Vamos inaugurando una sociedad en la que lo extraordinario no será ya estar conectado, sino no estarlo. Aún tenemos que contratar, pagar, configurar, conectar… para acceder a la red. Pero dentro de poco estaremos conectados por defecto a la red cibernáutica, sin hacer nada, de la misma manera que estamos conectados por defecto a la red hidráulica o a la eléctrica. Pronto todos los rincones y recovecos del planeta tendrán cobertura. Una gran y única manta cubrirá el planeta (en Francia una couverture es una manta).
Una red global se encargará (se encarga ya) de cubrir todas nuestras necesidades e inquietudes. Lo hace bastante bien, aunque con una trampa: satisface en exceso la necesidad de pan, mientras va acallando por defecto la necesidad de palabra. “Démosles mucha información – dijo Dios.net –, y que así no sepan nada; démosles a mirar muchas imágenes, y que así no vean nada; démosles sensaciones de impacto y continuadas, y que así no sientan nada.”
Ahora la red reemplaza a Dios, es el magma informe en el que “vivimos, nos movemos y somos.” Ella nos lo da todo: conversación, amistad, conocimientos, emociones fuertes, alimentos y el último gadget tecnológico. Racionado y en dosis precisas, ella nos da el maná: ya no necesitamos nada. Cubiertos por Dios.net, no necesitamos a Dios. Pero una felicidad dosificada, no es feliz. Se pueden tener todas las necesidades cubiertas, menos una. La necesidad de plenitud no se cubre nunca del todo, porque hay la muerte. Morimos en lo mejor de la fiesta y eso no lo puede cubrir ninguna compañía de seguros y ninguna alienación, por eficaz que parezca. Eso: o nos hunde o nos acerca a Dios. Sólo Dios puede cubrir ese anhelo insaciable de plenitud. Cubrirlo sin falsas coberturas, dejándolo al descubierto.
Para encontrar a Dios, entonces, habrá que recobrar primero la necesidad de buscarle. Habrá quizás que hacerle un agujero a la manta, salir de Egipto, atravesar el desierto, soltar amarras y remar, abandonar las redes e ir tras él, pasar sin madriguera y sin nido, poner las manos en el arado y no mirar atrás. Para encontrar a Dios en un mundo globalmente cubierto, habrá quizás que arriesgarse a vivir sin cobertura.
Fuente: Pastoral SJ