¡Cuánto más y cuán mayor bien podríamos hacer los jesuitas si pudiéramos pensar y actuar como un solo cuerpo apostólico!
¿Qué nos pasa a los jesuitas que en tantas ocasiones tenemos una grande voluntad -y no sin frecuencia la capacidad- para colaborar y trabajar con otros especialmente laicos y laicas, pero que al mismo tiempo demostramos tan poca capacidad para interesarnos e involucrarnos en iniciativas comunes?
Sin duda que generalizar no es correcto; y que muy probablemente los compañeros que se interesen por leer este texto y compartan mis reflexiones viven no sólo preocupados por esta situación, sino que hacen esfuerzos por cambiar personal y comunitariamente. No tengo duda, tampoco, de que muchos laicos y laicas, religiosos y religiosas (sacerdotes) y otras personas no creyentes que se unen a nuestra misión perciben con claridad y no sin estupor -y a veces con escándalo- esta realidad.
Soy consciente de que este problema no es, tampoco, patrimonio jesuítico. No sin frecuencia los católicos somos luz de la calle y obscuridad en la casa. Respondemos más natural y fácilmente a los patrones individualistas y “protagonistas” que a las invitaciones evangélicas de pensar y actuar como un solo cuerpo (1ª Cor 12, 14ss); nos dejamos convencer por los argumentos mundanos de la eficiencia en lugar de creer y apostar por la eficacia del evangelio (la de la levadura); confundimos nuestra vocación a seguir y a servir a Jesucristo crucificado con una función, en la cual terminan imponiéndose -bajo las más refinadas razones posibles- los intereses personales o institucionales. Y cada uno termina trabajando por su lado.
Pero ¡cuánto más y cuán mayor bien podríamos hacer los jesuitas si pudiéramos pensar y actuar como un solo cuerpo apostólico! ¡Cuánto más y mayor sería el impacto de nuestras acciones si pudiéramos trabajar juntos, colaborar no sólo con otros o abrirnos a la colaboración de otros, sino c-o-l-a-b-o-r-a-r entre nosotros, con una aceptación humilde de que el bien hecho juntos -cordialmente unidos- es bien mayor, sin distraer nuestras fuerzas y dispersar nuestra acción! Mucho tenemos que aprender no sólo y principalmente del evangelio (fuente original de nuestra diaria inspiración) sino también de tantas otras iniciativas y organizaciones que aseguran lo corporativo como una manera de SER que garantiza sus objetivos. Los nuestros son infinitamente más dignos, más altos, más santos… y merecen toda nuestra religiosa sumisión en aras de Su Misión (la del Cristo).
La primera de las preferencias Apostólicas promulgadas por el P. General es un campanazo de alerta que nos dice que esa conversión no sucederá si no vivimos el espíritu de los Ejercicios y la práctica cotidiana del discernimiento. Este tiempo de Pascua es La Ocasión propicia para dejarnos interrogar por Dios y por la realidad, y abrir nuestra manera de entender y de proceder a los impulsos de El Espíritu que nos invita a Ser un Cuerpo: el que tiene a Cristo por Señor y a nosotros, todos, llamados a co-laborar en Su misión.
Roberto Jaramillo Bernal, s.j.