“Buscamos servir, más que ser servidos”
Huellas del Hermano Rolando Córdova, S.J.
Por: Antonio Aguilera en Gustar Internamente
F. Antonio: – ¿Cómo era Rolando antes de entrar a la Compañía? ¿Cuáles eran sus sueños?
F. Rolando: – Era alguien muy dado al jolgorio. Luego, tuve un accidente en el que estuve a punto de perder la vida. Estaba con unos amigos con los que veíamos la vida demasiado fácil. Después de una noche de jerga, al regreso, el carro dio vuelta. Esto representa un antes y un después para mí. Me llevaron al hospital, anduve cuello ortopédico por quince días y me quedó una cicatriz. Pasé mucho dolor. Por ese tiempo yo estaba sin trabajo. Hubo un amigo, que me vio así, muy mal, con los esparadrapos en mi cabeza. Yo estaba en un parque esa tarde. Él me preguntó qué me pasaba. En la plática, me invitó a un retiro. Yo estaba muy sensible, por todo lo que ocurría en mi vida. Estando en el retiro, él me regaló una biblia. En aquel ambiente descubrí algo que no había vivido antes. Comenzó a darse un giro interior. Visitaba más la Iglesia. En ese trayecto, comenzó a surgir dentro de mí una inquietud mayor de buscar la vida religiosa. Pero era algo que dejaba escondido. Le hablé de aquellas inquietudes al P. Xavier Aguilar, S.J. Y me habló de la Compañía de Jesús. Me explicó que en la Compañía existían sacerdotes y hermanos. Aquello me sorprendió, porque tradicionalmente uno está acostumbrado a conocer la vocación del sacerdocio solamente. La vocación del Hermano es muy poco conocida. Le pregunté entonces un poco más. Él profundizó hablándome de las dos opciones. Mi vida antes de entrar a la Compañía era dedicada al trabajo de la soldadura. Y cuando él me estaba hablando de todo eso, me sentí identificado con los hermanos, porque veía que había una vida de mucho trabajo. Luego quedamos en irnos reuniendo más constantemente. Entonces fui viendo la posibilidad de entrar con los jesuitas. Pasando unos cuatro meses, me presentó al Maestro de Novicios, el P. Néstor Jaén, S.J. Me preguntó si estaba dispuesto a entrar en aquel estilo de vida. Mi familia ya conocía de mi interés y vieron un cambio bastante radical en mis actitudes. Ya no era aquel jodedor que llegaba los días sábados medio a pichinga. Y cuando le conté a mi mamá de mis inquietudes, le pareció bien. Estaba contenta con los cambios de vida en mí. Néstor me puso en contacto con el provincial de aquel entonces, el P. Valentín Menéndez, S.J., y entré posteriormente al proceso de postulantado. Fueron seis meses, antes de entrar al noviciado. Vivía en la comunidad de Santa Tecla y al mismo tiempo trabajaba con el Ministerio de agricultura. Llegando del trabajo visitaba con el P. Javier a los refugiados que venían de la guerra, de Chalatenango y de Morazán. Me comencé a sentir identificado desde mi labor de obrero que iba más allá, que procuraba transmitir un conocimiento desde la cercanía. Allí conocí la dinámica, la manera de ser de la Compañía. Conocí a jesuitas mayores, con ellos al Hermano Magdiel, S.J., quien era el último hermano que había entrado a la Compañía en Centro América. Se dio el retiro para ser aceptados en la Compañía y vi con claridad que antes no tenía anhelos para vivir mi vida. Simplemente vivía por vivir, sin sueños.
– Pero al vivir aquel proceso de búsqueda -continúa F. Rolando-, comenzaron a surgir cosas interesantes. Gracias a la labor pastoral mi vida fue adquiriendo un sentido. En el retiro de admisión me dijo el provincial que había sido aceptado. Esa noche fui con mi madre y le comuniqué la noticia. Y me dijo ella una frase muy bonita: “Si eso te hace feliz, hacelo; pero, hacelo bien”. Éramos dos quienes entramos pera ser hermanos, después de quince años sin vocaciones para Hermano. Luego se sumó otro que iba para escolar, entonces fuimos tres. Yo vi a la Compañía como un lugar de servicio, de entrega. Y me sentí realizado. Y, aunque yo nunca fui alguien que amara los estudios como para verme como un tipo que despuntaría académicamente, al entrar al noviciado y ver que había que estudiar con rigurosidad, me comencé a cuestionar por todo el tiempo que perdí por no haber estudiado. Le fui encontrando sentido poco a poco. Me ayudó a descubrir que la vida consiste en descubrir por qué y para qué estamos en este mundo.
