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Qué época más rara y fea. Porque, aunque queramos buscar el lado bueno, qué lado bueno tiene dejar de ser como (por suerte) podíamos ser. Tan de acercarse, tan de mirarse y poder identificar tanto unos ojos como una boca. Y es que sólo podemos adivinar por la mirada, que está muy bien pero, ¿dónde está el resto? Fuimos personas completas que ahora abandonan por el camino rasgos necesarios para poder ser con el otro a cambio de ser con uno mismo porque esta pandemia nos hemos vuelto seguidores incondicionales de la primera persona del singular.

Da pena dejar de ser como éramos cuando, entonces, éramos muy felices. Nos quejábamos, como siempre, porque quiénes seríamos sin quejarnos. Nos llamaban idealistas cuando éramos realistas. Y es que ahora, la felicidad no se cuenta como antes. Y es que, ahora, aparte de perder visibilidad, de perder contacto y gestos de afectividad, hemos ganado en miedo. Y con el miedo perdemos todo lo que un día ganaron nuestros padres por nosotros: la vida.

Ayer hablábamos, a dos metros de distancia (claro), que no nos imaginamos cómo será volver a dejar de usar mascarillas. Volver a dejar que la espontaneidad nos consuma, porque así éramos nosotros. Y, sobre todo, comentábamos con el aire intelectual que te da a veces la franqueza que en el fondo prefieres no creer (y que por eso mencionas sin llorar a moco tendido), que podía pasar perfectamente que estuviésemos ante una nueva forma de vivir que jamás volverá a lo de antes. Y que olvidaremos lo que somos, que no hay nada peor.

Y es que, si no tenemos cuidado, podemos morir en el sentido más estricto de la palabra. Pero si no queremos cuidar, moriremos sin morir, que es lo peor que te puede pasar viviendo. Qué angustia perder tanto que ya no merezca la pena ni siquiera vivir. Qué angustia individualizar tanto los momentos que dé igual que existan o no.

Esto no va de salir, de hacer exactamente lo de antes, aunque ojalá. Simplemente por el hecho de preocuparnos por aquellas cosas tan banales que antes nos preocupaban porque significaba que estábamos bien. Esto va de cómo no dejar de ser como éramos cuando todo lo demás nos lo pone difícil. Cómo conseguir la afectividad que se considera repulsiva. Cómo mantener la esencia de lo que somos en un mundo que complica aún más todo lo relativo al amor.
Me da miedo porque hace frío y, a veces, de verdad.

Clara de Juan Bañuelos

Fuente: Pastoral SJ