Con la fotografía digital y las redes sociales los jóvenes de hoy se han hecho cientos de veces más fotos que la generación de sus padres en su juventud, cuando había que poner carretes en las cámaras y revelar las fotos. Entonces la manera de compartirlas era enseñando álbumes o en portarretratos. Ahora cualquier teléfono puede almacenar miles de imágenes y se comparten instantáneamente para que todos los contactos la puedan ver.
Selfie es la palabra creada para llamar a la foto que alguien se hace a sí mismo. Desde aquel selfie de unos jóvenes con el Papa o el de Ellen DeGeneres en la gala de los Oscars hay poca gente que no haya posado para uno. ¿Por qué tanto selfie? Puede ser porque es más rápido que pedir a alguien que nos haga la foto; pero también puede ser porque nos dejemos llevar por ese regusto narcisista que nos da vernos en fotos. Casi todos tenemos algún contacto que nos agota a base de tanto selfie y más si son de esas personas que salen siempre con la misma cara en distintos escenarios.
En las redes sociales mostramos algo −quizá algunos demasiado− de lo que somos. Vamos subiendo fotos, escribiendo cosas, comentando las de otros… Podemos de vez en cuando preguntarnos qué hay en nuestro muro. ¿Son solo selfies o dejo lugar a otros? ¿quiénes salen en mis fotos? ¿hay lugar para la justicia, o para la fe? ¿qué temas salen en mi muro y con qué perspectiva los abordo?
Fuente: Pastoral SJ