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Esto no es un manifiesto suicida ni la crónica de una terrible profecía, es sencillamente la constatación de una situación que tarde o temprano se acaba imponiendo: vivir no es para tanto, al menos como nos lo venden a menudo. No estoy diciendo que no merezca la pena, simplemente que no es para tanto. Unos se dan cuenta a los veinte, otros a los treinta, cada vez más a los cuarenta y algunos nunca lo hacen. Como un costoso jet lag descubres que la vida es bastante más dura de como te la imaginaste, o que quizás tu realidad dista mucho de las quimeras de tu adolescencia. Que lo que iba a ser un cuento de hadas, más bien es un tragicomedia donde el protagonista sale al paso con bastante dificultad.

El mundo nos inocula día tras día que podemos ser perfectos, felices y eternos, siempre en modo low cost. Sin embargo, vivir no es para tanto porque en ocasiones nos imaginamos en una novela romántica hecha a base de retales de otras historias que poco o nada tienen que ver con nosotros. O vivimos distraídos por espejismos que nos impiden ver lo bueno que nos ofrece nuestro propio presente, por triste que pueda llegar a ser. Y sobre todo que hasta las personas a priori más plenas tienen sus dosis de sufrimiento, duda e incertidumbre. Y es que muy poca gente es capaz de enseñar con maestría de qué va el arte de vivir.

Aunque duela conviene recordarnos que los auténticos sueños son aliados que nos sirven para avanzar y para sacar lo mejor de nosotros mismos, nunca para imponernos unas expectativas que jamás podremos cumplir. No es rebajar la pasión, es aceptar y apostar por el ahora y buscar nuestro camino para servir a los demás. La vida sí merece la pena, de principio a fin, pero no la que nos vende la cultura de la imagen, más bien la que podemos construir con nuestras propias decisiones, a base de esfuerzo, generosidad e ilusión. Las personas realmente felices son aquellas capaces de dar la vida por los otros, por encima de aquellos que viven en escenarios de ensueño y aparentemente están libres de problemas. Estamos llamados a escribir un bonito relato lleno de nombres, con motivos para luchar y con un sentido más allá de la dificultad, porque vivir no es para tanto, pero realmente merece la pena.

Álvaro Lobo, sj

Fuente: Pastoral SJ