Vivo convencido de que una de las grandes obras de misericordia que los cristianos podemos hacer es rezar. De hecho, me emociona cuando alguien me pide que rece por él. Orar nos sitúa en una dimensión real y ajustada. Nos recuerda que somos criaturas: creadas y limitadas. Nos muestra que todo no depende de nosotros y, que tampoco, podemos solucionarlo todo. Desde esa realidad, a través de la oración, nos ponemos en manos del que sí lo puede.
La oración no es solo un rezo, no es solo recitar plegarias, o leer un libro espiritual, mantener un silencio prolongado, ni cumplir unas pautas de reflexión o meditación… La oración es mucho más. De hecho, la oración es tangible, palpable. La oración es ser consciente de la presencia de Dios en el mundo y en su historia. La oración es una modo de estar en el mundo.
Por este motivo, puedo rezar cuando leo, cuando doy clases de matemáticas y lengua española a los niños, cuando estudio, cundo toco la guitarra, cuando escucho a alguien, cuando paseo, veo un partido de fútbol… etc. Efectivamente, rezar es una obra de misericordia que nos une a Cristo. Da sentido a la vida y mueve nuestro día a día al ritmo y mirada de Dios.
Cuando alguien te pida que reces por él, no lo dejes sólo en un padrenuestro… acompáñalo de una escucha, de un wasap, de algún detalle, de una atención especial… Cuando alguien te pida que reces por él, acuérdate de Jesús y de sus modos tan diferentes y auténticos de orar.
Fuente: Pastoral SJ