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Palabra del Provincial

Queridos amigos y amigas.

El amanecer del domingo de Ramos, 1 de Abril nos sorprendió con la triste noticia de la muerte de nuestro hermano Nacho Martínez.

Nacho fue un servidor generoso, disponible para el sacrificio por los demás. Educado en una familia de hondas convicciones cristianas, como sus dos hermanos, ingresó a la Compañía de Jesús, a los 16 años y siete años más tarde ya estaba viviendo en Centroamérica, donde trabajó en El Salvador, Guatemala y Panamá. No importaba mucho la tarea: de sencillo profesor a varias veces Rector de Colegios, de Espiritual de jóvenes a Párroco, de Ministro hasta Socio de cuatro Provinciales.

Nacho pasó gran parte de su vida en las aulas. Educó a sacerdotes, alguno hoy Cardenal y varios Obispos. Explicó química y biología a estudiantes de ciclo común y bachillerato. Ya sacerdote emprendió estudios de Química en la Universidad Nacional de Panamá. Me parece que fue el primer jesuita en Centroamérica que explicó Ecología. Pero más allá de lo que explicaba, su vida fue para sus alumnos inconfundible presencia de Dios. Le atraía acercarse a los jóvenes que siempre le profesaron gran aprecio. Curiosamente, siendo huérfano desde tan pronto de su papá, supo evocar a muchos jóvenes confianza y respeto de padre cercano.

Nacho fue además sacerdote del pueblo de Dios. En Santa Lucía, Santa Tecla, Pedregal, Panamá, o en Las Palmas, rara vez pasó un domingo sin celebrar la eucaristía con el pueblo de Dios, de cuya fe se alimentó. Jamás predicaba sin escribir antes lo que diría. Supo escuchar el caso complicado, la confesión urgida o al enfermo que acudía pidiendo su ayuda. 

Si todos somos algo imagen de Dios, tal vez Nacho reveló la cercanía de Dios que no invade, es respeto a nuestra libertad. Al tratar con Nacho todos percibíamos en él un respeto tan grande a nuestra persona, un interés tan serio por lo que le decíamos, que salíamos reconfortados después de verle. No era un respeto de distancia o formalidad, o que nos inspirara temor, sino de valoración profunda del otro, al que creo que siempre consideraba con valores y a quien evitaba herir. Lo apreciábamos por esa huella de Dios que a un tiempo le hacía exigente y recio consigo mismo y tolerante y cercano con los demás. Siempre vestía con limpieza y discreta elegancia, tal vez símbolo de esa elegancia del alma que le permitía acercarse a los otros con un profundo aprecio por ellos.

Agradecidos al Señor por un compañero de esa altura, le pedimos que, como Nacho, nuestra vida no sea para nosotros, sino para servir generosamente a los otros. 

   Unido fraternalmente en Cristo:

 P. Jesús M. Sariego, SJ.

Provincial