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Con gusto escribo estos recuerdos de mi participación en la ceremonia de beatificación del P. Rutilio Grande, S.J., Nelson Rutilio Lemos, Manuel Solórzano y Fray Cosme Spessotto, O.F.M. el pasado 22 de enero del 2022.

Mis recuerdos de Rutilio Grande se vuelcan a la ciudad que me vió nacer, Quito, capital del Ecuador. En efecto el nuevo beato jesuita fue a estudiar al Colegio Loyola donde obtuvo el título de bachiller en Humanidades Clásicas el 25 de marzo de 1950. Su compañero de comunidad y gran mentor mío el padre Carlos Flores Bodero, “Florito”, me solía agarrarme del brazo mientras me decía: “mijo sólo a ti te lo digo” me contaba con gran naturalidad sus años en el Loyola sobre el joven escolar salvadoreño Rutilio Grande a quien describió como “una persona sencilla, callada y hasta podría decirse que introvertido.” Sin duda, los caminos de Dios son diferentes y se da a conocer en lo pobre y despreciado de esta vida.

Rutilio nació en una familia campesina en el Paisnal, uno de esos pequeños cantones o pueblitos de su nativo El Salvador. Él era hijo de su tiempo y de un país explotado por sólo 14 familias que lo tenían todo mientras que la mayoría de su pueblo estaba excluido y no tenía nada. En ese contexto, los pocos Jesuitas salvadoreños unidos al grupo de sacerdotes españoles en su mayoría del País Vasco o Euskadi estaban viviendo un mundo cambiante, un mundo en el que la pobreza de muchos gritaba al cielo como lo hacía el llanto del pueblo de Israel que se describe en el libro del Éxodo. Gracias a un pronto encuentro con la Compañía de Jesús Rutilio pudo estudiar primero en el noviciado de Venezuela, luego en Ecuador y más tarde en Oña, España. Sin duda la Compañía de Jesús previa al Concilio Vaticano Segundo insistía mucho en la disciplina, en el ascetismo, en la observancia de los votos religiosos pero poco en el contacto con el pueblo de Dios; a ese pueblo que Rutilio desde su primera infancia se perteneció y que por casualidades del destino llegaría a ser su sacerdote ya ordenado y a servirlo hasta derramar su sangre por el.

Los primeros años sacerdotales de Rutilio más bien los dedicó a la formación de los seminaristas en el Seminario de San José de la Montaña. Es en ese mismo seminario donde conoció al hoy Santo de América, Oscar Arnulfo Romero. Su deseo de servir al pueblo fiel hizo que pidiera y obtuviera de sus superiores el permiso para volver a Ecuador y esta vez al instituto regentado por un gran obispo Ecuatoriano llamado Leónidas Proaño Villalba. Este obispo a quien le llamaban los contrarios a su línea pastoral de cercanía con los pobres “el cura rojo” sirvió de instrumento para que Rutilio conociera qué otra manera era posible en el trabajo con los pobres. Es con Proaño, apóstol de los indios ecuatorianos, en su diócesis de Riobamba donde Rutilio aprendió a interpretar la realidad y también a interpelar esa misma realidad desde la Biblia tal y como se demuestra en sus múltiples homilías y en la quizá más famosa pronunciada en Apopa: “Mucho me temo, mis queridos hermanos y amigos, que muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán entrar por nuestras fronteras. Nos llegarán las pastas nada más, porque todas sus páginas son subversivas…

El compromiso de Rutilio Grande y sus dos compañeros de apostolado P. Marcelino Pérez, S.J. y P. Salvador Carranza, S.J. se acrecentaba cada día más y no gustaba a quienes ostentaban el poder bajo la protección de los militares que en realidad gobernaban a sangre y fuego ese pobre país. Es así como Rutilio es vilmente asesinado a la altura del cantón “El Mango” y muy cerca de el Paisnal donde se dirigía a dar una Misa. El resto ya es historia, sólo queda añadir las palabras del Santo de América: “Si le han asesinado por lo que hizo, yo tengo que seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos” (Monseñor Romero, arzobispo de San Salvador ante los cadáveres de los tres asesinados).

