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Comenzamos este periodo de Adviento de la manera más especial: con una circular de la Comisión Europea que invita a no desear «Feliz Navidad», sino «Felices Fiestas». El motivo: no herir sensibilidades, ser inclusivo.

Sorprende cómo hay una parte de la política institucional que insiste de manera tan frontal en desvincularse de su tradición cultural y religiosa. Pasamos de una cultura eminentemente cristiana a otra en la que la religiosidad convive con todas las sensibilidades. Y a las instituciones se le pide, como única obligación al respecto, ser neutrales.

Lo que ocurre es que neutralidad no es renuncia. Casi todas las sensibilidades caben y pueden caber en el proyecto de Europa. Los fundadores de la Unión (democristianos, socialdemócratas y liberales clásicos), trabajaron por un proyecto en el que cupieran los más posibles. Y lo hicieron desde la perspectiva humanista cristiana, propia de la Historia de Europa.

Poder felicitar con naturalidad una fiesta que es cristiana no es solo un derecho de los creyentes, es un reconocimiento social a una Historia, con mayúsculas, que nos ha traído hasta donde estamos hoy (el mayor espacio geográfico de libertad del mundo y el periodo de paz más largo de la historia, posiblemente). Negarse a celebrar la Navidad como lo que es, es renunciar a todo esto.

Pero es que, además, los creyentes tenemos derecho a que la neutralidad de las instituciones sea positiva, acogedora, inclusiva también con quienes creemos. Nadie se ofende por felicitar la Navidad en Navidad. Igual que nadie se ofende por felicitar el Ramadán en Ramadán; Hanuka en Hanuka, etc. Por no hablar de las distintas reivindicaciones sociopolíticas que desde las instituciones se nos bombardea de manera permanente. Libertad es poder hablar de todo en público (con el límite de la dignidad humana, huelga decir).

Que la Unión Europea es un espacio laico no significa que sea un espacio laicista. Nadie reivindica la vuelta a la Cristiandad: ese espacio en el que el Cristianismo es religión oficial y lo demás queda relegado. Ni ya se puede volver a ello ni siquiera es deseable. Lo que no se puede aceptar como si tal cosa es que se arrebate el significado religioso a una fecha eminentemente religiosa.

No creo que haya que recordar que en Navidad se celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, de Cristo. Y si no es eso, la Navidad no es nada. Una reunión familiar más, una comida con los amigos, una fiesta excesivamente cara.

Pablo Martín Ibáñez

Fuente: Pastoral SJ