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La palabra amistad viene del latín –amicus, amigo–, y se cree que posiblemente deriva en su origen más remoto de amore, amar. Tener un amigo es en última instancia tener un amor… lo cual resulta bien interesante, porque a menudo separamos lo que es amistad y lo que es amor, pero a lo mejor la separación no es tan clara ni tan evidente.

Bien pensado, para tener un amigo hay que quererle mucho. Un amigo es «uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere», dijo un tal Elbert Hubbard (1856-1915), ensayista americano, hace unos cien años… Y yo creo que este señor Elbert estuvo muy acertado, porque los verdaderos amigos son los que te quieren tal y como eres, aun conociendo todas tus limitaciones. A veces las dificultades que tenemos para tener amigos vienen de ese no estar dispuestos a aceptarles como son, sin intentar cambiarles… Con frecuencia elegimos los amigos como elegimos un coche: mirando la hoja técnica de especificaciones y revisando todos los detalles del manual de instrucciones, de manera que si alguna de las características no nos satisface del todo, optamos por buscar uno mejor. Y desde luego siempre hay coches mejores, más potentes y más rápidos – aunque también más caros…–

No, una amistad no nace de la misma manera que compramos un automóvil. Un amigo no es un instrumento, no es un objeto, no se elige en un mercadillo o se adquiere en una tómbola. De hecho no hay donde comprarlo, no hay ‘tiendas de amigos’, no hay mercado público con casetas donde se anuncie ‘amigo para un mes’, ‘amigo para un año’ o ‘amigo para toda la vida’. Eso de tener amigos es un regalo, es una lotería, es un don que se recibe y se acoge, para el que no hay ni puntos de venta ni ventanillas de atención al público. La amistad es una de esas cosas que te pasan, y no sabes bien por qué te pasan. Es como coger la gripe: para cuando la tienes, ya está ahí, y no sabes muy bien cómo ha ocurrido. Uno puede, luego, a posteriori, seguir la pista de lo que pasó y tratar de reconocer dónde y cómo pudo darse el origen de ese virus, pero no es una elección que uno haga en la mesa de su despacho o en la tranquilidad de su cuarto. Ocurre, de pronto, sin más… y no podemos más que dar gracias por ello.

Tener un amigo es algo que ocurre, que pasa, que se da… pero no se decide, no se elige, no se fuerza. Es verdad que luego mantener esa amistad sí que es cosa nuestra y depende de nuestro cuidado y cariño. Como si dijéramos, que te nazcan amigos es un don, pero mantenerlos es una tarea

Fernando Gálligo, sj

Fuente: Pastoral SJ