Con el anterior preámbulo sólo me queda relatar el día mismo de la beatificación en la Plaza del Divino Salvador. Los sacerdotes nos juntamos en el mismo lugar que Rutilio enseñara; esto es en el Seminario de San José de la Montaña. Luego los obispos y sacerdotes nos revestimos un poco antes de que comenzara la ceremonia a las cinco de la tarde. Qué alegría inmensa ver al pueblo fiel salvadoreño esperando la canonización de sus nuevos mártires en una tarde soleada y llena de calor no sólo humano sino también espiritual donde pudimos escuchar llenos de gozo esa canción que le gustaba tanto a Rutilio “Vamos todos al banquete, al banquete de la creación, cada cual con su taburete, tiene un puesto y una misión.” El Cardenal Rosa Chávez que por mandato del Papa Francisco presidía la ceremonia de beatificación estaba emocionado de poder servir este acto magnífico en el que el pueblo de Dios aclamaba a sus pastores comprometidos con su gente. La beatificación como tal fue al principio de la Eucaristía y la Compañía de Jesús estaba representada por el padre Pascual Cebollada por delegación de nuestro Padre General, Arturo Sosa Abascal. Con palabras sencillas pero llenas de fuerza argumentativa el padre Pascual alabó la vida y el martirio de Rutilio como señal del compromiso de Jesús con los pobres. En este sentido Rutilio se unía a la causa de Jesús y por eso lo mataron. La Compañía pedía respetuosamente al Papa Francisco, también jesuita, que se le inscribiera en el libro de los beatos de la Iglesia Católica a Rutilio y compañeros mártires. El padre postulador general apelaba a la sencillez del pueblo fiel que aclamaba desde el momento mismo del martirio, 12 de marzo de 1977, a Rutilio como alguien que fue capaz de dar su vida por Cristo. Qué gusto también y que honor el poder celebrar a una iglesia inclusiva ya que no solamente atribuía el martirio a Rutilio, el sacerdote, sino con sus dos compañeros de Apostolado en este caso el joven Nelson Rutilio Lemos y el anciano Manuel Solórzano que se ofrecieron como víctimas voluntariamente y como escudos humanos quisieron proteger la vida de su pastor. En un momento murieron los tres y unieron su sangre que la derramaron para dar testimonio del Evangelio. Ya lo decía Tertuliano: “la sangre de los mártires es la semilla de los cristianos.” Me llenó de mucha consolación al término de la petición de beatificación ver a la gran mayoría de los sacerdotes y mirarlos con rostro salvadoreño joven y como promesa de una iglesia encarnada que vive en su pueblo. Rutilio no se equivocó y vive en el pueblo salvadoreño.

Cuándo el Cardenal Gregorio Rosa Chávez aceptó la petición tanto del postulador de la Compañía de Jesús, Pascual Cebollada y del postulador de los padres franciscanos en representación del beato Cosme Spessotto la alegría fue desbordante con el desvelamiento del mural de los nuevos mártires. Que dicha y que felicidad ver a tres generaciones, el anciano Manuel, los adultos Rutilio y Cosme y el joven Nelson Rutilio. Particularmente me gustó el rostro sonriente de Nelson Rutilio que anuncia que un mañana nuevo es siempre posible más allá del dolor y de la muerte.

El Papa Francisco ha calificado a Romero y a Rutilio de “un tesoro y una fundada esperanza para la Iglesia y la sociedad salvadoreña”. Agradezco a la Provincia Jesuita del Noreste de los Estados Unidos (USA Northeast) por permitirme participar de la alegría de los pobres que es la alegría de la Iglesia.

A.M.D.G.

Hernán Paredes, S.J.

Our Lady of Mt Carmel

Staten Island, NY