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La UCA se vio obligada a cerrar el año pasado tras acusaciones de la dictadura de funcionar como un «centro de terrorismo». En Guatemala, 20 de sus exalumnos homologaron estudios en la URL. Tres de ellos cuentan cómo fue dejar atrás a padres, hermanos y amigos; al folclor, sus costumbres y comunidades de origen*.

 

Es viernes por la tarde y en el gimnasio del campus central de la Universidad Rafael Landívar (URL) hay un silencio que, por momentos, se interrumpe con algunas voces aisladas y pinceladas de la algarabía que reinó en la jornada.

Personal de la Vicerrectoría de Identidad Universitaria mueve mesas y se prepara para una actividad de recibimiento a unos 20 estudiantes nicaragüenses que hasta el año pasado estaban matriculados en la Universidad Centroamericana (UCA), previo a que la dictadura liderada por Daniel Ortega ordenara la confiscación de todos sus bienes y productos financieros.

La UCA, dirigida por jesuitas, fue acusada por el gobierno de funcionar como un «centro de terrorismo» y traicionar a la patria. Fue el precio por pagar luego que, en abril de 2018, en medio de las protestas multitudinarias en contra de las reformas al seguro social, decidiera abrir las puertas de su campus para resguardar a estudiantes embestidos y apresados por la policía.

La confiscación de sus bienes y recursos financieros la obligó a cerrar tras una trayectoria académica de 63 años. Más de 5,000 estudiantes de distintas carreras se quedaron sin el amparo de su casa de estudios para continuar sus carreras.

Algunos intentaron matricularse en otras universidades de Nicaragua, pero cuentan que les cerraron las puertas por instrucciones del gobierno. Así, la dictadura los quiso forzar a continuar en la Casimiro Sotelo Montenegro, la universidad que creó el régimen para suplantar a la UCA, pero al estar bajo un fuerte control estatal varios no accedieron.

En Guatemala, 20 estudiantes hicieron trámites para homologar sus cursos en la Universidad Rafael Landívar. De ellos, 17 continuaron en el campus central en la ciudad capital, y tres más se asentaron en Quetzaltenango.

Atrás dejaron a familiares, amigos y comunidades.

Su salida fue discreta, cuentan. Ante las autoridades migratorias, reportaron que viajaban por turismo, pues de lo contrario podían ser sujetos de interrogatorios por haber estudiado en la UCA y dirigirse a otra universidad jesuita.

Plaza Pública conversó con tres de ellos, quienes recién finalizaron su primer semestre de estudios en la URL.Estas son sus historias.

Un globo de sueños que reventó

Soy M. y tengo 23 años. El 1 de febrero fue mi primer cumpleaños sola, lejos de casa, de mi mamá y de mi hermano. Es doloroso dejar atrás todo lo que conocés, lo que sos y lo que fuiste. Comenzar de nuevo, pasar de ser alguien en Nicaragua, a no ser nadie aquí. Toca volver a darle un valor a tu nombre en un lugar donde nadie sabe quién sos.

Cuando cerraron la UCA, yo estaba en quinto año de arquitectura y solo me faltaba la defensa de tesis. Ahora me tocó retroceder un año. Recuerdo que le lloré a mi mamá y buscamos otra universidad que convalidara mis estudios, sin importar retrasarme. Fuimos a la Universidad Americana, pero una semana después el Consejo Nacional de Universidades ordenó a todos los centro de estudios superiores de Nicaragua denegar la admisión de estudiantes UCA. Era horrible porque te querían obligar a ser parte de ellos –del gobierno–. O estudiabas en la universidad que ellos crearon, o no estudiabas.

Ese momento fue como si en un globo estuvieran todos mis sueños y, de pronto, alguien lo hiciera explotar y ya no quedara nada. Me habían robado mi universidad, mis sueños, mi esfuerzo y el de mi mamá. Al final, la UCA fue otra casa para mí. Si no estaba con mi mamá o hermanos, estaba en la UCA, con mis compañeros y docentes. Era un lugar seguro.

Todo fue una venganza del gobierno a mi universidad porque cuando surgieron las manifestaciones de 2018, la primera que mostró apoyo fue la UCA. A nosotros en Nicaragua nos estaban matando, persiguiendo, secuestrando y nos metían presos. Y fue la UCA la que dijo: «Yo abro las puertas, entren, refúgiense. Aquí hay un hogar».  Mientras, en los portones de la universidad había patrullas de policías esperando que saliéramos.

Ahora, finalmente, me encuentro trabajando en mi tesis. En el futuro me gustaría dedicarme a la neuroarquitectura, que estudia el comportamiento humano a través de los espacios. Tengo un compromiso social con las personas para que se sientan bien y tengan espacios físicos que sean lugares seguros. No quiero trabajar para mí, quiero hacer una arquitectura para la gente.

Nos vemos en el paraíso

Soy K., tengo 23 años y provengo de Matagalpa. Estudio Ingeniería Civil e ingresé a la UCA en enero de 2018, justamente el año en que se da la revolución cívica. Cuando la universidad cerró, se nos vino el mundo abajo porque yo ya estaba a un semestre de tener el título en mis manos. Fue un balde de agua fría.

Comenzamos a ver la posibilidad de estudiar fuera y, cuando obtuve respuesta favorable en la Landívar, tuve el apoyo de mi mamá que lleva tres años exiliada en Estados Unidos y en proceso de asilo, porque solo los ingresos de mi papá no alcanzaban.

