“En estos ocho días que siguen me imaginaré que Juan está en sus ejercicios espirituales, como estaba en su plan”. Así se consoló diciéndose a sí misma Thelma, mientras caminaba pensativa junto a sus hijas Claudia y Julia detrás del féretro de su esposo en la parsimoniosa marcha fúnebre en el ardiente sol de Tocoa, Colón en la tarde del lunes 16 de septiembre, acompañada de gritos y consignas de indignación por parte de las centenares de personas que se congregaron para decir no solo un adiós a Juan López sino un sí a dar continuidad a la lucha que él lideró junto a mucha gente comprometida con la defensa del ambiente, la tierra y los derechos humanos.
En la Fabio Ochoa
Su asesinato, milimétricamente planificado, ocurrió después de las ocho de la noche del día 14 de septiembre de 2024 cuando Juan había salido de la ermita de su colonia Fabio Ochoa, una comunidad de pobladores que resultó de una toma de tierras a mediados de la última década del siglo pasado, promovida por campesinos y pobladores sin ninguna parcela, todos ellos animados por la fe y su vínculo con la Iglesia Católica. El nombre se debe a don Fabio Ochoa, a la sazón dirigente sindical del SITRAINA, quien encabezó esta lucha en 1997 mientras lanzaba su candidatura a diputado por el entonces naciente Partido Unificación Democrática, organización partidaria fundada por los exiliados de izquierda que retornaron bajo la amnistía decretada a comienzos de la década de los años noventa en el gobierno de Rafael Leonardo Callejas.
A esta organización partidaria pertenecía también Carlos Escaleras, defensor del ambiente, quien se había lanzado como candidato para alcalde en la municipalidad de Tocoa cuando lo asesinaron en octubre de 1997, un mes antes de la contienda electoral, así como Juan había oficializado su candidatura a alcalde por una corriente del partido LIBRE. Don Fabio Ochoa encabezó además la demanda de centenares de ex obreros de la bananera Standard Fruit Co. Víctimas del Nemagón, con el cual rociaban las plantas de banano con consecuencias de esterilización, cáncer y otros daños fatales en la vida de los trabajadores. A raíz de esta lucha y de la lucha sindical y agraria, Fabio Ochoa fue víctima de un atentado del cual salió vivo, pero con discapacidades físicas que le impiden movilizarse con normalidad. En esta zona del Aguán no es fácil identificar a alguien con un liderazgo que cuestione a los poderes tradicionales con ramificaciones locales, nacionales e internacionales, que quede con vida para contarla. O con capacidades físicas para proseguir con la lucha.
La familia de Juan, junto a varias decenas de familias de Iglesia, fueron beneficiarias de esta recuperación de tierras urbanas, y desde finales del siglo anterior viven y organizan su vida en torno a la solidaridad vecinal y desde la experiencia de las comunidades eclesiales de base. Con la iluminación y persistencia de Juan, la mayoría de familias decidieron establecerse en la colonia sin deshacerse de su pequeña propiedad lograda con una tenaz lucha comunitaria.
El último minuto
Juan se subió a su carro, también su esposa Thelma y sus hijas Claudia y Julia. Luego se subió su comadre vecina, pero no arrancó el vehículo porque su compadre estaba cerrando la puerta de la ermita. Su comadre deseaba salir pronto porque iban a ir a su casa y ella debía preparar la masa para palmear las tortillas de harina para las baleadas. Esa noche Juan y su familia cenarían baleadas con sus compadres, como ocurría con alguna frecuencia. Y debían acostarse temprano, no solo por el cansancio de Juan luego del trajín de más de una semana de andar por el valle de Sula y hasta por el occidente del país, acompañando a su obispo Jenri Ruiz, sino porque al día siguiente, domingo 15 de septiembre, debía acompañar a su hija Julia, de nueve años, llena de inocente emoción para el desfile tradicional con su vestido y sus zapatos de estreno. Era quince de septiembre, No podía dejar de asolearse viendo desfilar a la menor de sus dos hijas.
Cuenta Julita que vio a un hombre con un casco de moto de pie sin entrar a la ermita. Y tras terminar su predicación, su padre se acercó a ella. “Mi amor, pase lo que pase, siempre la voy a amar”, le dijo. Y Juan regresó al altar para las oraciones de cierre de la celebración de la Palabra. Julita siempre correspondía con un beso y la expresión, “te amo” de siempre. En ese momento no respondió, frunció su ceño, como cuando le reclamaba a su papi porqué se tardaba tantos días sin volver a casa. Esta vez no habló, se cortó, su mirada siguió los pasos de su padre cuando regresaba al altar. Y así era Julita, cuando no entendía las cosas se callaba.
Pocos años atrás –en 2019– escuchó a su padre decidir con Thelma su madre, si se entregaba o no a la justicia. Su madre le pidió, le clamó que no lo hiciera, ella no creía ni en los fiscales ni en los jueces. “Te vas a quedar preso moreno –sentenció ella—y después nadie te podrá sacar”. Julita escuchaba, no dijo nada. Juan decidió entregarse, y su liderazgo llevó a los demás compañeros a entregarse. La decisión de la justicia era como decía Thelma, dejarlos encerrados a saber cuántos años. La decisión de la solidaridad, tan inmensa, fue que no podían quedar indefinidamente encerrados. Y en esa ocasión triunfó la solidaridad. Con su inocencia, la niña le dijo a su papi con sencillez, “si yo te hubiera pedido que no te fueras a la cárcel, a mí sí me ibas a obedecer”. Pero no se lo dijo. Como en esta ocasión de presagios inmediatamente a su muerte. Quizás le pudo haber dicho, “papi, si me dijiste que me amarías siempre, entonces yo te pido que no salgás de aquí, afuera hay un hombre feo”. Como cuando Juan decidió entregarse a la inmunda justicia, Julita se calló.
Juan tardó en encender el carro. Hasta que subió su compadre luego de haber dejado trancada la puerta del pequeño templo católico. Una vez que el compadre subió, Thelma vio venir a un hombre con casco y mascarilla negra. Juan también lo vio, y antes de que tocara la puerta del lado de Thelma, preguntó que quién era aquel tipo. Y como si no sospechara que aquellos eran los últimos instantes de su vida, presionó el botón del lado izquierdo de su puerta que automáticamente abría el vidrio de la ventana en donde estaba el hombre que unos minutos antes había visto Julita. Entonces Thelma vio la pistola del hombre, y gritó “¡Moreno cerrá la ventana!”, en el instante mismo que agarraba la pistola del asesino, forcejeó por instantes eternos hasta golpearse su mano. Así logró que el primer disparo se desviara del cuerpo de Juan, y cruzara el vidrió de enfrente del carro.
