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Antes de encontrarnos

Raquel: “nunca he podido compartir en pareja mi espiritualidad, y eso me frustra. ¿Es posible mantener una relación en la que no comparta mi experiencia de Dios?”

Javier: “concibo mi vida de la mano de Dios y tomando mis decisiones con él; eso me hace sentir que voy por donde quiero ir.”

El encuentro

Nos conocimos una Semana Santa en la que cada uno, por separado, decidió encontrarse con Dios esos días tan importantes en un contexto de marginación. En aquella experiencia Dios se hizo presente de una forma tan intensa que movió los corazones de todos los que estábamos allí. Fue una llamada a la transformación, a ser ciudadanos activos del Reino de Dios, especialmente en nuestra manera de mirar al mundo y de relacionarnos con el resto de las personas. En medio de algo tan lleno de amor y autenticidad nos encontramos los tres: Javier, Raquel y Dios.

La vida compartida

Para nosotros, la vida compartida es un regalo continuo lleno de verdad, de amor, de inquietudes, de dificultades… de Vida con mayúsculas. Buscamos de la mano una relación en la que nos ayudemos a crecer mutuamente, desde la libertad, y nos sirva para acercarnos a Dios. Dejándole a Él un espacio presente entre nosotros, encontramos un camino que llena de sentido nuestra Vida compartida.Todo esto se manifiesta en nuestro día a día de muy diversas formas. Para nosotros, un pilar importante de nuestra relación, la del uno con el otro y con Dios es el plantearnos nuestra vida en comunidad. Tenemos el privilegio de formar parte de una comunidad estupenda, que nos enriquece y nos acerca a lo importante. Nos sentimos acompañados y queridos por ella, nos mantiene despiertos en Dios, renovamos juntos su Palabra, creamos un espacio donde compartir desde lo profundo y esencial. En ella, las palabras Hermanos y Padre cobran total sentido, y nuestra relación de pareja encuentra un lugar donde alimentarse, inspirarse y descansar. Pero en la relación también hay momentos de desencuentro, y el afrontarlos desde la certeza de que Jesús está acompañándonos marca grandes diferencias. Mirar al otro desde nuestra relación con Dios permite que le veamos de una manera más auténtica y preciosa; cuántas veces nos miramos y no nos vemos… Poner presente a Dios es encender una lucecita profunda de comprensión y aceptación.

Al final, esta forma de vivir nuestra relación de pareja lo impregna todo: nuestra misión, nuestro proyecto vital, las relaciones que tenemos, nuestro trabajo… Poco a poco estamos creando una identidad de pareja desde Dios.Es verdad que en ocasiones es un camino exigente y difícil, a veces complicado de compartir con otros. Sin embargo, es un camino lleno de amor, de transformación, de sentido, de alegría. Toda una serie de ingredientes que nos hacen estar seguros de que merece la pena esta relación de tres.

Raquel Abad y Javier Troyas

Fuente. Pastoral SJ