Me fui de Nicaragua el 8 de enero y no olvido el 9 de diciembre, el día que les dije a mis amigos que me iba de Nicaragua. Ellos me recriminaron: «¿Cómo nos lo dices a un mes?». Pero yo no quería decir nada porque me daba miedo que en la frontera, si se sabía que era de la UCA, me regresaran.

A finales de diciembre, mis amigos me dijeron que me harían una despedida en la casa el fin de semana antes de partir. Por la mañana del sábado, llamé a un familiar que vive en el norte del país para decirle que me iba en la madrugada del lunes. Él me expresó: «No te puedes ir sin despedirte de mí». Y viajó cerca de 10 horas.

Tengo muchas amigas religiosas, que viven encerradas, y ese día me dieron la oportunidad de verlas y entrar a donde nadie tiene acceso. Una de ellas me afirmó: «Si no te vuelvo a ver, nos vemos en el paraíso…». Me marcó el alma. Luego me despedí de mi comunidad católica, porque soy parte de la orden franciscana.

La cena de despedida en la noche del sábado fue muy significativa. Todos mis amigos, cada uno de los que estaba ahí, acordaron decir algo bueno sobre mí. Fueron como dos horas en que todo el mundo estuvo hablando y contando anécdotas.

En la madrugada, alrededor de 10 amigos hicieron una caravana y me fueron a dejar al bus. Yo cumplí años el 5 de enero, y viajé a Guatemala el 8. En medio de esa alegría, también hubo tristeza.
No creo regresar en menos de diez años, porque cuando el gobierno finalmente termine, el país va a estar en quiebra.

Ahora, mi sueño es llegar a ser Ingeniero Estructural. Me inspira el hijo de una maestra que va a trabajar como ingeniero en Bangladesh. Me hace pensar que todo se puede lograr.

Vengo de la ciudad del folclor

Soy B., tengo 19 años y estoy en segundo año de la carrera de Diseño Gráfico. En Nicaragua vivía con mi mamá y mi hermano menor. Al momento de salir del país, dije a las autoridades nicaragüenses que viajaba por turismo.

Soy de Masaya, una ciudad a 45 minutos de Managua, considerada la cuna del folclor nicaragüense. Tenemos fiestas patronales que duran casi tres meses y cada fin de semana había bailes, marimba y una convivencia espectacular. Es lo que más me duele haber dejado.

Masaya también fue una de las ciudades que más sufrió con la represión de la dictadura. Me sentí orgulloso de representarla en la UCA.

Cuando cerraron la UCA me dieron la opción de continuar en la universidad bajo el control del gobierno –la Casimiro Sotelo Montenegro –, o seguir en las universidades hermanas de El Salvador o Guatemala.

Finalmente, realizamos el proceso de admisión con mi mamá en la Landívar y fui admitido.

Realicé una salida irregular porque lo hice como turista, ya que si decía que era estudiante de la UCA y que iba estudiar en otro país en una universidad jesuita probablemente hubiese levantado sospechas y quién sabe a qué me hubiera enfrentado. Pero, gracias a Dios, logré salir. Fue mi primera vez viajando solo en avión.

También es mi primera vez viviendo solo. Ha sido difícil. La primera semana quería regresarme. Es difícil la incertidumbre de no saber qué pasará con el país, o si algún día vas a regresar. Sin embargo, gracias a personas que he conocido, mi proceso de adaptación ha sido bueno.

Siempre quise continuar en una universidad jesuita por la espiritualidad. El nivel académico para diseño en la UCA era bueno, y aquí siento que es mejor aún. Al culminar la universidad quiero estudiar en el extranjero… bueno, ya estoy en el extranjero –ríe al tropezar–.   Me llama la atención la animación y estudié Diseño Gráfico porque era lo más cercano.

Hay miedo de regresar a Nicaragua; he escuchado experiencias de personas que retornan y les revisan el celular, las interrogan y les preguntan dónde estuvieron. Pero, por ahora, estoy acá gracias, principalmente, a Dios, y al esfuerzo de mi familia.

El incierto futuro

El futuro de Nicaragua es incierto. El líder de la dictadura, Daniel Ortega, aún conserva el aura de un revolucionario, pero cada vez más se nubla por el maltrato y persecución gubernamental contra quienes piensan distinto, opina el padre José María Tojeira, portavoz de la Compañía de Jesús para hablar sobre la crisis en Nicaragua.

¿Se vislumbra algún final para el régimen? Probablemente, estima Tojeira, ante la falta de sucesores. «Él -Ortega- ya tiene una edad avanzada –78 años–. Cuando se habla de sucesores se piensa en su esposa, Rosario Murillo –actual vicepresidenta –, pero ella no tiene el aura de alguien que triunfó en una revolución. Además, hay bastantes resentimientos dentro del partido sandinista. Uno no puede hacer cálculos de cuánto durará la dictadura, pero no será demasiado», augura el religioso.

Mientras tanto, la dictadura ha cerrado alrededor de 30 universidades y emprendido una ofensiva contra cualquier actor, organizado o no, que se atreva a cuestionar sus métodos.

Y en este contexto, el exilio se volvió la única salida de miles de nicaragüenses.

«Mientras siga la dictadura, el pueblo nicaragüense va a seguir sufriendo, pero yo creo que esta dictadura terminará cayendo», presagia Tojeira. «Hay descomposición dentro del propio partido sandinista, y no son capaces de llevarse bien ni con ellos mismos», sentencia.

 

*Este texto fue retomado del especial Persistir después de la UCA publicado originalmente en Plaza Pública, medio guatemalteco miembro de la Comisión Centroamericana de Medios de la Compañía de Jesús (CCAM). Puede leer el texto original haciendo clic en este enlace. Ilustración de portada cortesía de Plaza Pública.