¿No lo veis? Yo hago nuevas todas las cosas (Ap 21,5)
mayo, 2020
Esta es la primera vez en la historia de las generaciones vivientes que experimentamos una crisis verdaderamente universal. Un bicho minúsculo -que ni siguiera es un organismo vivo- nos ha hecho a todos bajar de las nubes del consumo y de la realidad mediática en sus más diversas formas, y nos forzó -independientemente de cualquier diferencia- a poner los pies en “la realidad”: ¡polvo somos!
Por un lado, es reconfortante ver la multiplicidad de iniciativas apostólicas implementadas en muchas de las instituciones y comunidades de la Compañía universal y particularmente de la CPAL. No hay dimensión apostólica de nuestros trabajos en la que no se hayan generado respuestas creativas: retiros y acompañamiento espiritual, fondos de ayuda para alimentación de familias necesitadas, programas de educación a distancia para niños, jóvenes y adultos; apertura de espacios físicos para atención a personas vulnerables o enfermas, soporte psicológico on line, alianzas con otras organizaciones privadas y públicas para atender a los necesitados, colectas locales o regionales de alimentos, incluso atención pastoral y humanitaria a moribundos; fuera de todo lo que eso ha representado en términos de diálogo, interacción y concertación entre los miembros del cuerpo apostólico, y particularmente entre jesuitas.
Por otro lado, la pandemia cuestiona existencialmente nuestra imagen de Dios y sobre todo nuestras formas de relación con Él. Dios no está definitivamente fuera de la realidad, sino dentro del proceso evolutivo. Él es el creador de todas las cosas visibles e invisibles; existe en modus laborandis, como dice San Ignacio. Es más: en el misterio de la encarnación se resuelve por “padecer” humanamente toda realidad como camino de redención. Lo encontramos por eso no en ritos y prácticas religiosas sino en la más cruda realidad actual: en los enfermos, en los hambrientos, en los desesperados, en los que suplican ayuda y solidaridad; y positivamente en los que son sus prójimos: los que se acercan a ellos (Luc 10, 25-37). Lo otro no son más que mediaciones, ¡las más de las veces hasta inconvenientes! Ahí cobra su sentido profético lo que decía el papa Francisco en su mensaje al mundo del 27 de marzo, cuando afirmaba que el virus “descubre esas certezas falsas y superfluas alrededor de las cuales hemos construido nuestros horarios diarios, nuestros proyectos, nuestros hábitos y problemas”.
La Iglesia verdadera, la de los hijos e hijas de Dios (no la religión) en este tiempo de coronavirus está reinventándose; y no es que haya que reinventarla después. Ella está viva y encontrando sus caminos, los más originales (en todo su sentido). El clericalismo -en todas sus formas- no sólo se encuentra vulnerable, sino que se ha vuelto irrelevante, y el verdadero papel del clérigo y de la jerarquía tendrá que ser -ese sí- completamente reinventado; así como el de las formas religiosas en general.
Y lo que afirmamos del papel del clero, de la Iglesia y sus formas religiosas, y del clericalismo hay que decirlo también de la vida religiosa, y de la Compañía de Jesús. Es tiempo de volver a los orígenes, es tiempo de reinventarnos personal, comunitaria e institucionalmente; es tiempo de escucha atenta de lo que el Señor quiere comunicarnos; tiempo de discernimiento y docilidad a las indicaciones del Espíritu que está haciendo “nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).
Si cada uno de nosotros y nosotras – jesuitas y todos los miembros del cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús – transita este tiempo sólo esperando que pase la pandemia para recuperar su forma de vida: sus gastos, sus diversiones, sus hábitos de consumo, sus prioridades, sus horarios, sus ritos (grandes o pequeños, privados o públicos), sus certezas y las respuestas que ya encontró… y sale incólume después de esta experiencia universal (con sus variaciones sociológicas nacionales) quiere decir que “vive en la luna” y que le dejó la historia atrás”. La novedad que todos esperamos no llegará si no la construye cada uno de nosotros y cada una de nosotras.
P. Roberto Jaramillo Bernal, S.J.
Presidente de la CPAL