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¿Es siempre la vida genial?

No. No lo es. Y si lo fuera, daría igual. Ser alucinante, guay, magnífica o genial no es el objetivo de la vida. Si se entiende por alucinante algo que siempre impresiona, que siempre emociona o remueve, se puede ser absolutamente vehementes con la respuesta: la vida no es esto.

Estamos acostumbrados a que la imagen de vida perfecta a la que tenemos que aspirar es la de tener, la de disfrutar, reír, ser pasional en todo momento, beberse a sorbos la vida, o algo así. Flipar siempre y en todo momento; irse de vacaciones al Tíbet o a las Galápagos, pero todo el año, etc.

No es así. No puede ser así. Es materialmente imposible ser así. Y, sobre todo, es irreal. La vida tiene altibajos, momentos de euforia y pasión descontroladas, pero también muchos, ¡muchos!, ratos de dolor, de angustia, de preocupación… y también de entrega, de compromiso, de seriedad, de reflexión. Pero, sobre todo, creo que la vida es de quien la entrega en lo pequeño, lo cotidiano. La pasión, sí, pero la pasión serena.

No llegar a fin de mes no es alucinante, pero ocurre, ni pasar hambre, ni es brutal la enfermedad, ni la muerte (tan presentes estos días). Tampoco flipas al no encontrar tu lugar en el mundo, o tener que tomar decisiones que te implican. 

La visión creyente de la vida pasa no por el optimismo ingenuo, sino por el realismo y la confianza. Jesús, en su Evangelio, no invita a ser geniales o a ser maravillosos. El Evangelio invita a arremangarse, flexionar las rodillas y llevar la carga. Liviana, sí, pero no fácil y maravillosa. Y, especialmente, invita a hacer menos pesada la carga de los demás.

¿Es, entonces, la represión el camino del cristiano? ¿Un chaval joven no puede irse de viaje con sus amigos a Tailandia? ¿Es reprobable disfrutar de una tarde de piscina y cervezas con la familia? Nada de eso. Es necesario tener esos momentos. Pero eso no puede configurar una vida. Esa parte es la que da alas al agradecimiento por lo uno tiene, y raíces al compromiso por los que no lo tienen.

La vida no es siempre brutal. La vida es dura casi siempre y, en ocasiones, igualmente triste. Hay quienes lo tenemos más fácil y, por tanto, tenemos más responsabilidad; pero también quienes viven con falta de perspectivas (materiales o no). Esto no es pesimismo, es realismo. A los segundos, Jesús les dice que son sus preferidos: quienes sufren en el cuerpo o el espíritu, quienes padecen las injusticias o quienes no se sienten queridos; a los primeros, Jesús nos coge de la mano y nos lleva hasta ellos para ser caricia, compañía y calor.

La vida no es alucinante, casi nunca. La vida, especialmente el estilo de vida cristiano, tiene más de serenidad, compromiso y pasión por los demás. Feliz, sí. Pero no al modo de anuncio de Amstel, sino al de Isa Solá, Ignacio Ellacuría, Kike Figaredo. Eso es pasión.

Pablo Martín Ibáñez

Fuente: Pastoral SJ