Por Cipriano Díaz Marcos, SJ
Asistente del Padre General para Europa Meridional
El 31 de julio de 2022, apenas hace unos días, la Compañía de Jesús en Loyola, de la mano de su General, P. Arturo Sosa, celebraba la conclusión del Año Ignaciano, que se abrió en Pamplona el 20 de mayo de 2021, en el quinto centenario de la herida sufrida por Ignacio de Loyola. El P. General en su homilía final nos ha recordado el hilo conductor que ha movido este aniversario: “pedir la gracia de ver nuevas todas las cosas en Cristo”, para que nuestra mirada sea semejante a la que tuvo el Señor y que nuestros comportamientos y decisiones se inspiren en esa misma voluntad del Padre que Ignacio incansablemente buscó y encontró. El Año Ignaciano ha querido ser una peregrinación espiritual, aprendiendo de la experiencia del santo fundador en su camino de conversión hacia Dios.
Para una institución como la Compañía, que tiene tras de sí una tradición de siglos, este aniversario debía ser oportunidad para agradecer los dones recibidos y ser más humildes. Es decir, oportunidad para mirar nuestras raíces ignacianas, creciendo a lo profundo; y hacerlo con humildad, porque celebrar cinco siglos de historia podía llevarnos a vanagloria y “crecida soberbia” a poco que nos descuidáramos.
El demonio principal a combatir en este “año” era la autoreferencialidad, la tentación de que este aniversario fuera ocasión para ser “mirados y reconocidos” más que para dejarnos mirar por el Señor; o evitar que esta memoria de gracia nos llevara a sacralizar espacios donde el santo nunca hizo “morada”, sino que pasó por ellos como peregrino en un continuo desplegarse hacia Dios; o convertir el centenario en una vorágine de actividades que impidieran centrarse en lo esencial, en la llamada a la conversión afectiva del corazón. Por tanto, el deseo de transitar por este tiempo debía hacerse con verdadero examen espiritual para no quedar atrapados en la superficialidad.
Un año para poner en el centro los estudios ignacianos y la oferta de su espiritualidad, la reflexión serena y su acomodación al presente, para profundizar en el discernimiento y el acompañamiento espiritual, haciéndonos un poco más expertos en la vida del espíritu. Pero un año, sobre todo, para renovar el deseo de que nuestros comportamientos y decisiones fueran inspirados en la voluntad del Padre que Ignacio incansablemente buscó y encontró.
¿Ha sido el Año Ignaciano un tiempo de crecimiento espiritual e institucional? ¿Hemos tenido la ocasión de contemplar con hondura la obra de Cristo en Ignacio? Todavía es pronto para evaluar lo caminado, que ha sido mucho, pero estoy seguro que el corazón de este cuerpo apostólico ha deseado vivir más desafiado por el futuro que autocomplaciente con su pasado. Ese ha sido, creo, el deseo sincero de todos.
“Ver nuevas todas las cosas en Cristo”. “Ver en Cristo” habla de aplicación de sentidos, de conocimiento interno e iluminación, para seguir mirando la realidad, no como un cúmulo de dificultades atravesadas de violencia y desesperanza, sino discretamente abiertas a lo trascendente en el “aquí y ahora”. “Ver en Cristo” para seguir sirviendo desde una espiritualidad apasionada por el mundo, que peregrina con los ojos abiertos y tiene amor a lo visible. “Ver en Cristo” para saber que todo es gracia.
Algo concluye, pero esperamos que el impulso permanezca, porque convertirse es la tarea de una vida.
Resumen de la clausura del Año Ignaciano (video en español)
Fuente: Jesuitas Global