F. Antonio: – Me llama la atención que al entrar a la Compañía descubriste la importancia de tener sueños en la vida. Decís que antes vivías sin soñar y con el tiempo eso se fue transformando. ¿Cómo fuiste encontrando que tu vocación para Hermano era lo que te plenificaba?
F. Rolando: – Néstor, desde que comenzó como Maestro de Novicios, no había tenido una vocación para Hermano. Eso fue un reto, tanto para él como para mí y los que íbamos para hermanos. Agradecimos mucho que en la comunidad del Colegio Javier había dos hermanos. El Hermano Eugenio Sáenz, S.J. y el Hermano Ramos, S.J., (Romerito, le decíamos). Yo me fui acercando a ellos, para conocer un poco su dinámica y preguntarles cómo habían encontrado su vocación. Ellos me hablaron de su experiencia de trabajo. Tanto el Hermano Eugenio como Romerito, aun dando clases en el Colegio, siempre estaban al servicio de la comunidad, pendientes de los demás. Eso me ayudó a ver que la vocación del Hermano es una entrega a la vida espiritual desde servicios concretos. Allí se fueron ordenando un poco mis sueños. Durante el mes de Ejercicios revisé si ser jesuita era o no para mí, si la vida como Hermano o no. Néstor me dijo una cosa: “No tomés una decisión ahora. Elegí hasta fin de año. Pero, seguí orando. Porque tenés varias opciones, la Compañía te apoyará en lo que escojás”. Luego, después de mi primer año de noviciado, fui enviado a Honduras de experiencia. El Hermano Jaime O´leary, S.J., estaba comenzando el Instituto Técnico Loyola, que era conocido como el Estaban Moya, que quedaba cerca del Instituto San José. Allí fui con un compañero llamado Medina. Y nos tocó la mudanza que hubo del antiguo Instituto Esteban Moya a lo que es el actual Instituto Técnico Loyola. Me ayudó ver al Hermano Jaime en su deseo de sacar adelante a aquellos jóvenes que no tenían bachillerato, pero que accedían a un oficio que les permitiría trabajar y seguir estudiando.
-Esa experiencia fue muy gratificante -sigue contándome F. Rolando-. Comencé a ver la gran labor que un Hermano puede realizar. Que no solamente está con los otros, sino que ve sus capacidades y las alienta. Me sentí muy realizado durante esos meses y eso me fortaleció. Todas las dudas que tuve en mi proceso anterior, allí en Honduras desaparecieron para hacerme decir: “Esto es lo que quiero”. Por eso en mi segundo año de noviciado vi que eso era lo que Dios me estaba pidiendo.
F. Antonio: – ¿Qué momentos específicos de tu vida, después el noviciado, dirías que fueron los más significativos en tu vida?
F. Rolando: – El juniorado para mí fue muy importante. Allí tuve la oportunidad de terminar de estudiar mi bachillerato, como Hermano me sentí llamado a encontrarle sentido al estudio, al mismo tiempo que hacía mi pastoral. Para ese tiempo fue el terremoto que sacudió a todo El Salvador. De esta manera, yo trabajaba en la reconstrucción del Colegio Externado de San José durante el día y en la tarde-noche estudiaba. Otra experiencia fuerte fue acompañar al P. Chico Ocaña, S.J., como sub-director del Centro Loyola. Acompañaba a los muchachos, no solamente enseñándoles a soldar en un salón, sino también en la enseñanza de valores para la vida. Eso fue tremendamente satisfactorio.
– Otro momento significativo fue mi vida -rememora F. Rolando- fue la Tercera Probación. El P. Chema Tojeira, S.J., me dijo: “Mirá, tu experiencia de Tercera Probación será en España, en Salamanca”. El verme allí, aceptado también por el P. Tejerina, S.J., el instructor de entonces, me hizo sentir muy realizado. A lo largo de toda esta experiencia, el hecho de haber trabajado en el campo, con jóvenes, abrir la enfermería de Nicaragua, luego trabajar en Fe y Alegría (en el Instituto Técnico Loyola) y luego en Costa Rica, con las Escuelas de Teología, me hace ver que en mi vida todo lo aprendido no fueron solo teorías, sino praxis. Y veo que lo que más ha marcado mi vida, ha sido la consolación. A lo largo de mi vida como jesuita me he encontrado personas que me han ayudado mucho, buenos compañeros. Y claro que hay reproches, pero eso es mínimo con toda la gracia recibida. Es más la experiencia positiva.
