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Leo que uno de esos efectos inesperados de la pandemia es la multiplicación del interés en los jóvenes estudiantes por las carreras científicas. Las relacionadas con la biología, farmacia, investigación, ingenierías biomédicas, parecen suscitar ahora mayor interés que antes, y reemplazan como foco de interés a las que hasta hace un par de años parecían más atractivas. Esta influencia del contexto en la vocación no es nueva. Hubo una época en que, teniendo el ejemplo (idealizado, todo sea dicho) de CSI, la demanda de plazas en medicina forense y criminología se multiplicó. Parece que nos atrae lo que vemos, y también lo que percibimos como necesario. Es verdad que, a la hora de elegir carrera, entran muchos elementos: las posibles salidas que se ven, las tendencias sociales, la utilidad percibida, los propios gustos e intereses, descubiertos (ojalá) en la juventud…

Queremos ser útiles. Queremos desempeñar una labor que merezca la pena. Queremos cubrir algún hueco que la sociedad valore. Al mismo tiempo anhelamos que esa labor, a la que vamos a dedicar buena parte de nuestra vida (si no toda), nos proporcione algunas dosis de realización personal –lo que normalmente se dice cuando alguien expresa: «quiero hacer algo que me llene»–. Nos importa acertar al elegir, pues, ¿quién querría descubrir, a mitad de trayecto, que está en el camino equivocado?

Lo cierto es que todos esos elementos, gusto, valoración, utilidad, recompensa, inclinación personal, aprecio social, o tendencia forman parte de algo tan complejo como encontrar tu lugar en el mundo, o dicho con otros términos, pasan por descubrir tu vocación. Porque sí, el trabajo se puede vivir tan solo como tarea, un desempeño por el que recibirás una compensación y con el que dejarás algo así como una huella en forma de realizaciones concretas. Pero se puede vivir como algo más. A eso (con el ‘más’ añadido), lo llamamos vocación. Sentir la vocación para hacer algo va más allá del trabajo. La vocación no responde a la pregunta, ¿Tú qué haces? En realidad responde a algunas preguntas mucho más profundas. Quizás la principal sea ¿Quién eres? Más aún, ¿quién quieres llegar a ser?

Un verdadero médico no lo es solo unas horas. Lo es siempre. Un educador no lo es solo en el aula. Lo es cada vez que tiene delante alguien con quien ir tejiendo futuro. Un científico no lo es de las puertas del laboratorio para dentro, sino que sus preguntas, curiosidad, anhelo por saber, sigue ahí ante mil estímulos del día a día. Cuando además hablamos de vocación con un sentido religioso añadimos el que sentimos que ese lugar en el mundo es un lugar querido por Dios, que corresponde a los talentos que uno ha recibido, y que tiene que ver con una forma concreta y precisa de hacer real aquello en lo que crees.

Quizás episodios esporádicos o tendencias del momento despierten vocaciones dormidas, o sean tan solo espejismos de temporada. Pero está bien buscar. Porque la pregunta por la vocación, tomada en serio, es quizás una de las preguntas más necesarias, arriesgadas y definitivas que podemos hacernos.

José María Rodríguez Olaizola, sj

Fuente: Pastoral SJ