El hombre entonces se colocó en posición diagonal a Juan, hizo la advertencia al resto de pasajeros, dirigiendo a Juan tres movimientos con la mano que empuñaba el arma, indicando así que a nadie más venía a matar, que la orden era tajante: matar a Juan, cuidándose de no matar a nadie más. Y comenzaron los disparos que cruzaban el vidrio e impactaban en el cuerpo y el rostro de aquel hombre que nunca usó arma de fuego. Fueron siete disparos. Certeros. Sin fallar ninguno. Solo falló el disparo que desvió con fuerza Thelma, la amada y confidente esposa de Juan.
“¡Acaban de asesinar a Juan!”
Ese sábado yo había tenido una tarde más bien tranquila, misa en la tarde acompañando la primera comunión de un ahijado y luego asistiendo al cumpleaños que su hija y nieta le prepararon con toda su pompa a Mami Lencha. Con su cuerpo enclenque agradecía que le celebraran sus 90 años. En esas actividades religiosas y festivas me hice acompañar de una pareja muy amiga de Juan. Regresábamos a casa después de las ocho de la noche, y antes de entrar les pedí que por favor no me hicieran ruido porque pensaba despertarme hasta las siete de la mañana. Había tenido una semana cargada y quería descansar. Estacioné y apagué el motor del vehículo.
Nos bajamos los tres, y no acababa de bajar mi mochila cuando mi acompañante se acercó con su mano derecha temblorosa, “hable, hable”, con voz entrecortada y titubeante, me dijo sin mirarme, más bien viendo para abajo. Me sorprendió el temblor intenso de su brazo con cuya mano me entrega el celular. Tomé el aparato y escuché la voz desconsolada de mi compañera de equipo Lesly Banegas, “Acaban de asesinar a Juan”. Esas palabras golpearon mi vida entera como aquella madrugada del 3 de marzo de 2016 cuando Gustavo –Tavito—Cardoza me llamó para decirme que habían matado a Berta Cáceres. Y como cuando el 17 de noviembre de 1989 me dijeron que habían asesinado a mis hermanos jesuitas de la UCA de San Salvador. O cuando el 9 de diciembre de 1991 me dejaron ir sin anestesia que habían asesinado de un tiro certero en la cabeza a Chungo Guerra, con quien dos días antes habíamos planeado actividades nacionales en demanda porque no aplicaran los ajustes del neoliberalismo. O cuando el 17 de octubre de 1997 cuando en la noche me llamaron para decirme que habían asesinado a Carlos Escaleras. Hay golpes en la vida, que diría el poeta, y siempre pienso que este será el último, y de pronto vienen nuevos golpes. Y aunque hayan ocurrido muchos golpes, y aunque te hayan llamado diez veces, veinte veces, sesenta veces para darte el golpe de una muerte amiga, cada golpe se siente como si fuese el primero. O quizá más claro, en cada golpe se concentran de un porrazo todos los golpes anteriores.
El mismo patrón que con Berta
A Juan lo asesinaron. Demasiada bien dicha la noticia cuando me la dio la periodista Lesly Banegas, unos minutos después del hecho. Lo asesinaron como la explosión fina de un prolongado proceso. No fue un asesinato de una vez. Cuando a las ocho de la noche del 14 de septiembre de 2024 el sicario apretó el gatillo para perforar el cuerpo de Juan, se acabó de consumar un asesinato que se fue construyendo. La similitud con Berta es despampanante.
Primero y por mucho tiempo, la gente de poder ignoró a Juan. Incluso su baja estatura y su porte indígena era de las personas que para el mundo con el estereotipo de la gente alta, blanca, de pelo liso, pero no indio, con aspecto académico universitario, que es propia de una sociedad racista como la hondureña, Juan pasaba desapercibido. Los medios de comunicación, a eso que llaman la matriz mediática, lo ignoraron. Juan no existió para los grandes programas de influencia nacional. Su asesinato despertó los ojos y oídos. Hasta entonces se dieron cuenta no solo que existía, sino que tenía un reconocimiento descomunal en las comunidades y en la Iglesia de base, hasta ser reconocido como asistente de obispos, tanto así que en el mensaje del Angelus del domingo 22 de septiembre, el Papa Francisco le dedicó casi un minuto. Para la sociedad definidora del racismo en Honduras, Juan nació con su asesinato. Y sobre todo para los medios de alcance nacional. Con todo lo que hizo Juan como una hormiga o como una araña tejedora de sueños populares, ningún medio nacional lo entrevistó por el poder que tenía.
Segundo, la palabra de Juan incomodó a los poderes de la zona del Aguán, particularmente del municipio de Tocoa, por eso buscaron neutralizarlo; se cuentan por decenas las veces que lo quisieron cooptar, sobornar o comprar. Desde ofrecimiento de dineros al por mayor, hasta pasar por negociaciones turbias entre los políticos. Juan resultó ser incómodo todavía más por no tener precio, por ser insobornable.
Tercero, como no pudo quedar en el anonimato y no lo pudieron neutralizar con sobornos, lo estigmatizaron a más no poder, lo acusaron hasta de asesino, de ser responsable de la inestabilidad en la zona, de promover revueltas y actividades violentas. Juan el violento, así fue estigmatizado. Justo a quien nunca se le escuchó un insulto, y menos se le conoció un arma. La estigmatización crea adjetivos, ambientes, y se generaliza una narrativa de manera que gente que miraba pasar a Juan o lo veía en una reunión, de inmediato pensaba que estaba planeando actos violentos.
Cuarto, Juan, además, fue criminalizado. Lo acusaron de pirómano, de ser miembro de organizaciones ilícitas o terroristas e incluso acusado de asesinato. Estuvo encarcelado, debió refugiarse para escapar la orden de captura que se extendió en su contra, y por las amenazas muerte que constantemente recibió a lo largo al menos de los últimos seis años.
