Cuando las cosas nos van mal, es muy difícil mirar más allá del propio sufrimiento y tratar de empatizar con el dolor ajeno. Creo que es algo normal, totalmente humano, al final se trata de vivir lo mejor posible. Todos sabemos que estamos viviendo un año muy complicado por una situación que afecta al mundo entero, sin distinción de raza, nacionalidad, origen étnico, opinión política, género, edad, etc. Sin embargo, ante el miedo que nos acecha a todos, resulta complicado recordar las situaciones de injusticia estructural que siguen existiendo, que han empeorado y que probablemente empeoren durante los próximos meses.
Desde finales de 2019, las llegadas de personas inmigrantes a las Islas Canarias están aumentando considerablemente. Las cifras quedan lejos de la «crisis de los cayucos» que tuvo lugar hace años, pero no podemos dar la espalda a esta realidad. ¿Qué motiva a todas estas personas a tirarse al mar arriesgando sus vidas para llegar a uno de los países de Europa más afectados por la pandemia, como es España?
Nos llegan noticias de la recepción en las Islas, algún medio denominó a estas zonas como «almacenes de acogida», lo cual dice mucho de cómo deben ser las condiciones en las que se encuentran todas estas personas que tras sus largos viajes cruzando medio continente africano, huyendo de la miseria y la guerra, alcanzan tierra segura para ser «almacenados». Llegan noticias de las visitas de políticos que buenamente tratan de dar una solución. Pero también llegan noticias de madres separadas de sus hijos, bajo el pretexto de que no puede acreditarse la relación familiar: ¿verdaderamente esperaríamos que hiciesen eso con nosotros si viajásemos a otro país y perdiésemos los documentos de identidad en el trayecto?
No se trata de comparar sufrimientos y dolores, creo que se trata de mirar más allá de nuestro propio ombligo y de ampliar nuestra humana e ilimitada compasión que es la que nos hace ser hermanos.
Fuente: Pastoral SJ