11 de febrero: Jornada Mundial del Enfermo, propuesta a la oración de todos por el Santo Padre. En 2021 será la 29ª edición. Y ¡qué sentido tiene la oración por los enfermos – y por quienes los cuidan y acompañan – en este tiempo de la pandemia de Covid-19! El Papa Francisco, al hilo de sus recientes enseñanzas sobre la fraternidad universal, ha querido atraer nuestra atención sobre este versículo del Evangelio de Mateo: “Uno es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). En dicho versículo reside la relación de confianza que es la base del servicio a los enfermos.
En las enfermerías de la Compañía de Jesús, muchos jesuitas disfrutan de ese clima de confianza con el personal y con los demás miembros de su comunidad. Aquí en Roma, al lado de la Curia Generalicia, en la Residencia Canisio, nos encontramos con el P. Ernesto Santucci (Provincia Euromediterránea) que ha tenido la amabilidad de dar testimonio de lo que está viviendo ahora, mientras recuerda lo que ha vivido durante sus muchos años en la Compañía.
Alcanzar el cabo de 70 años en la Compañía de Jesús no está al alcance de todos. Lo pasé en 2020, casi sin darme cuenta.
Echando la vista atrás, puedo decir que el Señor se ha portado conmigo. Me llevó de una vida más bien “burguesa” a otra casi siempre “en la calle”. En los notorios callejones de los “Quartieri Spagnoli” de Nápoles, descubrí una humanidad degradada: jóvenes sin apoyo familiar que vivían al ritmo del robo, la prostitución y la cárcel. En una comunidad de acogida, traté de dar a muchos de ellos afecto, comprensión, la ayuda de la que me sentía capaz. Redescubrí en mí la dimensión paternal, importante para el verdadero amor. Y después también en una comunidad terapéutica, una de las primeras en Italia, siempre en contacto con personas que han perdido su dignidad y malgastado su vida.
Ahora bien, el Señor me mostró otro camino: la dimensión misionera. Albania se abría a la libertad, después de tantos años de opresión por parte de una dictadura feroz y despiadada. De los 60 a los 80 años, trabajé en la reconstrucción del tejido de la fe. Y, de vuelta a Italia, pasé tiempo en el confesionario en el ministerio de la reconciliación.
Después, el Covid me ha privado de esta última actividad apostólica: y, al principio, me encontré un poco perdido, pero luego descubrí que el Señor me regalaba un último período de mi vida, no menos importante que los anteriores. El Señor Jesús me estaba diciendo: “Hasta ahora has estado dirigiendo tu propia barca. Ahora tienes que dejar de remar y debes dejarte llevar hacia donde yo quiero que vayas…”
Descubrí el sentido de mis propias limitaciones, la debilidad, la enfermedad. Todo es don, todo es gracia. Vivo serenamente, esperando el día en que seré llamado. Percibo como nunca antes el sentido profundo de “Sume et suscipe”, “Tomad, Señor, y recibid”, esa oración tan central que nos dejó nuestro padre Ignacio. Me abandono en los brazos de mi Señor, confiando en su misericordia.
Estoy rodeado del cariño de mis compañeros a los que intento transmitir el sentido delMagis ignaciano. No sólo rezo “por la Iglesia y la Compañía”, el estereotipo utilizado en nuestros catálogos para quienes han llegado a esta etapa, sino que rezo por el mundo entero, por todas las personas que me han acompañado en la maravillosa aventura que ha sido mi vida.