Quinto, y finalmente le quitaron la vida, como culminación del proceso de alevosía, premeditación y ventaja. Lo mataron porque ya no lo soportaban, querían quitarlo de en medio, ya no bastaba la cárcel, no bastaban las amenazas ni las estigmatizaciones. Había que asesinarlo, alevosamente matarlo. Y premeditaron fríamente el crimen. Lo diseñaron minuciosamente, incluso la noche apropiada. Sabían que Juan podía faltar a cualquier reunión o ceremonia. Pero a lo que no faltaría nunca era a la celebración de la Palabra de Dios de su colonia Fabio Ochoa. Esto lo sabían de sobra. El lugar simbólico de la no violencia, la ermita católica, fue elegido por los que planearon el crimen para ejecutarlo, es decir, el lugar no violento se convirtió en el símbolo de la violencia, y los violentos asesinaron a Juan el no violento en el lugar en donde Juan predicaba la paz, la justicia y la solidaridad.
La masiva convocatoria de un velorio
La vela y el funeral estuvieron cargados de sentimientos y pensamientos cruzados. Las 48 horas de ceremonias no bastaron para que aquella multitud saliera de su estupor y su rabia. No hubo gente que conociera a Juan –que eran centenares—que no llorara amargamente, exactamente como se llora a un familiar muy cercano, como en efecto lo fue Juan para toda la gente que se aglomeró, primero en el centro cultural de la parroquia San Isidro, y después en la funeraria, decisión que se tomó para preservar el cuerpo del calor ardiente que siempre, pero más en esta temporada parece que en cualquier momento saldrán las llamas vivas de la tierra, y más si es en el cemento que cada vez más abunda en los centros urbanos.
Toda la gente lloró. Unas veces salían las bromas y las anécdotas con humor, pero al volver sobre la razón por la que la gente se sentía convocada, volvía la tristeza convertida en llanto. Fue el encuentro comunitario y popular más grande que he visto después de la vela y funeral de Berta Cáceres. Fue ocasión para que se encontraran los compadres, para que los ahijados conocieran a sus padrinos y madrinas que después del bautismo nunca se volvieron a encontrar, para que los divorciados se reencontraran desde la separación, y tuvieran que saludarse o al menos cruzarse las miradas, para que muchos saludaran o conocieran a los sacerdotes de Tocoa y de la diócesis. Yo me reencontré con centenares de personas a las que no miraba al menos por tres décadas atrás.
“Usted nos casó hace 34 años”, me dijo una señora con evidentes arrugas cubriendo su rostro. Y de inmediato siguió otra voz, “y a mí me casó hace 30 años”. “Usted bautizó a mis hijos hace 32 años, pero fíjese que se casaron con mujeres evangélicas, y ellos no volvieron a la Iglesia Católica”. Fue ocasión para las nostalgias, para hablar de juventud y movilizaciones pasadas ya con las articulaciones y las piernas rencas de la artritis. Como consuelo ante el golpe del crimen, ensalzaron triunfos y luchas pasadas que quizá no fueron tanto, y se habló de luchas futuras sin asideros presentes. Se juntaron los sindicalistas de ayer convertidos en pequeños empresarios de hoy, en luchadores por la tierra convertidos después en comerciantes o más de alguno en coyotes expertos en transportar migrantes. De todo es hubo en las 48 horas de dolor y de vela. No hubo guaro ni naipes, pero sí abundante café y sopa de pollo y de res.
Un asesinato previsible y evitable
El asesinato de Juan era previsible, incluso durante los últimos cinco años se buscó evitar con varias medidas, algunas aceptadas voluntariamente, otras las debió aceptar gracias a la presión de su gente amiga, pero en contra de su voluntad. Con su familia y otras familias, se desplazó de la zona, primero para evitar ir a inminentemente a la cárcel ante la orden de captura que extendió el juzgado, pero sobre todo para resguardarse ante las insistentes e insidiosas amenazas a muerte que él y sus compañeros recibían a través de sus celulares como también por terceras y cuartas personas. Y a través de algunos comunicadores de medios de la zona que a lo largo de los últimos cinco años al menos han pasad vociferando en contra de la actividad de los ambientalistas, y particularmente de Juan López.
Tras su asesinato, mucha gente dice que ese final pudo evitarse. Y es cierto, el Estado no solo fue negligente, especialmente en su institucionalidad de justicia, torpemente aliada hacia los extractivistas, militares y políticos locales, pero también nacionales, sino que el Ministerio Público, SERNA y Gobernación decantaron su decisión a favor de quienes han ejercido la ley de los fuertes para imponer a cualquier costo sus inversiones contrarias al ambiente, a las comunidades y a las leyes hondureñas. A la negligencia y lentitud se une el contubernio de altas autoridades para inclinar las decisiones del Estado a favor de los altos empresarios, especialmente al señor Lenir Pérez y su esposa Facussé, los políticos locales liderados por el alcalde de Tocoa, Adán Fúnez.
Tocar los nervios fundamentales de un emporio
Pudo evitarse, quizá se retrasó, pero Juan y los suyos tocaron nervios fundamentales de las inversiones e intereses de los auténticos propietarios de la economía y de las decisiones fundamentales del país. En el Parque Nacional Montaña Botaderos, Carlos Escaleras, área legalmente protegida, se pusieron en marcha con pleno aval y coludido con el Estado las inversiones mineras a través de Inversiones Los Pinares, pero a la par, Inversiones Ecotek con la construcción de una peletería para procesar el óxido de hierro extraído de la mina junto a la instalación de una poderosa planta termoeléctrica para cubrir las demandas energéticas tanto de la explotación minera como de la peletería. Todo esto en conexión con la industria aeroportuaria, primordialmente Palmerola, pero con incidencia en los otros aeropuertos del país, una planta de energía con sede en Planes, siempre en el Aguán. A todo esto se suma la poderosa industria de techos y lo relacionado con construcciones bajo el nombre de Alutech.
Un emporio montado y consolidado a lo largo de apenas dos décadas, y dentro del cual es secreto a voces que metió su mano como socio Juan Orlando Hernández y varios de su círculo de confianza, y también los políticas y varios nombres prominentes de las cúpulas políticas. Como publicidad el grupo EMCO vende su explotación minera con el argumento de cumplir con todos los estándares de respeto a los derechos humanos, cuidado del ambiente y la energía responsablemente sustentable. Sin embargo en apenas tres años, el área núcleo del parque nacional montaña Botaderos en donde nacen los ríos Guapinol, San Pedro, Cuaca y Tocoa se convirtió en una zona desértica, sin árboles y dejando como consecuencia la prácticamente sequedad de las cuencas de los ríos.
