Skip to main content

En este mensaje el Provincial P. José Domingo Cuesta, S.J., recuerda la figura de San Luis Gonzaga, santo jesuita que renunció a una vida privilegiada por su dedicación abnegada a los enfermos.

 

Existen personas y vidas que nos hacen pensar y nos ayudan a ver lo bueno de Dios en la humanidad, sobre todo por su gesto desinteresado a favor de los más vulnerables. Esto genera esperanza ante tanta injusticia que vivimos diariamente en el mundo. Este mes recordamos a San Luis Gonzaga, SJ. Quisiera referirme a él con el objetivo de poder reflexionar sobre su vida y acción.

Muchos años nos separan de este joven quien renunció a una vida privilegiada y a una herencia de lujo para consagrar su vida a Dios hasta el punto de contraer la peste, debido al cuidado desinteresado que tenía con las personas enfermas. Luis era el hijo mayor del Marqués de Castiglione y heredero del título familiar. En su tiempo, los Gonzaga eran conocidos como patronos de artistas del Renacimiento, gente adineraba que gobernaban lo que equivalía a un reino.

Nació en el seno de una familia italiana noble, muy cristiana, donde se leían las cartas que escribían los misioneros jesuitas desde sitios lejanos; pero también, en un ambiente mundano, cargado de ambición y violencia que le prometía un futuro de riqueza, honor y poder. No obstante, movido por Dios, desde una libertad interior y enfrentando a presiones familiares y sociales, buscó guiarse por la voz del Espíritu que resonaba en su interior, asumiendo el seguimiento de Jesús como un camino de vida. Logró vencer la resistencia de su familia y se entregó íntegramente a Dios en la Compañía de Jesús fundada unas décadas antes.

Luis renunció al título y a la herencia paterna y a los 14 años entró al noviciado que tenía la Compañía de Jesús en Roma, bajo la dirección de San Roberto Belarmino. Olvidó totalmente su origen noble y se abajó a sí mismo desde la humildad, dedicándose al servicio de los enfermos, sobre todo durante la epidemia de peste que afligió a Roma en 1590. Trabajó sin cesar, hasta que quedó contagiado simplemente por una acción desapercibida para muchos: había encontrado en la calle a un enfermo y, sin pensarlo dos veces, se lo echó a la espalda y lo llevó al hospital donde servía a los enfermos. El contagio fue más fuerte que él y murió a los 23 años al contraer la enfermedad de quienes en Roma eran los excluidos y marginados a causa de la peste que acabó con la mitad de su población. Fue algo claro, atendiéndolos, arriesgó su vida y llegó al extremo de entregarla por ellos. Ante su testimonio, Benedicto XIII lo proclamó en 1729 patrono de los jóvenes; Pio XI en 1926, patrono de los estudiantes y, en el cuarto centenario de su muerte, Juan Pablo II en 1991, lo designó patrono de los enfermos del sida. El cuerpo de San Luis se encuentra en Roma, en la Iglesia de San Ignacio, siendo un ejemplo para todos.

El P. General de la Compañía, hablando de San Luis Gonzaga afirmó que son muchos los jóvenes que, de forma noble, audaz y generosa, desearían hacer algo por el bien de la humanidad y de sus pueblos; querrían que el sufrimiento de tantos desaparezca, que se logre la reconciliación entre personas y pueblos, que se proteja nuestro planeta y que la humanidad se guíe por valores trascendentes que den sentido al mundo y a la historia humana. Frecuentemente, sin embargo, muchos de ellos no saben cómo hacerlo. Luis es un ejemplo para todos cuando nos dejamos mover por el dolor y el sufrimiento de los demás y hacemos actos que pueden cambiar vidas.