Evangelio del día, Mateo 5, 20-26
“Yo se lo digo: si no hay en ustedes algo mucho más perfecto que lo de los fariseos, o de los maestros de la Ley, ustedes no pueden entrar en el Reino de los Cielos.
Ustedes han escuchado lo que se dijo a sus antepasados: No matarás; el homicida tendrá que enfrentarse a un juicio. Pero Yo les digo: Si uno se enoja con su hermano, es cosa que merece juicio. El que ha insultado a su hermano, merece ser llevado ante el Tribunal Supremo; si lo ha tratado de renegado de la fe, merece ser arrojado al fuego del infierno. Por eso, si tú estás para presentar tu ofrenda en el altar, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y vete antes a hacer las paces con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda.
Trata de llegar a un acuerdo con tu adversario mientras van todavía de camino al juicio. ¿O prefieres que te entregue al juez, y el juez a los guardias, que te encerrarán en la cárcel? En verdad te digo: no saldrás de allí hasta que hayas pagado hasta el último centavo”.
Palabra del Señor.
Compartimos una reflexión a cargo del P. Carlos Manuel Álvarez Morales, S.J.
El que ha insultado a su hermano, merece ser llevado al tribunal supremo
Si echamos una mirada a nivel mundial, existen grandes y muy graves faltas en contra de los seres humanos. A esta realidad de graves daños al prójimo aplicarían las palabras del Señor a quienes están haciendo tanto daño a sus semejantes: “merecen ser llevados ante el tribunal supremo”. Pero la realidad es otra, pues muchas injusticias cometidas en contra de los más débiles, los más pequeños e indefensos, quedan en la impunidad. Siempre el más grande, el que tiene más dinero, o el que tiene más poder, sale victorioso ante aquel que ha ofendido y que no tiene maneras de cómo defenderse.
Pero las realidades de daño y ofensa al hermano, a nivel mundial, se pueden estar dando también de modo muy grave, a nivel local, producidas por mí mismo, en mi propia casa, en mi trabajo, en mi comunidad eclesial. Toca revisar mis comportamientos frente a todas aquellas personas con quienes me relaciono, para darme cuenta, delante de Dios, si he ofendido a alguien de diversas maneras y no me he querido dar cuenta de ello. Pero si dándome cuenta no quiero cambiar de actitud ni pedir perdón con sincero arrepentimiento, se me aplicarán las palabras de Jesús: “mereces ser llevado ante el tribunal supremo”.
¿A quiénes creo que he ofendido y no he sido capaz hasta ahora de reconocerlo sin pedirle perdón?, ¿Qué me pide Dios en estos momentos al darme cuenta que ofendido a algunos de mis hermanos, comenzando por los de mi casa?