La instalación de la industria minera ha traído violencia y desplazamientos, división severa entre los vecinos, desplazamiento de decenas de familias, encarcelamiento de miembros del Comité Municipal y el asesinato de tres miembros activos en la defensa del ambiente. En ese pedacito de territorio se funcionaron los mayores grupos fácticos del país en asocio con inversionistas extranjeros. Y en los corredores subterráneos de esas inversiones se han sentido los pasos precisos del narcotráfico, que mueven tentáculos invisibles, pero se expresa a través de poderes visibles y legales, sin los cuales no podría existir ni alcanzar el poder que adquirió en Honduras. Juan y su gente se enfrentaron a esos poderes.
Operadores de justicia, servidores del emporio
Durante al menos ocho años –2016-2024– los conductores visibles de estos poderes buscaron ignorar a Juan y los suyos, luego quisieron sobornarlos y neutralizarlos. Al no lograrlo, pusieron en marcha la maquinaria mediática para estigmatizarlos como violentos, enemigos del desarrollo, desadaptados sociales, en fin todo lo que hicieron con Berta Cáceres. Y pasaron a criminalizarlos con demandas. El sistema de justicia –a través del Ministerio Público y el poder judicial–, actuó con diligencia a favor de los poderes fácticos. Se lanzaron como fieras en contra de Juan López y los suyos. De octubre de 2018 a febrero de 2019, Juan y los miembros del Comité recibieron amenazas a muerte, y el Ministerio Público extendió requerimientos fiscales en contra de Juan López, Reynaldo Domínguez y Leonel George y para 28 personas más de las comunidades de Guapinol y el Sector San Pedro. Luego recibieron órdenes de captura y ante eso los imputados debieron buscar refugio para evadir las capturas. En febrero de 2019 después de amplias consultas, discernimiento y deliberaciones, tomaron una decisión que estableció un parteaguas en la vida de los directamente implicados y en la vida del Comité. Decidieron entregarse la autoridad competente, sabiendo que ese paso podría significar podrirse en la cárcel.
Para muchos, ese paso significaba no solo el encierro sino el entierro. Los llevaron a la cárcel de Támara, cerca de la capital, lo que despertó la movilización de las organizaciones sociales. La movilización fue poderosa, en aquellos tiempos cuando salir a las calles y presionar a las instituciones del Estado estaba inmediatamente asociado a gases lacrimógenos y a la estrategia de estigmatización de la matriz mediática. Y en aquellos tiempos cuando las organizaciones sociales, populares y de derechos humanos no estaban tan cooptadas ni neutralizadas por gobierno alguno, como ocurriría muy pocos años después. La movilización interna se enlazó de manera extraordinaria con la solidaridad internacional.
“Guapinol, Guapinol, estamos con vos”
El nombre de Guapinol se universalizó. Antes de 2018, en el exterior usted hablaba de Honduras, y los extranjeros que lograban ubicar en el mapamundi el territorio, de inmediato pensaban en las ruinas de Copán o en Roatán, o quizá pensaban en la capital con su extraño nombre de Tegucigalpa. Después de las movilizaciones nacionales e internacionales en demanda de la liberación de los presos políticos, se pensaba en Honduras y de inmediato se asoció a Guapinol, con su entusiasta consigna “Guapinol, Guapinol, estamos con vos”. Así se lo escuché gritar a Julita, la hija menor, cuando Juan y los suyos estaban encarcelados.
La presión nacional e internacional, más la pericia del equipo de abogados, logró liberar de la cárcel a Juan López y los suyos después de haber pasado dos semanas bajo prisión. Pero ocho compañeros más de esa misma lucha en defensa del río Guapinol y en plena oposición a las actividades extractivas de la empresa Pinares, fueron capturados y encerrados en la Tolva, una de las prisiones destinadas para presos de alta peligrosidad. Luego de presiones y acciones legales impulsadas por el equipo jurídico, los ocho ambientalistas fueron trasladados a la cárcel de Olanchito, en el departamento de Yoro. Privados de libertad estuvieron desde el 31 de agosto de 2019 hasta el 24 de febrero de 2022. Y encarcelados hubiesen seguido indefinidamente — puesto que esa era la decisión de los propietarios de la empresa Pinares y Ecotek, de donde surgían las órdenes a fiscales y jueces de la zona, órdenes normalmente mediadas por “esa sensación de ternura que produce el dinero”, que dice el poeta yoreño Roberto Sosa–, si no hubiese sido por la presión liderada por el Comité Municipal en Defensa de los Bienes Comunes y Públicos de Tocoa, la solidaridad nacional y la solidaridad internacional, junto con un equipo de abogados solidarios con capacidades extraordinarias tanto en el campo profesional como en su compromiso ético y social para con las comunidades víctimas de la empresa extractiva Los Pinares y Ecotek.
Capearse sin huir
La línea de muerte estaba trazada. Como con Berta Cáceres, el patrón de exterminio de ambientalistas se había cumplido a rajatabla con Juan López. Como ha quedado dicho, desde ignorarlo, buscar sobornarlo, estigmatizarlo y criminalizarlo hasta asesinarlo. Juan López se capeó en varias ocasiones. Su actividad más fuerte en sus últimos cinco años fue pasar capeándose de la muerte. Y lo hizo con impecable tenacidad mientras defendía el agua de su comunidad, los derechos ambientales de su gente en el Aguán, de celebrar la fe desde su inquebrantable compromiso con la defensa de la casa común y de reunirse con diversas organizaciones por casi el territorio nacional. De Juan bromeaban que era como el espíritu santo, se le encontraba en todos los lugares en donde hubiera reuniones y actividades en defensa de la casa común, los derechos humanos y la defensa de la tierra. Los más agudos con las bromas decían que si querían ver a Juan López había que buscar un lugar donde se realizara una reunión, esperar una hora, y seguro que lo verían. Defender el ambiente y proteger a su gente ante las amenazas incluso de quienes estaban incrustados en las estructuras municipales de su municipio Tocoa, fue su refugio primordial para protegerse de la muerte que lo rondaba, y esto quedó escrito como en piedra en esa deleznable, vulgar e infame expresión que le hicieron llegar por diversos medios y en múltiples ocasiones: “andás cargando las tablas”.