F. Antonio: – Ahora, quiero hacerte la pregunta más importante de este rato: ¿Quién es Jesús para vos?
F. Rolando: – Por una parte es mi amigo. Yo le hablo a él tal como soy. Siento que es un amigo que no me ha abandonado, es mi acompañante. También, es alguien que está presente en todos los instantes de mi vida. Mi vida sin ese amigo Jesús, sería un vacío. Yo encontré a este amigo, después de aquel accidente que sufrí. Las cosas negativas no suceden por gusto, suceden por algo. También me he preguntado ¿porqué tuvo que suceder aquello? Y no dudo que es porque él quería algo diferente para mí.
F. Antonio: – Hoy por hoy, qué reflexiones sacás de estar en esta Comunidad jesuita de Guatemala, como es la del Liceo Javier, que es también enfermería, sobre todo pensando en que venís de una vida muy activa y ahora te encontrás con una casa de un ambiente más contemplativo.
F. Rolando: – Sabés que es algo que le he preguntado a Dios. Y es algo que estoy aprendiendo: a aceptar la vida tal y como es. En la Compañía no siempre vamos a tener un mismo ritmo de trabajo. Uno puede decir: “No estoy haciendo mucho” o “Hago muy poco”, pero, el estar aquí me hace reflexionar sobre la vida misma, al ver a los jesuitas mayores a quienes sirvo y que han entregado su vida por una causa, y que son vidas de mucha riqueza, de mucha experiencia, de mucho sufrimiento. Y de esto aprendo mucho. Los acompaño y sirvo de la mejor manera. El hacer las compras de la casa junto a nuestros colaboradores y ver que no falte nada, eso me da vida. Yo me pregunto constantemente: “¿Cómo me gustaría que me sirvieran?” y de esa manera en que me gustaría que me sirvieran, es como trato yo de servir a los demás. Pero, debo reconocer que no ha sido un momento fácil. He tenido mis diálogos con el Señor: “¿Por qué me trajiste aquí? Cuando podía estar en otro lugar. Tal vez sirviendo con más dinamismo.” Recuerdo, entonces, que estando en Nicaragua, platicando con el Chele Ruiz, S.J. (que conocía mi trabajo en el Instituto Loyola de Fe y Alegría en El Progreso), me dijo: “Pero, ¿qué hacés acá? Yo te veo como un Ferrari en una calle de Managua”. Los dos reímos. Lo que quería decir es que podía correr mucho, pero no tenía carretera. Decía que me estaban limitando. Esa misma pregunta resonó hoy aquí, pero caigo en cuenta de que es la voluntad de Dios y ante eso no me voy a pelear con el Señor, arguyendo que no hago lo que a mí me gustaría. Estoy tratando de llevar a cabo lo que Dios me está pidiendo en este momento de mi vida. También, trato de vivir este tiempo de la mejor manera.
F. Antonio: – ¿Qué le dirías a alguien que quiere ser Hermano?
F. Rolando: – Primero, le diría que entre en oración y que se vea internamente. Que se pregunte: “¿Cómo me veo siendo Hermano?”, allí surgirán respuestas. Uno de los puntos que más atrae de la vocación del Hermano es el deseo de servicio y que, además, no buscamos el poder. Buscamos servir, más que ser servidos. Y que vea que tanto la vocación jesuita sacerdotal como la de Hermano es la de servir, para que entonces se confronte si está dispuesto. Porque si está pensando en que quiere ser sacerdote, y luego estar en la cúpula o en cargos, entonces ni es para la Compañía, mucho menos para Hermano. Porque nosotros estamos para servir, no para buscar el poder. Si bien es cierto que por el solo hecho de ser jesuitas (tenemos estudios que otros no tienen), se nos ubica en una posición de poder en la sociedad, con mucha más razón debemos abajarnos para servir a los demás.
F. Antonio: – Finalmente, ¿nos quisieras compartir alguna oración que sea importante en tu vida?
F. Rolando: – En mi vida, me ha ayudado mucho aquella oración de San Ignacio:
“Toma, Señor, y recibe
toda mi libertad,
mi memoria
y toda mi voluntad.
Todo mi haber y mi poseer,
tú me lo diste
a tí, Señor, lo torno.
Todo es tuyo,
dispón a toda tu voluntad.
Dame tu amor y tu gracia,
que esta me basta”.