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Ismael Moreno S.J.

Lo decimos de un porrazo: en vulnerabilidad ambiental estamos peor que cuando ocurrió el Mitch. No hay necesidad de que ocurran fenómenos de tan alta magnitud para quedar con el agua al cuello. Y todavía más: se profundizó la mentalidad limosnera y el “mal político” de encerrarnos en nuestras propias angustias, y esperar que las soluciones nos vengan de otro lado. De los políticos, de las iglesias, de la cooperación, de Estados Unidos, de la lejana China.

Con el Mitch aprendimos muchas cosas hermosas sobre el mundo actual: el despliegue de solidaridad nos dejó en claro que la sensibilidad sigue siendo un motor en sociedades que parecen insensibilizadas, como ocurre en estos días de movilizaciones mundiales en solidaridad con las miles de víctimas, especialmente en la Franja de Gaza. 25 años después, sigue muy viva en la memoria, no sólo las tremendas inundaciones de agua y lodo, sino la inundación de solidaridad que decenas de países y organizaciones internacionales volcaron en atención a los miles de damnificados.

A la par de la inmensa solidaridad internacional –salvando no pocas, notables y honrosas excepciones–, la respuesta de la inmensa mayoría de comerciantes, potentados, políticos y pastores tuvo mucho de mezquindad e incluso aprovechamiento de la calamidad para sacar ventajas a favor de sus ganancias, negocios y campañas proselitistas políticas y religiosas. La respuesta muy difícilmente rompió la barrera de la limosna o la dádiva.

Es cierto que no podrá existir una solución integral a la problemática nacional sin el concurso de la comunidad internacional y el empresariado privado. Pero mientras no exista un compromiso nacional y una entrega comprometida de los diversos sectores del país, el apoyo internacional será siempre un engaño y un retraso para el bienestar de la sociedad hondureña. No sólo eso. Mientras no ocurran transformaciones institucionales políticas y jurídicas de fondo en el país, el concurso internacional normalmente correrá el riesgo de ser un factor de mayor acumulación de capital y de corrupción y, por consiguiente, redundará en aumento de la exclusión social.

No hay mal que por bien no venga, y como recuento de lecciones, el Mitch nos dejó la tarea de hacerle frente a la siguiente asignatura: sentar las bases de una nueva institucionalidad política y jurídica sustentada en la responsabilidad y plena participación de todos los sectores de la sociedad. Por muy grande que sea la cooperación internacional, nada o muy poco cambiará si la misma entronca con la mezquindad y ausencia de responsabilidad social por parte de las actuales elites empresariales y políticas hondureñas.

El Mitch sigue siendo un formidable punto de referencia para saber cómo articular la cooperación internacional, la responsabilidad y participación de los diversos sectores de la sociedad en la construcción de una propuesta nacional desde la cual hacer frente a los desafíos de la vulnerabilidad económica, ambiental, social y política que nos conduzca progresivamente a una Honduras en donde todas las personas gozan de iguales oportunidades y todas por igual corren los mismos riesgos.