Tres líneas, un tronco común
Todos los dedos, locales, nacionales e internacionales, señalan tres líneas claras de por donde debió provenir el pago de los gatilleros. Tres líneas que tienen un tronco común en lo que genéricamente llamamos criminalidad organizada, o el emporio extractivo con sus muy diversas ramificaciones.
Primera línea
La primera línea es cuando el dedo señala al alcalde de Tocoa, Adán Fúnez, con quien Juan López tuvo altercados, confrontaciones y desavenencias permanentes. Tres días antes de su asesinato Juan López en conferencia de prensa exigió la renuncia del alcalde, y que de no hacerlo la gente debía sacarlo. Unas semanas atrás ocurrió un incendio en el edificio de la alcaldía municipal de Tocoa, en el fragor de las confrontaciones entre el edil y el Comité municipal liderado por Juan López. Antes de ese hecho, el Comité había celebrado una asamblea municipal para exigir al Estado la implementación del Decreto 18-2024 que declaraba ilegal las actividades de explotación de minas en el parque nacional Botadero, Carlos Escaleras, así como declaraba todos los partes que de reserva en Honduras libres de todo tipo de explotación.
La Secretaria de Recursos Naturales, SERNA, se empecinó en cumplir con su función, así como el titular de esa secretaría retuvo por cerca de dos meses el texto del Decreto antes de que fuese publicado en La Gaceta. La suerte estaba echada en contra del propietario de Inversiones los Pinares y Ecotek, Lenir Pérez. Legalmente todo lo tenía perdido. Así como tampoco logró que el alcalde aprobara la instalación de la termoeléctrica que sería usada para el funcionamiento de la industria minera, bajo el argumento de suministrar electricidad a varias comunidades aledañas a las instalaciones del emporio industrial Inversiones Los Pinares. A su vez, en el mes de junio de 2024 el Tribunal de Honor del partido Libertad y Refundación emplazó al alcalde Tocoa, también militante de ese partido como lo fue Juan López, sobre sus actuaciones en un documento público en el cual le exigía responder a varias interrogantes sobre su eventual respaldo a Inversiones Los Pinares y no haber aceptado la voluntad popular expresada en Cabildo Abierto celebrado en Tocoa el 9 de diciembre de 2023 en el cual masivamente se votó en contra de la instalación de la planta termoeléctrica. Y muchas otras interrogantes sobre la dudosa actuación política como miembro de LIBRE.
El alcalde Adán Fúnez no respondió a este emplazamiento. En los días cercanos posteriores al incendio del edificio de la municipalidad, se divulgó el video fechado en 2013 en el cual el alcalde de Tocoa, aparece como intermediario entre líderes reconocidos del narcotráfico para recibir dineros para la campaña política de Libre quien llevaba de candidata a Xiomara Castro Sarmiento, teniendo al ex presidente Manuel Zelaya como el verdadero artífice y constructor de la campaña. La suerte legal en contra del edil de Tocoa estaba echada. Tomar venganza de Juan López quien le estropeó la vida, destapó sus andadas como rufián, protector de delincuentes y socio de los empresarios mineros, debía ser muy propio de quien se ha considerado miembro propietario del municipio. Un testaferro del crimen y tapadera de multitud de actos ilícitos, merece que el dedo acusador lo señale como un candidato pagador de gatilleros para eliminar a Juan López.
Segunda línea
La segunda línea que señala el dedo acusador es la de Lenir Pérez y sus más cercanos y públicos socios de Inversiones Los Pinares y Ecotek. De esta fuente han procedido la mayor parte de las amenazas, estigmatizaciones, campañas mediáticas de desprestigio, denuncias y acusaciones hacia Juan López y los suyos. Es de este núcleo empresarial de donde han emanado las decisiones que en el Ministerio Público se convirtieron en requerimientos fiscales y en el Poder Judicial se convirtieron en órdenes de captura, encarcelamiento, condenas y sentencias para los ambientalistas liderados por Juan López. Tratándose de un asesinato como consecuencia de la incansable misión de Juan López en defensa de los ríos Guapinol, San Pedro y Tocoa, de la denuncia nacional e internacional en contra de Inversiones Los Pinares y Ecotek, de haber liderado la lucha para detener exitosamente la instalación de la planta termoeléctrica contaminante y de haber logrado que la presión ambientalista culminara con la aprobación del Decreto 18-2024 que prohíbe toda explotación a lo largo del parque nacional Montaña de Botaderos, Carlos Escalera, así como las sanciones y exigencias a quienes ocasionaron daños a la zona, por su peso cae que Lenir Pérez y sus socios cercanos se convierten en sospechosos del asesinato de Juan López.
Tercera línea
La tercera línea con el dedo acusador es la de los militares y sus previsibles vínculos con la criminalidad organizada, especialmente el narcotráfico. Por fuentes de alta credibilidad se conoce que desde sus orígenes la explotación minera tuvo mucha cercanía con iniciativas asociadas al grupo de los Cachiros, tanto así que el propio Adán Fúnez en asamblea con las comunidades de Guapinol y del Sector San Pedro reconoció que aquellas inversiones provenían de las bondades de Javier Rivera Maradiaga. De pronto, y como por arte de magia apareció Lenir Pérez y Ana Facussé como los inversionistas propietarios de Inversiones Los Pinares. Y es de conocimiento público que los militares a través de reconocidos oficiales han desplegado fuertes contingentes de efectivos del ejército para dar protección a las inversiones, y cuentan que al menos con una cuota de financiamiento de Lenir Pérez, es decir, una alta cantidad de miembros de las Fuerzas Armadas pasaron a cumplir funciones privadas de seguridad.
Todo con la aprobación del alto mando de las Fuerzas Armadas y del gobierno que en su momento presidió Juan Orlando Hernández, de quien se dice que no solo conocía el papel del ejército al servicio de la seguridad e inteligencia de Inversiones Los Pinares y Ecotek, sino que pasó a ser socio inversionista de dicha empresa. De esta manera, en esta empresa extractiva se habrían enlazado cúpulas políticas, inversionistas privados, altos mandos militares y el narcotráfico. Este núcleo de poder es el que estaría en la raíz para poner en marcha el patrón de impunidad que acabaría en el asesinato de Juan López.
