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No me veo entrando en un banco pistola en mano y vestida con mono y careta, gritando un peliculero «todo el mundo al suelo», «esto es un atraco». Tampoco en ese estilo de robo más moderno, o desgraciadamente, actual, de engordar partidas presupuestarias adjudicándolas a personas «de confianza»… y un poco para mí y otro para ti. Aunque, sin embargo, sí que me acuso de haberme quedado con alguna que otra vuelta de la compra, o hacerme la despistada en el cole cuando alguien preguntaba por un boli «perdido».
Desde luego, NO ROBARÁS, hace referencia al que se come un caramelo en una tienda sin pagarlo y al que asalta una caja fuerte, aunque no a todos les encaje tan bien el sustantivo ladrón. Sin embargo, superada esa etapa infantil en la que se está aprendiendo a que no hay que quedarse con lo que no es de una, y si ya eres autónomo como para que sea tu propia vuelta la que guardas en el monedero… ¿podemos borrarnos «de la lista» este mandamiento?

Me saldría decir que sí. Sin embargo, prácticamente cada día me descubro robando. No es una especie de declaración de cleptomaníaca, me explico. Creo firmemente que las personas somos todo don, todo se nos ha regalado, y estamos invitados a darnos a los demás a fondo perdido.

Estoy robando, cada vez que me descubro guardándome para mí, buscando mis ratos «de ombligo», prefiriendo quedarme en casa a salir ante la llamada de alguien que necesita escucha, no ofreciéndome cuando se pide ayuda en el trabajo. También cuando no pongo lo mejor de mí en el estudio de alguna enfermedad de mis pacientes, cuando se me ofrece un curso y lo rechazo, cuando paso de leerme un artículo. Cuando no agradezco los ratos con mi gente, cuando no devuelvo una sonrisa a quien me la da, cuando prefiero mirar la pantalla de mi móvil a hablar con quien tengo al lado…

Mil momentos al día en que estoy robando, a los demás, porque he sido creada para ser en relación con otros. A la casa común, cuando consumo desordenadamente. A Dios, cuando elijo no amar.

No puedo decir como ese joven del Evangelio, «todo eso lo he cumplido desde pequeña». Quizás diariamente yo robo más que quien coge algo para llenar el estómago. Aunque a veces es más cómodo quedarse en mínimos apaciguando la conciencia con un balsámico «yo no robo», aprendiéndome bien lo que es de una, y lo que es de otro y no se puede tocar. La invitación es al MÁS, a darse por entero sabiéndonos regalados, y desde ahí no se nos dice… «no robarás», sino «PARTE Y COMPÁRTETE».

Valle Chías, rjm

Fuente: Pastoral SJ