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Cuando eres joven, las vidas no vividas están por delante. Son todos los caminos que aún se te han de presentar. Los que tomarás y los que no. Entonces todo son posibilidades. Seguramente al mirar adelante te figuras mil escenarios. Y en todos ellos vuelcas anhelos, expectativas, deseos. Lo que te atrae lo ves con esperanza. Lo que no te gustaría, con temor. Ojalá tenga más fuerza la esperanza tirando de ti, que el miedo paralizándote o haciéndote alguien inseguro y huidizo. Pero no te dejes envolver por la promesa –que alguien te hará, seguro– de que puedes recorrer todos los caminos. No puedes. Cuando se te planteen encrucijadas, elige. Cuando se te planteen alternativas, asume que optar y renunciar a menudo son parte de la misma decisión. Y sí, las renuncias cuestan. Solo que merecen la pena cuando hay un motivo suficiente, cuando una pasión, una convicción, una intuición tira de ti. Ahora todas las vidas no vividas son posibilidad (o muchas de ellas). Pero no podrás vivirlas todas. Así que piensa bien cómo usas tu libertad.

Cuando eres mayor, muchas vividas no vividas están por detrás. Son los caminos que no escogiste. La tentación de querer volver a las encrucijadas es grande. Fantasear con lo que hubiera ocurrido si en lugar de este paso hubieras dado este otro. Pensar, con cierta nostalgia, en lo que habría sido tu vida de haber tomado tal o cual rumbo… Y digo tentación porque, aunque es verdad que hay opciones que aún pueden tomarse, hay otras que ya no. Porque la vida es solo una. Porque ya no vuelves a ser joven (todo lo más, a querer aparentarlo, y esto a menudo con cierta insensatez). Porque mucho de lo que construimos requiere tiempo, mucho tiempo, décadas… y no toda la vida puede ser primavera. Por eso, no te dejes atrapar en la prisión de la nostalgia de las vidas que no fueron. Aprecia lo que eres, los caminos escogidos, y la vida que sí estás viviendo.

José María Rodríguez Olaizola, sj

Fuente: Pastoral SJ