ahora bajo un régimen alimenticio dominado por la agroindustria y los agronegocios, explotaciones completamente integradas a la sociedad de mercado y, por tanto, dependientes de una relación monetizada para el intercambio de bienes y la propia reproducción social.

Desafortunadamente, la experiencia actual nos desvela que ese segmento poblacional que representa nuestro campesinado no puede seguir sosteniendo los patrones de consumo alimenticio que se han forjado en la ahora mayoritaria población urbana de El Salvador a lo largo de las últimas tres décadas. La cada vez mayor importación de maíz y frijoles a productores más grandes, que ofrecen mejores precios que los de nuestros campesinos, se ha evidenciado en el marco de la pandemia hasta un oscuro extremo, que nos demuestra otra vez que el sostenimiento de los asentamientos urbanos en El Salvador ya no reside en nuestro debilitado campesinado. La pregunta estratégica dada la actual crisis, que nos ha hecho patente el tema del hambre y la inseguridad alimentaria, es ¿qué hacemos ahora?


* Gabriel Escolán Romero, asesor de la Oficina de Asistencia Legal.

Fuente: UCA El Salvador