Para construir una historia de múltiples colores
Bien dicen que el Aguán se puede resumir en la historia verde, café, blanco y rojo. Verde porque en todo lo que ha ocurrido en el Aguán en contra del campesinado y de los pobladores ha estado la presencia militar. El color café de la fértil tierra del Aguán ha sido el factor de la violencia conducida por los militares, al menos desde la década de los años setenta del siglo pasado hasta la fecha. Bien se decía en aquellos aciagos años de lucha agraria que quien controlaba y tenía la tierra tenía el poder. Y siempre ha sido así, aunque en el presente siglo el poder de la tierra se ha unido al control territorial conducido por los poderes que se mueven en los subterráneos corredores de la criminalidad organizada. En toda la presencia militar ha habido derramamiento de sangre. En el conflicto minero y ambiental, el color café de la tierra ha sido factor para su control por parte del emporio Emco, no para cultivar y producir la tierra sino para buscar la riqueza subterránea que existe en la misma.
Los militares han sigo salvaguardas de quienes han controlado la tierra, y ellos mismos –los altos oficiales—se convirtieron en el núcleo de terratenientes propietarios. No solo han cuidado la tierra, sino también de han apropiado de la misma. Allá en el ya lejano 1989, un grupo campesino se tomó una tierra en la margen izquierda del río Aguán, sustentado en el derecho que tenían de trabajar en tierras de reforma agraria. El coronel del batallón los convocó a reunión, y en cinco minutos les advirtió que si no desalojaban aquella parcela, serían todos encarcelados. Abatidos por el miedo, los campesinos dejaron aquella tierra. Muy pronto se supo que el coronel pasó a ser el propietario de la misma.
Con el tiempo el color blanco paso a dar una nueva y tétrica identidad al valle del Aguán. Se convirtió en ruta principal del paso de la droga que de la Moskitia cruzaba el imponente valle del Aguán, seguía su camino por los valles de Lean, cruzaba el poderoso valle de Sula y seguía hasta la frontera con Guatemala. Este color blanco de la droga fue resguardado desde el inicio por los militares, quienes habrían abierto el corredor hondureño para que la droga de Suramérica tuviera en territorio hondureño su estratégico punto de control en su paso hacia Estados Unidos. El color blanco de la droga estuvo desde siempre asociado al color verde olivo militar. Mientras que el Valle del Aguán con su lucha campesina y popular se tiño de rojo con la sangre de defensores de la tierra, luchadores desde sus organizaciones populares y campesinos y posteriormente defensores de los ríos y de sus amenazados territorios. El verde rojo de la sangre campesina y popular han teñido a los colores café de la tierra y blanco de la droga, como expresión macabra de la actividad verde olivo de los militares que han salvaguardado intereses de terratenientes, ganaderos, comerciantes, políticos y narcotraficantes.
El Estado coludido y en pleno contubernio
El Estado siempre estuvo presente en el Aguán mientras perseguían y criminalizaban a Juan López y a los miembros del Comité Municipal. Estuvo activamente presente a favor de la empresa Inversiones Los Pinares y Ecotek y en contubernio directo con el alcalde Adán Fúnez. En la administración de Juan Orlando en pleno contubernio, coludido y como socio empresarial. Siempre estuvieron los políticos y funcionarios de alto calibre presentes, como es el caso de la Secretaría de gobernación la cual no movió ni un dedo para proceder de oficio ante las denuncias del comportamiento del alcalde de Tocoa. Y estuvieron desde siempre los militares. Y a la vez el Estado estuvo activamente presente en contra de Juan López y los suyos. Los defensores de los ríos Guapinol, San Pedro, Cuaca y Tocoa estuvieron bajo ataque directo, perseguidos y criminalizados por la fiscalía y el poder judicial. Y durante la administración de LIBRE el Estado estuvo activamente presente, pero tratando de estar asolapado. Lo mismo que en el tiempo de Juan Orlando Hernández, pero con aparente discreción, es decir, hipócritamente.
LIBRE, Pilatos en el Aguán
Adán Fúnez siempre fue ratificado por LIBRE y sus voceros siempre avalaron su actuación. Ni cuando en junio de 2024 el Tribunal de Honor lo increpó, el partido oficialista lo dejó de respaldar. Ni siquiera cuando apareció el narco video hubo una postura firme de parte de las cúpulas dirigentes del partido en el gobierno. Es cierto que el Congreso Nacional aprobó el Decreto 18-2024 para proteger el Parque Nacional Montaña Botaderos, Carlos Escaleras, pero SERNA no actuó en correspondencia con lo que demandaba el Decreto de cancelar definitivamente las operaciones y presentar demandas a la empresa para resarcir los daños ocasionados al eco sistema de la zona y a las comunidades directamente afectadas. Ni tampoco se definió un plan para restaurar progresivamente el área núcleo destruido del parque nacional. El Estado estuvo presente con la misma intensidad de antes del actual gobierno, pero con un lenguaje de protector del ambiente y sin dar protección a los ambientalistas. Una presencia cobardemente activa en relación con los ambientalistas. Esto conduce a precisar que el Estado ha tenido una dosis fuerte de responsabilidad en el asesinato de Juan López. La demanda al Estado por este crimen deberá ser una de las acciones de las organizaciones ambientalistas para preservar la memoria de este insigne defensor de la casa común. El partido LIBRE lo dejó solo. Tras su muerte lo reivindica, pero ante las estructuras conductoras del partido, el protegido siempre fue el alcalde. Hoy, como corresponde, se lava las manos: Pero nada le quita la mancha de desprotección que le dio a un militante fiel, pero incómodo por su constante cuestionamiento.
