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En medio de los discretos calores de este mes de marzo, hemos vivido en la Provincia una vez más la grata alegría de acompañar a dos compañeros que, concluidos sus estudios de Teología, recibían con profunda devoción las Órdenes sagradas del presbiterado. Mario Miguel Gutiérrez en la catedral de El Progreso, Honduras, de manos de Mons. Juan Luis Giasson y Mauricio Murillo, en la parroquia de Lourdes, de manos de Mons. Hugo Barrantes, Arzobispo de San José, Costa Rica.

Sellados por la consagración de quienes representaban a la Iglesia, ambos han sido llamados a “intervenir a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios” (Hebr. 5, 1) y a colaborar en la misión de “edificar, santificar y gobernar la Iglesia, Cuerpo de Cristo”. Como jesuitas que son, además, les tocará vivir esta misión desde el reto exigente de las fronteras: aquellas que brotan de la increencia y del secularismo, o las que provienen de la exclusión y la discriminación. Sacerdotes para siempre, por la imposición de las manos, para publicar con su existencia la alianza indeleble del amor de Dios con su pueblo, que desborda todo tiempo y cultura.

Más allá de provenir ambos de familias de hondura cristiana y de parroquias jesuitas, uno y otro recorrieron sendas bien heterogéneas antes de esta fecha. Desde las planicies del valle central costarricense hasta las montañas de Yoro, de las experiencias misioneras entre el pueblo quiché al mundo de los suburbios de Santo Domingo, desde los estudios teológicos en El Salvador a los de Belo Horizonte… Pero por diversas sendas, un mismo llamamiento para acudir, como servidores del Evangelio, al servicio humilde y generoso al pueblo de Dios al que tantos han sido llamados.

Las dos ceremonias ocurrieron contando con la presencia y con la alegría del numeroso pueblo de Dios que de una y otra parte acudió para acompañar a Mario y Mauricio. Conmovía escuchar la plegaria creyente de las letanías invocando a todos los Santos, mientras los ordenandos imploraban postrados. Se experimentaba la alegría de tantos familiares y amigos al escuchar a nuestros hermanos explicar la Palabra de Dios y ver repartir el Pan de la Eucaristía. Era la alegría de la Iglesia que se siente cercana a sus servidores y que mira con esperanza el futuro de sus vidas.

Para nosotros, compañeros y amigos jesuitas, este día se cargó de recuerdos del tiempo de nuestra propia ordenación. Las palabras, la imposición de las manos, los símbolos litúrgicos y, sobre todo, la invitación a convertir nuestra vida en un servicio por los demás, tocó fibras profundas de nuestra propia identidad de jesuitas, las que cada día nos llevan a desear ser hombres para y con los demás.

Fraternalmente,

P. Jesús M. Sariego, SJ.

Provincial