“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima…” [EE 23]
Todos nos movemos por algún principio. En todo proceso hay unas verdades esenciales que son asumidas como materia prima para construir el “edificio”. En la arquitectura, por ejemplo, las reglas de la física y los materiales utilizados cumplen esta función. Sobre esos principios se podrá fundar cualquier edificio.
Ignacio de Loyola propuso el Principio y Fundamento al comienzo de los Ejercicios Espirituales, ese método para encontrar a Dios y ganar en libertad interior con el fin de adiestrar los sentidos hacia su voluntad. El Principio y Fundamento, por tanto, constituye la mínima materia prima (principio) con la que alguien inexperto podría empezar a considerar su vida, y así empezar a fundar (fundamento) un edificio de decisiones vitales sobre cimientos realmente sólidos.
La grandeza del Principio y Fundamento es que puede ofrecerse a cualquier persona, creyente o no, de una cultura u otra… solo por el hecho de ser humana. Los animales comen, se reproducen, atacan o se defienden de modo programado o instintivo, pero no necesitan buscar un sentido. Los humanos, en cambio, no estamos programados, sino que somos libres para elegir un ‘para’ que nos complete. Hemos empezado a existir y a orbitar como si fuéramos un asteroide en un Sistema Solar: nos encontramos con un padre y una madre, nacidos en un pueblo, rodeados de unos amigos… y a cierta edad podemos empezar a escoger si quedarnos orbitando alrededor de este planeta llamado ‘universidad’, o ese otro llamado ‘fútbol’, o ese otro llamado ‘política’… o simplemente seguir el rumbo que el Sistema Solar me marca. Es fácil perderse en tal gigantesco espacio… ¿Cuál es la mejor referencia para elegir bien?
El Principio y Fundamento nos ofrece criterio. No hemos sido simplemente arrojados a esta “órbita Solar”, sino creados y arropados con un fin, con una vocación, un ‘para’ genuino que nos identifica. Hemos sido creados incompletos para que, a imagen de Dios, podamos terminarnos creando. Dios nos ha creado para alabarle (es decir, reconocerle en el día a día en medio de situaciones, gestos, creaturas), hacerle reverencia (es decir, llegar a acoger el don, el sueño que tiene para nosotros, que nos plenificará), y servirle (es decir, poner en marcha todas aquellas decisiones cotidianas que hagan realidad ese sueño de Dios). Solo así podremos “salvar nuestra alma”, llenar de sentido esa sed, conseguir que, apuntando a Él, nuestro ‘para’ se descentre de nuestro ego y apunte hacia los demás. Cuando no actuamos así, ese ‘para’ o deseo de absoluto se llena irremediablemente de consumos que nunca dan sentido —más bien vacían—, dedicando tanta energía y recursos en saco roto.
Joan Morera Perich SJ
Fuente: Espiritualidad Ignaciana