Juan, el niño de La Coroza
Conocí a Juan en 1990. Era yo del equipo pastoral de la parroquia San Isidro Labrador, de Tocoa, Colón, cuando entonces la extensión territorial de la parroquia cubría el municipio de Tocoa, el municipio de Bonito Oriental y una parte del municipio de Trujillo, en la margen izquierda del río Aguán. Me tocaban las visitas pastorales de Bonito Oriental. Me gustaba cuando en el calendario de visitas estaba el corredor del Achiote, la Mona y la Coroza, en el hermoso macizo montañoso de La Esperanza. Esas comunidades quedaban a muy pocos kilómetros de la línea divisoria con el departamento de Olancho. Me gustaba ir a La Coroza, una comunidad pequeña conformada por familias campesinas provenientes en su mayoría de Copán en la guardarraya con Guatemala. Eran Chortíes, no se sabía a carta cabal si eran de Guatemala o habían nacido en Honduras. Su origen se lo cuidaban como un tesoro. Solo decían que eran de Copán Ruinas, pero alguna vez se oyó que podían ser de Jocotán o Camotán, ya en territorio guatemalteco, justo en donde las tropas de Castillo Armas se organizaron para avanzar hacia la capital guatemalteca en donde encabezarían por orden de la United Fruit Company el golpe de Estado en 1954 al gobierno progresista que presidía Jacobo Arbenz.
En su mayoría eran personas bajas de estatura, reservadas, decían solo lo que querían decir, más se comunicaban con expresiones corporales. Me encantaba ir a La Coroza porque todavía en aquellos años de mis treintas y pocos, recorrer un camino saltando piedras por 17 vados de aquella hermosa quebrada que bajaba de la montaña dejando su rumor que se mezclaba misteriosamente con el silencio ruidoso del bosque casi virgen de cedros, laureles y caobas. Saltar por las piedras era de mis mayores diversiones en aquellos tiempos tempraneros de misión. Mi afán era salir invicto de los saltos de los 17 vados. Pocas veces lo logré, y aunque las caídas era estruendosas nunca tuve una sola fractura en aquellos tiempos de huesos duros y robustos como no los habría de tener nunca más en el resto de mis años. Me divertía mucho porque siempre me acompañaban jovencitos que se me pegaban en la aldea anterior a los 17 vados, Las Palmas, conformado por unas 60 familias todas ellas chortíes, y ahí si logré recoger el testimonio de que todas ellas nacieron más allá de la frontera de Honduras, en la aldea guatemalteca de Camotán y sus alrededores. Cimarronas le llamaba yo a esas familias indígenas que no soltaban prenda, desconfiadas, con mentalidad conservadora. No era para menos. Provenían de ambientes represivos de mediados del siglo veinte, bajo un dominio implacable del ejército guatemalteco, sometidos a una propaganda feroz anti comunista. Sin posibilidades de reproducir su vida ante una tierra árida y a la vez acaparada por terratenientes cruzaron la frontera, pasaron a vivir un tiempo en el municipio de Copán Ruinas.
Tras unos de años sin que les cundiera el trabajo, oyeron de los milagros de la reforma agraria en el Aguán y prosiguieron su éxodo. Se ubicaron, unas familias todavía en el valle, conformando la comunidad de Las Palmas, y otras abrieron camino cerro arriba y se instalaron a la orilla de la hermosa quebrada La Coroza cerca de su nacimiento, y decidieron llamarse “La Coroza”. Uno de sus fundadores fue el abuelo de Juan López. Pero el abuelo de Juan, con una fe inquebrantable, sabía oír la brisa y saber hacia dónde conducían los vientos. Así escuchó a la Iglesia y supo romper la desconfianza para abrirse a los vientos renovadores de la Iglesia de los pobres. Juan así lo recibió desde su niñez. Y era uno de los muchachitos que me esperaba en la comunidad de Las Palmas para entonces tomar camino arriba a contracorriente de la quebraba. Saltaba conmigo las piedras con la destreza que nunca logré alcanzar.
Los sucios juegos de Las Palmas
Me gustaba pasar por Las Palmas, no porque las familias fuesen religiosamente activas. Eran más bien hurañas, asistían a la misa y punto. Evitaban hablar, especialmente las mujeres. Eso de organizarse en consejos, grupos juveniles o en organizaciones de mujeres, no les provocaba ni el más mínimo entusiasmo. Escuchaban hablar de organización o comunidades de base, y se encerraban en su casa o en la parcela de trabajo. Les venía de un porrazo la propaganda anti comunista que recibieron ellos o sus padres a mediados del siglo. Pero no faltaba el humor y la diversión entre los jóvenes, y eso era lo que me gustaba de la comunidad, por eso pasaba y me detenía ahí. Como era obvio, no había energía eléctrica, la casa de oración era de bahareque y se alumbraban con ocotes, candiles y velas. Pero la luz era interna y nada se podía ver hacia afuera. Las mujeres como de costumbre se ponían el mejor de sus vestidos para ir a la celebración religiosa. Los chavos se quedaban jugando en los alrededores de la casa de oración. Unos tirando piropos a las chavas, otros más atrevidos invitando sus enamoradas para robárselas.
Los más terribles tenían un juego literalmente sucio. Al ser de bahareque la construcción, y que al estar en la oscuridad, solo ellos podían ver hacia adentro, buscaban una vara larga, muy larga, la metían por las rendijas de la casa de oración y tocaban el vestido de las chavas. Era un juego repugnante porque los chavos agarraban la vara larga que cortaban, embadurnaban la punta con mierda que recogían del monte donde la genta iba a hacer sus necesidades por la falta de letrinas y se la restregaban en la ropa a las muchachas. El consejo decidió alejar las bancas de las paredes, pero los chavos resolvieron su juego con varas más largas. Luego taparon las paredes con plástico, pero los chavos lo rompían con facilidad. Pusieron vigilantes, pero las inventivas juveniles de aquellas zonas se las sabían todas, porque hasta algunos de los vigilantes se entretenían con el juego sucio. Finalmente el consejo decidió pasar las celebraciones para las tres de la tarde.
Juan era entonces un muchachito pre adolescente. Tímido y ensimismado como todo adolescente, pero él más todavía por su rasgo identitario chortí. Una vez que yo pasaba los 17 vados de aquella hermosa y ruidosa quebrada llegaba a La Coroza. Me recibían con una tacita de café en la casita de Juan, sin que faltara el plato con huevo, frijoles y tortillas. Y nada más. Siempre llegaba en la mañana, a eso de las 9 am. Realizaba las actividades propias de una visita pastoral. Visita a enfermos, reunión con el consejo eclesial local en donde me informaba de las novedades ocurridas en los dos meses entre una visita y otra. La última charla era sobre sacramentos, en caso de haber bautismos, y antes de celebrar la misa me reunía con el grupo juvenil.
