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Razón y Fe

Homilia en el funeral del P. Julio López de la Fuente, S.J. (1927-2012)

Querida comunidad universitaria UCA, queridos amigos/as que nos acompañan esta tarde: 

Hace exactamente tres semanas un ultrasonido nos dio la primera señal de alerta acerca de la gravedad del estado de salud nuestro querido P. Julio. Hace dos semanas, luego de una serie de exámenes médicos le compartíamos al padre los resultados de los mismos. “Julio, el Señor te está llamando…” le dijimos en aquel momento. Luego de unos minutos de silencio, con una claridad meridiana y una hondura espiritual sin límites sus palabras fueron “En las manos de Dios”. Sus palabras cobran a partir de anoche pleno significado. No nos cabe la menor duda de que nuestro querido P. Julio María López de la Fuente está en las manos de Dios. Y esta tarde estamos reunidos alrededor de la Eucaristía para dar gracias a Dios por su vida y por su obra.  

El Evangelio que acabamos de escuchar nos habla de ser sal y de ser luz (Mt. 5, 13-16). A lo largo de una vida académica universitaria de más de 40 años, el P. Julio hizo de la razón la sal de la tierra y de la fe la luz del mundo. A lo largo de sus 84 años de vida le tocó vivir en un mundo y en una iglesia de profundos cambios, en un país terremoteado, en guerra y en revolución; sin embargo, supo siempre fundamentar su vida en la fe y alimentarla por la razón. Razón y fe encontraron en él una síntesis perfecta. No podemos ver en él sólo a un académico, no podemos ver en él sólo a un sacerdote, pues ni lo uno ni lo otro le harían justicia. El P. Julio fue un académico entregado a Dios y un sacerdote entregado a la academia. 

Apóstol de las ingenierías en nuestro país, luchó fuertemente porque no se llevarán las ingenierías de la UCA a inicios de los años ochenta. Perdió en esa lucha y se creó la UNI, a la que con una generosidad sin límites cedió los laboratorios de ingeniería por el bien del desarrollo tecnológico del país. Recordaba con humor cómo fue invitado a la ceremonia de colocación de la primera piedra de la nueva universidad nacional del ingenierías -al costado norte del Instituto Pedagógico de Managua- diciendo que se hubiese tomado una foto de haber sabido que la primera sería la única y última de las piedras.

¿Qué sería de un ingeniero sin una facultad de ingeniería en la UCA? Su respuesta fue empezar a estudiar el sol y su potencial como fuente de energía alternativa. En su momento no hubo nadie en la región centroamericana que supiese más de energía solar que él. A la estación solar llegaban académicos del más alto nivel de las universidades europeas y norteamericanas. 

San Ignacio del Loyola, vasco como él, en los EE. EE. pone en boca de la Trinidad la frase: “Hagamos redención del mundo”. Y a esa redención dedicó el P. Julio su vida académica en Nicaragua. Conocedor como era de la geografía nacional, estaba convencido del potencial de recursos naturales de nuestro país, de la necesidad de formar ingenieros para salir del atraso y de la pobreza. Y comprometido con el desarrollo tecnológico del país no dejaba de mirar con tristeza la falta de un proyecto de nación, de un acuerdo nacional, de una alianza multisectorial (academia, gobierno, empresa, industria) que pusiese las bases para un desarrollo serio, permanente y responsable con el ambiente, que llevase prosperidad y bienestar a la mayoría de los nicaragüenses.  

Sin duda alguna, muchos y diversos son los legados que el P. Julio nos ha dejado. Uno de ellos es el respeto a la naturaleza como creación de Dios. Su vida nos ha enseñado la necesidad de asomarnos a conocer la obra de Dios (estudiar la radiación solar), a asombrarnos por la creación de Dios (gran conocedor y amante de las orquídeas) y a poner esa creación al servicio de la humanidad (llevando electricidad a las comunidades rurales a través de turbinas de agua, p.e.).    

El valor de saber ser perseverantes es quizá otro regalo que nos ha dado. Quienes le conocían podían saber –casi sin temor a equivocarse- en qué lugar del campus se encontraba el padre a determinada hora del día. La perseverancia, que en estos tiempos a algunas personas les puede sonar a mala palabra, es algo inherente a todo académico y científico que quiera –como él- hacer  avanzar la ciencia. 

Supo también combinar su vida académica con su vida sacerdotal. Ejemplo de ello es el compromiso en la celebración de la eucaristía durante varias décadas a las hermanas teresianas de las cuales, como solíamos bromearle, era el pastor eterno.  

La fe profunda en el Señor Jesús, quien un día lo llamó a ser compañero suyo en la Compañía, la aceptación del misterio de Dios en las últimas semanas de su enfermedad, el entregarse y ponerse “en las manos de Dios” nos hablan del fundamento de su vida… De saber que de Dios hemos venido y a Dios hemos de volver.  

Hace tres semanas camino del hospital nos pidió pasar primero por la capilla de la casa. Una semana después, al salir del hospital y entrar en la casa fue directo a la capilla. Y lo último que hizo al trasladarse de Villa Carmen (su casa y comunidad por más de 40 años) a la enfermería del Colegio Centroamérica fue pasar por la capilla… Ahí estaba su Señor, principio y fundamento de su larga y fecunda vida.

El amor a Nicaragua, a la UCA, a tanta gente con las que platicaba en sus paseos vespertinos alrededor del campus, las mil y una vivencias que muchos de ustedes guardan ahora como tesoro, todo ello nos habla de un hombre que supo llegar para quedarse. 

¡Qué duda cabe P. Julio que usted ha sido y sin duda seguirá siendo luz que seguirá iluminando nuestras vidas y antorcha eterna para esta su universidad de la que siempre será Profesor Emérito!

P. Silvio Avilez, S.J.

Vicerrector UCA, Managua, Nicaragua