Evangelio del día, Juan 5, 17-30
“Jesús dijo a los judíos: Mi Padre sigue trabajando, y Yo también trabajo; y ellos tenían más ganas todavía de matarlo, porque además de quebrantar la ley del sábado, se hacía a Sí Mismo igual a Dios, al llamarlo su propio Padre. Jesús les dirigió la Palabra: En verdad les digo: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino sólo lo que ve hacer al Padre. Todo lo que haga Él, lo hace también el Hijo. El Padre ama al Hijo y le enseña todo lo que Él hace, y le enseñará cosas mucho más grandes que éstas, que a ustedes los dejarán atónitos.
Como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, también el Hijo da la vida a los que quiere. Del mismo modo, el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo la responsabilidad de juzgar, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo ha enviado. En verdad les digo: El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida.
Sepan que viene la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán. Así como el Padre tiene vida en Sí Mismo, también ha dado al Hijo tener vida en Sí Mismo. Y además le ha dado autoridad para llevar a cabo el juicio, porque es Hijo de hombre. No se asombren de esto; llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán mi voz. Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación. Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió”.
Palabra del Señor.
Compartimos una reflexión a cargo del P. Carlos Manuel Álvarez Morales, S.J.
Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación
La salvación que Dios nos ha prometido a través de su Palabra es una realidad, y el Señor no se retracta de ello; pero para que esa promesa salvífica se concretice, nos toca a nosotros trabajar arduamente por nuestra propia salvación. Jamás llegaremos a ser condenados por Dios, pues todo depende de nuestra manera de vivir, lo que quiere decir, que somos nosotros mismos quienes vamos haciendo posible nuestra salvación o nuestra condena, dependiendo de cómo vivamos.
Si confío plenamente en el amor de Dios y en la salvación que me ha prometido a través de su Palabra, no puedo vivir desde el miedo, pensando que me voy a condenar al final de los tiempos, pues pensar de esta manera sería algo contradictorio al amor y a la confianza que digo tener en Dios. Si vivo de una manera coherente y en fidelidad al Proyecto del Reino de Dios, no tengo nada que temer, pues desde ya estoy haciendo mía la salvación prometida.
¿Qué considero que desde ya estoy haciendo para obtener la salvación que Dios me ha prometido a través de su Palabra?, ¿qué miedos, venidos del mal espíritu, me han agobiado el corazón, haciéndome creer que no soy digno de la salvación?