Aunque era preadolescente, Juan participaba de aquella reunión. Una comunidad pobre, tan pobre que seguramente mi visita era la única oportunidad en la cual se podía ver que mataban una gallina. Las que había las cuidaban para venderlas o para anidarlas para tener cosecha de pollitos. Juan era uno de los pocos muchachitos que hablaba y siempre me llamó la atención. Cuando en la visita me acompañaba Sor María –la religiosa española de las Hijas de la Caridad quien llegó a Honduras para quedarse hasta su muerte en abril de 2006–, ella coordinaba la reunión juvenil, y cuando regresábamos –yo saltando piedras y ella en mula—siempre me decía: “ese muchachito vale lo que pesa, si lo cultivamos será un gran hombre comprometido”. Yo callaba, pero guardaba aquellas palabras.
La Coroza arrasada
En una de mis últimas visitas a La Coroza, hablé con Juan cara a cara: ”¿Y si te venís para Tocoa a estudiar? Sor María y yo te vamos a apoyar”. Como siempre, Juan agachó la cabeza. Medio asintió sin decir palabra. A mi regreso hablé con Sor María y le pedí que animara a Juan a venirse a Tocoa a estudiar. El 31 de octubre de 1993 ocurrió la tragedia a raíz de una de las tantas tormentas tropicales que azotan la costa atlántica hondureña y la comunidad de La Coroza fue arrasada. Desapareció para siempre. Varias personas quedaron soterradas, pero la familia de Juan se salvó y debieron emigrar hacia comunidades aledañas, y después la familia se trasladó a Tocoa, y Juan comenzó sus estudios, primero en las escuelas radiofónicas y luego en la formalidad del sistema educativo.
Juan, paradigma de un nuevo liderazgo
Yo salí de Tocoa en enero de 1997, y no volví a encontrarme con Juan sino hasta comienzos del siglo, cuando ya era un pedagogo, vivía en la colonia Fabio Ochoa, trabajaba en la pastoral de la parroquia San Isidro Labrador de Tocoa y tuvo todos los años del presente siglo para descollar hasta convertirse en modelo de un nuevo liderazgo que ha sabido unir ejemplarmente la fe con la justicia, la lucha social con la lucha política, la defensa de los derechos humanos con la lucha por cuidar los derechos de la casa común. Y lo hizo con su vida, su trabajo cotidiano, su cercanía con su esposa y sus dos hijas, con su testimonio de vida como laico comprometido, con su palabra dicha con sencillez y claridad, con su palabra escrita, desde el caminar desde abajo, como un auténtico intelectual que nunca se separó de su origen.
“Para un cristiano, ningún camino está vedado”. A Juan sí le vedaron un camino
La última vez que lo vi y lo escuché fue el 7 de septiembre, el sábado anterior a su asesinato, en un encuentro nacional eclesial por la ecología integral. Escuché cuando dijo que para un cristiano ningún camino estaba vedado para promover la justicia, la dignidad y la defensa de la casa común. Ningún camino. Así lo dijo con fuerza. Y entendí que lo decía a toda la gente de Iglesia que estaba reunida en aquel recinto, incluyendo a varios presbíteros y dos obispos. Y entendí que me lo decía a mí, porque él sabía que yo no estaba seguro de la conveniencia de su participación como candidato a alcalde Tocoa.
Sabía que me lo decía a mí, porque cinco años atrás –en 2019—nos reunió a sus más cercanos amigos para decirnos de su intención de lanzarse a la candidatura a la alcaldía de Tocoa –en donde quedó como regidor–. Entonces yo le dije que no estaba de acuerdo, no porque no fuese valioso el campo de la lucha por cargos públicos, sino porque se enfrentaría a poderes tan grandes en la zona, y con tan poca compensación, que en aquellas condiciones no solo no podría vencerlos, ni siquiera con la fuerza que pudiera juntar con apoyo popular, sino que su vida iría “como cordero a matadero”. Juan –le dije elevando mi voz—te va a matar. En ese camino no te dejarán avanzar ni los mineros, ni los terratenientes, ni los comerciantes, ni los políticos. Ni tampoco tu propio partido”.
Ningún camino está vedado, dijo, y sentí que sus palabras eran para que resonaran en mí. Nos cruzamos la vista, y los dos bajamos la mirada. Fue cuando recordé mis palabras de 2019. Y dije para mí que tampoco en ese momento era conveniente su participación en la campaña electoral que ya estaba en marcha en ese mismo mes de septiembre. Las fieras estaban sueltas, revueltas y heridas. Y eran más peligrosas que nunca. Yo sabía que en esta ocasión podría ganar los votos para ser el alcalde de Tocoa y las elecciones de finales de noviembre de 2025. Tenía muchos adversarios, especialmente el alcalde de Tocoa, de su mismo partido. No era adversario. Era su enemigo, y con un poder ramificado entre todas las fuerzas de poder públicas y subterráneas. Y en las elecciones internas, ese alcalde, Adán Fúnez, buscaría destrozarlo de cualquier manera. No solo él. Él representaba muchas fueras movilizadoras de destrucción y muerte.
Nadie con el poder que perversamente invade el Aguán, permitiría que Juan López, un hombre pobre, indígena, de base y con la palabra firme y serena para implantar suave y exigentemente la verdad de las comunidades, les ganara la partida. Era asunto de poder. Pero era asunto de honor. No podrían permitir que “un igualado” ocupara el lugar que solo sus elegidos podrían ocupar. Era un asunto político y económico, un asunto de lucha de clase. Un asunto racista y discriminatorio.
Entonces volví mi mirada sobre él. Juan ya tenía sus ojos ocupados en su computadora. Escribía y escribía. Y en silencio repetí para mis adentros lo que en voz alta le dije en 2019: Juan te van a matar. Eso fue el sábado 7 de septiembre en San Pedro Sula. La vida siguió con sus ocupaciones. Hasta el sábado 14 de septiembre, a las 8.15 pm cuando mi amigo me pasó tembloroso el celular y escuché que del otro lado me decían, “asesinaron a Juan”.
Así va la vida, y así toca escribir crónicas de sangres que se derraman por un amor más grande que salvarse uno mismo. Ese amor por el que asesinaron a Juan López. Ese amor por el que quiso dar su vida para que nosotros vivamos siguiendo sus generosas huellas teñidas de sangre inocente.
Por: Ismael Moreno S. J.