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Este 18 de agosto la Iglesia celebra a San Alberto Hurtado, un santo chileno cuyas palabras alimentan la esperanza para enfrentar los grandes desafíos del mundo actual.

Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano

San Alberto Hurtado fue citado en casi todos los discursos y homilías del Papa Francisco en su viaje a Chile en enero de 2018, demostrando la vigencia de sus palabras, el poder de su legado espiritual y su papel en la historia de su país de origen.

En el Santuario nacional de Maipú, el día 17 de enero, dirigiéndose a los jóvenes, el Papa Francisco les dijo:

“Los jóvenes del Evangelio que escuchamos hoy querían esa ‘señal, buscando la señal que los ayudaría a mantener vivo el fuego en sus corazones’… Fueron guiados por Juan el Bautista. Y creo que ustedes tienen un gran santo que puede guiarlos, un santo que cantó con su vida: ¡Contento, Señor, contento! Hurtado tenía una regla de oro, una regla para encender su corazón con ese fuego capaz de mantener viva la alegría… Y la contraseña de Hurtado para reconectarse, para mantener la señal era muy simple… Seguramente ustedes trajeron el teléfono … veamos … Me gustaría que lo peguen en sus teléfonos celulares. Hurtado se pregunta a sí mismo, y esta es la contraseña: ‘¿Qué haría Cristo en mi lugar?’ ¿Qué haría Cristo en mi lugar en la escuela, en la universidad, en la calle, en casa, con amigos, en el trabajo; frente a lo que hacen los matones: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Cuando vas a bailar, cuando haces deportes o vas al estadio: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Esta es la contraseña. Éste es el encargo de encender nuestros corazones, encender la fe y la chispa en nuestros ojos”.

Algunos rasgos biográficos

El 22 de enero de 1901, nace en Viña del Mar Alberto Hurtado Cruchaga. Cerca de un siglo después será oficialmente declarado santo.

La muerte de su padre

En su temprana infancia Alberto sufre una dolorosa pérdida: al cumplir los cuatro años, muere su padre por lo que pronto su familia debe trasladarse a Santiago, a vivir de “allegada” en casas de parientes. Así, desde niño, Alberto empieza a experimentar la precariedad y la pobreza. Su madre, Ana Cruchaga, a pesar de las dificultades, encontró formas para servir a los más pobres en un patronato. Fue un ejemplo que se graba en el corazón de su hijo.

Alberto Hurtado y los jesuitas

En 1909 Alberto ingresa al Colegio San Ignacio dirigido por los padres jesuitas. Desde su adolescencia su director espiritual es el P. Fernando Vives quien le ayudará a vivir sus experiencias sociales como experiencia de Dios.

Alberto ingresa a la Universidad Católica a estudiar Leyes. Mientras tanto sigue buscando activamente nuevas formas de servir a Dios y al prójimo mediante trabajos apostólicos y a través de sus propios estudios. En 1923 se recibe de abogado.

Providencialmente, la situación económica de la familia Hurtado Cruchaga mejora. Ello le permite a Alberto cumplir su anhelo de ingresar a la Compañía de Jesús el 14 de agosto de 1923 en Chillán. La larga formación religiosa lo alejará de su madre y del país por 11 años. Estudia en Argentina, en Barcelona, para terminar en Lovaina, Bélgica, donde además de Teología sigue la carrera de Pedagogía.

El 24 de agosto de 1933, cuando tenía poco más de 32 años, es ordenado sacerdote en Bélgica. El mismo día pone un telegrama a su madre enviándole su bendición sacerdotal. El 25, el padre Alberto Hurtado celebra su primera misa.

Cristo es la razón de su vida

Para Alberto Hurtado, Cristo es simplemente todo: la razón de su vida, la fuerza para esperar, el amigo por quien y con quien acometer las empresas más arduas para gloria de Dios. Ve a Cristo en los demás hombres y mujeres, especialmente en los pobres: “El pobre es Cristo”. Como sacerdote se siente signo personal de Cristo, llamado a reproducir en su interior los sentimientos del Maestro y a derramar en torno suyo palabras y gestos que animen, sanen y den vida.

Cuando el P. Hurtado se pregunta “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”, está revelando el secreto del camino de santidad, de su “ser contemplativo en la acción”. Esa es la regla de oro que conduce su vida. No se trata de imitar mecánicamente lo que hizo Jesús… sino de tener la capacidad de discernir qué haría Él hoy.

Y cuando exclama “Contento, Señor, contento”, expresa su fe en Cristo resucitado. Las veces que pronuncia esta frase, lo hace tras noches de muy breve descanso, de fatigas acumuladas, y con la cruz de la incomprensión de amigos y, a veces, de algunos superiores. Dolores, soledades y acusaciones sin fundamento, envidias, mezquindades… Pero nada le borra la sonrisa de sacerdote crucificado y resucitado con Cristo.

Abrir los ojos para mirar con honestidad la realidad

El P. Hurtado siempre tuvo un corazón muy sensible al dolor de los pobres y marginados. Se siente impulsado con gran fuerza a luchar por anunciarles el mensaje de Cristo y por cambiar su situación. Él hace un constante llamado a abrir los ojos para mirar con honestidad la realidad social del país. Fruto de esta perspectiva es su libro ¿Es Chile un país católico? (1941) y otros que escribirá más adelante. Su mirada sobre los pobres no es una mirada estadística, sino la del evangelio, la del hermano: “Yo sostengo que cada pobre, cada vago, cada mendigo es Cristo en persona que carga su cruz. Y como Cristo debemos amarlo y ampararlo. Debemos tratarlo como a un hermano, como a un ser humano, como somos nosotros”.

Partir a la casa del Padre

La salud del P. Hurtado se va deteriorando rápidamente. El 19 de mayo de 1952, en lo que era el Noviciado Loyola que él había ayudado a construir y que está en la localidad que hoy lleva su nombre, celebra su última misa. Ya no volverá a levantarse. Dos días después sufre un grave y doloroso infarto pulmonar. Trasladado al Hospital Clínico de la Universidad Católica, se le diagnostica un cáncer al páncreas. Recibe la noticia como un don de Dios. Su cuarto se convierte en lugar de peregrinación al que acude gente de todos los medios sociales. El P. Hurtado recibe a muchos, da instrucciones sobre el Hogar, aconseja, bendice. Hasta el último momento da testimonio de la delicadeza de Dios con él. Muere santamente, en total paz y tranquilidad el 18 de agosto de 1952.

Fue beatificado por el papa Juan Pablo II, el 16 de octubre de 1994 y canonizado por Benedicto XVI el 23 de octubre de 2005.

Fuente: Vatican News