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Editorial UCA

Hace 32 años, seis jesuitas y Celina y Elba Ramos fueron asesinados por miembros del Ejército por órdenes del Alto Mando y del Estado Mayor de la Fuerza Armada. Ignacio Martín-Baró, Ignacio Ellacuría, Juan Ramón Moreno, Amando López, Segundo Montes y Joaquín López y López trabajaban en la construcción de la paz, promovían el diálogo entre las partes en conflicto, defendían los derechos de los pobres y ponían racionalidad en la locura de una guerra en la que se derramaba sangre fraterna. Tres décadas después, ¿nos dicen algo para el hoy que vivimos? Quizás a la gente dedicada a la vida fácil del dinero, el consumo o el poder no les digan gran cosa. A los cristianos conscientes de lo que significa Jesús de Nazaret y su Evangelio, sin duda les dicen mucho, porque quienes entregan la vida en defensa de la paz y la fraternidad tienen en la Iglesia un significado permanente.

Sin duda, los que ansían imponerse sobre los demás y aman al dinero más que al prójimo no tienen mayor palabra al respecto. A lo sumo, mencionan a los mártires para usarlos contra aquellos que son críticos con el poder. Pero si entramos en el ámbito del estudio y la racionalidad, las víctimas del pasado siempre enseñan el camino para construir un mundo mejor, sin abusos, sin odios y, en la medida de lo posible, sin víctimas. Un mundo capaz de enfrentar a los victimarios, sean quienes sean. Ante las enormes deudas con los graves crímenes del pasado, las víctimas siguen clamando contra una justicia inexistente o plagada de trampas e impunidad. Los jesuitas y Elba y Celina, víctimas repetidas veces de un sistema judicial cobarde e ineficiente, muestran que ese sistema es hoy más corrupto, dependiente de la política y ajeno a la obligación de cumplir con sus responsabilidades.

Además de clamar en favor de la justicia, los mártires nos dicen que no es posible vivir ni desarrollarse humanamente en una sociedad que promueve el odio y el grito. Nos recuerdan que todos debemos tener la valentía de construir una convivencia pacífica y defender principios democráticos básicos como la independencia judicial, el acceso a la información pública y la defensa de los derechos humanos. Como algunos de ellos eran pensadores y amantes de la filosofía, nos recordarían que Aristóteles hace dos mil trescientos años decía que “los atractivos del deseo y de las pasiones del alma corrompen a los hombres cuando estos llegan al poder. Y muchos de ellos sin perjuicio de sus virtudes, porque el poder corrompe hasta aquellos que son los mejores”. Los mártires de la UCA, pues, hablarían con verdad y con libertad, al tiempo que propondrían, desde el estudio y la racionalidad, caminos de diálogo y solución para los problemas nacionales. Por eso siguen siendo un estímulo para todos en la construcción de una sociedad más justa.

Fuente: UCA El Salvador